Cimballa es un pequeño pueblo de la Comunidad de Calatayud, con un centenar escaso de habitantes, lo que no impide que cuente, todavía, con escuela abierta. Fué famoso en tiempos no muy lejanos por los cangrejos de río, que se extinguieron totalmente hace media docena de años, y por sus jugadores de pelota. En este pueblo, al que nos ligan múltiples lazos familiares, conocimos a FRANCISCO ENGUITA GOMEZ, que había sido sacristán, y que falleció con noventa y tantos años en 1985. Lo entrevistamos en muchas ocasiones de manera informal e incluso recogimos sus toques un par de veces, que volvió a subir por petición nuestra, grabándole en una de ellas para el programa "Documental" de Radio Nacional de España, dirigido y presentado por Salvador Martín Mateos, en octubre de 1980. Para hablar de nuestro informante, lo nombraremos de la manera más respetuosa y tradicional, es decir "Tío FRANCISQUILLO". Creo profundamente que no hay otra manera más seria y cariñosa de nombrar a alguien que, gozando como gozaba del privilegio de ser el vecino más anciano de Cimballa, nunca dudó en prestarnos su palabra y su esfuerzo para que conociésemos los tiempos lejanos que él vivió.
En este caso no recurriremos a la transcripción directa de sus palabras, sino a la ordenación de unas notas más o menos literales tomadas en su casa del pueblo el 10 de setiembre de 1982.
Hay dos campanas, de las que desconocía el nombre, denominadas usualmente la pequeña y la grande:
Sólo había dos campanas. No tenían nombre aunque me parece que tengo idea que lo tienen escrito; para llamarlas, la grande y la pequeña.
No fueron destruidas en guerra las campanas, pues le tocó en suerte a Cimballa caer del lado nacional, aunque hubo, al inicio de la revuelta un hecho menos violento pero cargado del mismo simbolismo: los rojos del pueblo quitaron los badajos y los echaron a un pozo profundo del río. La autoridad y el prestigio del párroco de entonces consiguieron que los mismos que habían arrojado las lenguas al agua, las sacaran y las restituyesen a su lugar.
La torre, la más estrecha de las estudiadas en Aragón, apenas supera el metro cuadrado, lo que dificulta el bandeo de las campanas, a lo que se une su mala conservación. Por ello solamente volteaban la mayor, mientras que la pequeña, impedida para ello según nuestro informante, era tocada a golpes, imitando el volteo:
Para bandear sólo se bandea la campana grande y con la pequeña al mismo tiempo se toca, como si se bandeara, pues no se puede bandear.
Para bandiar se mueve el yunque, poco a poco. Una vez da la vuelta, ya se bandean bien. No, no es yunque, es... yugo [palabra aceptada con dudas, a propuesta del entrevistador; ¡lo siento!]. La grande no se bandiaba bien.
La pequeña no s'ha bandiau pero hace como que se bandeaba.
El repique tenía lugar desde la misma torre, sentado en uno de los laterales de manera que cada cuerda venía a la altura de la mano. Unos preferían sentarse a un lado y otros enfrente, para tener la campana mayor a la derecha o a la zurda; éso dependía de la costumbre personal:
Para repicar yo me sentaba [con la grande a la derecha y la pequeña a la izquierda], aunque algunos se ponen en el otro lado, con la pequeña a la derecha. Para repicar bien hay que sentarse.
A pesar de la extraña posición de la torre, sobre la antigua puerta románica, hoy tabicada, y de acceso un tanto retorcido, pasando por un pequeño puente desde el coro de la iglesia, la campana pequeña tenía una cuerda para realizar algunos toques desde el nivel del suelo:
Antes había una cuerda, que pasaba por un agujero de la bóveda; no repicando, se tocaba la pequeña desde abajo.
Había una cuerda, un agujero en la bóveda y un cordel largo para la pequeña.
El encargado de los toques era el mismo sacristán, que nuestro informante recuerda:
El sacristán que había, que se llamaba Francisco, repicaba y tocaba. El sacristán era el que tocaba. El sacristán subía a hacerlo.
Los días laborables no eran anunciados con repique, ya que solamente se tocaba para misa, un par de veces con la campana pequeña, desde la iglesia; las campanadas, el breve, segundo y último toque, indicaban el principio del acto. También se tocaba a la oración a mediodía y quizás al atardecer:
Los días de hacienda no se repicaba: tocaban el primer toque con la pequeña y luego las campanadas con la pequeña [sólo dos toques].
Los toques son con la pequeña. Las campanadas, antes, se tocaban con la campana pequeña, cuando iba a empezar la misa. Sólo había dos toques.
Por la mañana no había oración; a los medios días se tocaba, hace mucho.
El toque de la oración era con la campana grande. Los toques de los domingos ya incluían el repique de ambas campanas, en el primero de misa; no había ninguna campanada para la consagración. El repique festivo era interpretado los sábados a las oraciones, aunque por el contexto no sabemos si tales oraciones eran las vespertinas o las meridianas. El mismo toque festivo se empleaba para las novenas, un repique para el primer toque, pero no se tañía cuando se llegaba a la culminación del acto, la adoración del Santísimo Misterio, una reliquia eucarística, patrón de la localidad:
Si era víspera de fiesta, para las oraciones se repica y el último se tocan los toques con la campana grande.
Y si es día de fiesta, se repica.
Cuando adoran el Santísimo Misterio se cantan los gozos: entonces no se tocan las campanas; tampoco para la consagración de la misa.
El repique se ampliaba a bandeo para las grandes fiestas:
Para una misa de fiestas después de repicar se bandiaba un rato.
El repique no era solamente el toque festivo o al menos dominical; también se empleaba para ciertas ocasiones extraordinarias como visita de personalidades:
Cuando viene algún personaje se repica: no se para de repicar hasta que entra a la iglesia.
Había un pequeño repique y unas campanadas para llevar el viático a los enfermos, aunque no se hacía la distinción de sexo que se representaba por el distinto número de clamores, a la hora de anunciar el óbito y para el entierro:
Para la comunión de un enfermo se repicaba un poco, y se daban ocho o diez campanadas de la grande, muy lentamente: igual se tocaba si era hombre o mujer.
Para un enfermo se iba en procesión, y cuando morían [...] se tocaban los clamores: tres para un hombre y dos para una mujer.
Si es niño, a lo mejor hay que tocar un clamor nada más: no lo sé, nunca se dió el caso, y éso si está bautizado.
Hasta que no se entierra no se vuelve a tocar.
La víspera de San Roque, los de su cofradía, la única del pueblo, que acoge a ciertos hombres y mujeres, celebran las vísperas. El acto es anunciado por el usual repique, pero si ha habido una defunción de cofrade en el año, se tañe un poco a muerto y luego se vuelve a repicar hasta que sale la comitiva desde la iglesia hacia la casa del Prior, en busca de los palos, símbolo de su mandato anual.
A diario se tocaba, al atardecer, para el rosario:
El rosario se toca con la pequeña.
El toque de fuego iba asociado, para el tío FRANCISQUILLO, al de tronada; parece ser que en ambos casos el repique rápido precedía la ceremonia de sacar el Santísimo Misterio, a la puerta de la iglesia:
Para incendio o tronada se repicaba un poco y salían y sacaban la urna del Santísimo Misterio a la puerta.
Para tormenta e incendios se tocaba deprisa con una campana sólo, con la grande.
Para tormenta o fuego se toca de prisa.
En Semana Santa las campanas eran sustituidas por matracas manuales:
En la semana santa no s'han tocau, y al alzar o al santus se tocaban las matracas.
Durante las procesiones se tocaba todo el rato, pero si esas procesiones salían o llegaban al pueblo, entonces se repicaba hasta los límites comunitarios. Las rogativas tenían solamente toque de llamada, y no parece que durante el trayecto se tocaran las campanas:
También se repica cuando van a la Virgen de Jaraba. Cuando hay rogativas para llover se toca como a la novena.
Antes ibamos el tres de mayo a la era más alta, por el anchocerro. Para el día de san Marcos ibamos a una cruz que había en el molino, donde están los chopos: antes había dos molinos y los molineros no estaban bien y mató el uno al otro y por éso estaba la cruz allí, en la chopera. Iban con el pendón.
Para la procesión se tocaba toda la procesión.
Para santa Agueda hay allí [en la ermita de la santa, frente al actual cementerio] campanas que giran, en una madera. Antes había más, pero no hay campana grande. Pero cuando se van hay que tocar aquí: ese día no suben mujeres [a tocar las campanas].
Y para Jaraba se sale a esperarlos con los pendones.
Como ya hemos señalado, el antiguo sacristán se encargaba de realizar igualmente los toques de las campanas. La imposibilidad, según nuestro informante, de poder bandear la pequeña, justificaba la presencia de una sola persona para tocar sin peligro:
Para bandear lo hacía uno solo; a lo mejor dos.
El antiguo sacristán, levemente recordado, era el único que tenía alguna paga. Era llamado cada mañana por el cura para que comenzase los toques:
No les pagaban por tocar. El sacristán cobraba algo. Vivía allí, enfrente de casa del cura. Cuando se levantaba el cura le llamaba y se iba a tocar.
El proceso de búsqueda del último especialista tradicional de Cimballa era el usual: mientras pudo hacerlo, y lo hizo hasta cerca de los noventa años, iban a buscarle, generalmente su sobrina, para que anunciase, con los clamores correspondientes, el sexo del muerto y la circunstancia de su defunción:
Una vez se muere, avisan, y se va a tocar inmediatamente. Hasta hace poco cuando había un muerto venía la Marina y me llamaban a mí, que no sabía ninguno tocar los clamores.
Hay que notar precisamente una serie de hechos relacionada con estos toques que anuncian, inmediatamente, la muerte de uno de los habitantes o incluso de los emigrados, hijos del pueblo. En el verano de 1986, durante nuestra estancia vacacional quise completar notas epigráficas de la campana mayor, ya que tenía dos notas con fecha distinta, así como dudas sobre el nombre del fundidor. Aproveché ese momento de relación que tienen las mujeres ancianas, tras el rosario en la iglesia, para tomar los datos; era cosa de un momento nada más. Al verme subir quedaron calladas y me preguntaron quien se había muerto; el acceso de alguien a la torre a deshora solamente podía ser interpretado como el deseo de comunicar la muerte de algún cimballero.
El orden de los toques festivos era el usual:
El repique es siempre el mismo; repicar es siempre lo mismo.
Para tocar a misa un día de fiesta es primer toque repicar; segundo toque sólo con la campana pequeña y dos toques con la grande y el tercer toque también con la campana pequeña y tres toques con la grande después del último.
Bandiar o repicar ná más en el primer toque sólo.
En cuanto al cambio y a la desaparición de toques, el tío FRANCISQUILLO opinaba:
¿Por qué tocan menos? Porque no saben o porque no quieren.
El estado actual de las campanas y de sus toques es el siguiente: su mala conservación impide el bandeo, de manera que solamente se repica o se toca a misa, siempre desde arriba, puesto que no hay ninguna cuerda para tocar la pequeña desde abajo.
A pesar del aumento de monaguillas, esto es de niñas que revestidas del traje talar ayudan a la misa en torno al altar, nunca hemos visto a ninguna de ellas subir a realizar los tres toques que se hacen los domingos, media hora, un cuarto de hora antes y en el momento de iniciar la única misa. A veces lo hacen los monaguillos, repicando en el primer toque de misa los domingos las fiestas, o alternando mejor un golpe de la pequeña, uno de la mayor y un momento de silencio. El toque termina con unos pocos golpes de la pequeña, mucho más lentos, y un solo golpe de la mayor. Los otros dos toques son realizados con la campana pequeña, dando unos cuantos golpes, más o menos regulares, y tras ellos dos o tres golpes de la mayor, más lentos y espaciados.
Los únicos toques diarios son los de rosario, o mejor dicho, el de rosario, que está constituido por un número variable de campanadas de la pequeña, tan lentas como cuando se trata del segundo o tercer toque de misa, y otro número de campanadas más lentas de la grande, entre las cuales hay unos segundos de silencio. Como observamos en julio de 1986 la campana pequeña da de 30 a 35 golpes, y la mayor de 8 a 12, con un silencio intermedio y un ritmo distinto de un día para otro. Este año de 1987 solamente daban de 10 a 20 golpes con una campana, unos días con la pequeña y otros con la grande. Parece que las variaciones en velocidad como en número de campanadas, dependen de la mujer que sube a tocar.
El encargado de las campanas de manera habitual es un deficiente mental adulto, a quien alguien dijo que tenía que tocar muy fuerte, porque en el Chorrillo, el barrio alto, en línea con las dos campanas, no se oían los toques. En consecuencia ase el badajo de la menor con la mano, en vez de con la cuerda, con tanta violencia que, sin haberse pillado nunca ningún dedo, aplica tales mazazos que se desprenden laminillas de bronce de la campana; el badajo está seriamente deformado y la pequeña suena cada vez peor, por lo que es posible que pronto deba ser refundida. En la primavera de 1987 el badajo se rompió por la mitad y el herrero de un pueblo cercano hizo una especie de argolla atornillada que acorta sensiblemente la longitud de la lengua, con gran peligro de rotura de la boca.
Para las procesiones apenas se toca, excepto el primer toque festivo, aunque no tengo por qué ocultar que, si estoy en el pueblo hago variaciones del repique recogido al tío FRANCISQUILLO durante la media hora o los tres cuartos que se encuentra la comitiva en la calle. Nadie sube a ayudarme, aunque tampoco nadie se queja de mis repetidos toques.
Para semana santa las campanas siguen siendo sustituidas por matracas manuales; los monaguillos presentes, casi siempre chicos ya que las niñas aún no se atreven a hacerlo, aunque es de prever que pronto se ocupen de todas las actividades auxiliares en la iglesia debido a su mayor interés y empuje, recorren el pueblo, siguiendo aproximadamente el recorrido de la procesión pero en sentido inverso. Hacen dos o tres vueltas, las que les da tiempo, diciendo entre matracazo y matracazo aquello de Primer toque para los oficios.
En cuanto a los difuntos siempre hay alguien que sube nada más conocerse el óbito a tocar los dos o tres clamores que correspondan según el sexo, cosa que la gente de treinta y tantos años para abajo desconoce. Solamente se vuelve a tocar a muerto para el primer aviso de la misa de entierro pero no se tañe durante el tiempo que el ataúd está en la calle, desde la casa mortuoria hasta la iglesia, ni tampoco cuando sale hacia su definitiva morada.
No hay toque de oración, ni la gente lo evoca, así como han olvidado los toques de tormentas o de llevar la comunión a los enfermos. Algunos hombres de cincuenta y tantos años recuerdan que, cuando eran monaguillos, subían la noche de los Santos a tocar a muerto toda la noche, y asaban patatas.
Hay dos altavoces sobre la parva torre, que son conectados muy pocas veces para transmitir la misa en directo, cosa que hemos conocido apenas cuatro o cinco veces en los casi quince años que visitamos el pueblo. Tampoco se emplean para sustituir las campanas de misa por música clásica o religiosa, y menos aún para publicar los pregones municipales, tarea a la que se dedica el alguacil, empleado del ayuntamiento, que se desplaza con su trompetilla a las esquinas marcadas por la tradición, para recitar el mensaje que le ha sido encomendado.
En teoría se toca si hay una quema, toque que no hemos tenido la fortuna, o mejor la desgracia, de escuchar.
Lo que si parece claro es la sustitución del mensaje por el medio: la gente ya no atiende a la forma del toque, sino que se guía por el mismo toque para suponer el mensaje: las ancianas, en verano, a media tarde, esperan escuchar un leve rumor campanil (leve, pues la torre y las campanas son pequeñas, y apenas hay buena difusión del sonido producido) para interpretar que tocan a rosario. Fuera de ese toque esperado, otro sonido , que no sea tocado en un ambiente festivo, será reconocido como toque de muertos, sin atender a la forma sino al simple hecho del tañido.
Parece interesante añadir un breve relato muy común en Cimballa, recogido a NERI GONZALO, que se refiere a un mito de creación del pueblo como ente autónomo, con ayuntamiento propio, citando animales, vecinos y campanas:
[¡Cuéntame por qué llaman a Cimballa el pueblo del barraco, o por qué llamaban!]
Sí, pues yo te lo repito lo que me contaba mi abuela, era un barrio de Cubel y entonces pues ya los vecinos de aquí querían, pues claro, que hubiera su ayuntamiento y formar un pueblo. Entonces pues faltaba gente para el ayuntamiento, faltaba uno para, los que hacían falta entonces para el ayuntamiento y claro pues como faltaba gente pues todo era cavilar a ver y ya vinieron, se ve que vinieron a transformar el ayuntamiento y ya pensaron en subir a la torre un tocino, un barraco y le pusieron una, la comida se ponían retirada. Entonces iba a comer y el barraco tiraba de la cuerda al ir a comer y tocaba la campana. Entonces vino el gobernador, o el que viniera a formar el ayuntamiento pues dijo: "¡Hombre, aquí falta uno!" Dice: "No, no, no, si es el que toca las campanas, pues el otro, el otro que falta para el ayuntamiento." Y así pues claro, se formó el ayuntamiento y desde entonces ya pues fue pueblo, ya tuvimos ayuntamiento y eso. Ésto era un barrio de Cubel, según contaba la abuela Petra.
Dr. Francesc LLOP i BAYO
Las campanas en Aragón: un medio de comunicación tradicional
Tesis de doctorado - Universidad Complutense - Madrid - 1988
© LLOP i BAYO, Francesc (1988) © Campaners de la Catedral de València (2024) campaners@hotmail.com Actualización: 03-11-2024 |