HUALDE, Fernando - Con las campanas al valle

Con las campanas al valle

Recogido y tranquilo se nos muestra Idoy, o Idoi, en el valle de Esteribar, con cuatro casas, y una iglesia que vio cómo durante 9 años su titular estuvo desaparecido

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El valle de Esteribar, muy especialmente en este tiempo estival, se nos presenta como un emplazamiento altamente recomendado. Su amplio entramado de pequeños pueblos nos invita a recorrerlos, a descubrir rincones. El olor de la hierba cortada, el trago de agua en ese fuente fresca que apaga tu sed, el estridente arrendajo que se cruza en nuestro camino, esa señora que acude a retirar los huevos de las gallinas argumentando que "ya ha puesto, porque acaba de cantar", el vuelo nupcial del milano, el peregrino foráneo que dirige sus pasos hacia Santiago ajeno a esa historia que atesora el entorno que en ese momento atraviesa, o ese anciano que ve pasar el ocaso de su vida sentado a la fresca…, por poner algunos ejemplos, son sensaciones agradables, que vividas en un entorno arquitectónico y paisajístico como el que ofrece Esteribar, se convierten en inolvidables.

Con encanto Hoy nos vamos a detener en uno de los pueblos que configuran el valle, concretamente en la localidad de Idoy, en la mitad sur de Esteribar. En la carretera general, marchando desde Pamplona, encontramos en el lado izquierdo el desvío hacia Idoy y Sarasibar. Antes encontramos al primero que al segundo. Exactamente a 14 kilómetros de Pamplona.

Es realmente un pueblo muy pequeño, pero con encanto. Además, en estos sitios hay también que saber ver con otros ojos que los que tenemos bajo la frente; hay que saber ver con los ojos de la imaginación, con perspectiva histórica y costumbrista. Es cuestión de cerrar los ojos y dejar que la imaginación nos permita volver a ver ese viejo horno de pan que tenían los de Garciarena frente a su casa, en ese cubierto, en donde hacían las hornadas semanales. Hay que saber ver a la pareja de bueyes camino de las eras para tirar del arado. Y hay que saber ver esa iglesia llena de vida y de vecinos. Son estampas que contrastan con la tranquilidad y el silencio que ofrece hoy esta localidad. El sonido lo ponen hoy unos obreros que están rehabilitando una de las casas, y eso, para el futuro de este núcleo de población es una buena noticia. Podríamos decir que la historia de Idoy es una lucha permanente por la supervivencia; en los siglos XIV y XV llegó a quedarse despoblado, y desde entonces parecen empeñados sus vecinos en que esto no vuelva a suceder.

En el Libro de Rediezmo de 1268 consta ya esta localidad como un núcleo habitado; como mínimo desde entonces vive gente aquí. Pero a eso hay que añadirle que desde el año 1050 encontramos en Esteribar a "Idoya" como sobrenombre locativo, lo que nos ayuda a sospechar a que al menos desde mediados del siglo XI está habitado.

En el año 1802 sabemos que había cuatro casas útiles, y una arruinada. Y hoy, doy fe de que entre esas casas útiles brilla con luz propia la mencionada de Garciarena, con un hermoso balcón corrido, que tiene la particularidad de lucir sobre la portalada de la entrada su propio documento de identidad labrado en piedra: Esta casa se hizo por Beltrán de Esain y María de Urtasun. Año de 1757. Pero lo más curioso de todo es que coronando esta inscripción, a falta de haber sido inventada todavía la fotografía, el artesano cantero talló reproduciendo toscamente en piedra, y con indudable buena voluntad, las figuras de Beltrán y de María, es decir, del matrimonio que hizo levantar este esbelto caserón. Y en medio de ambos una cruz de calvario.

El retorno de San Miguel Cuando digo que Idoy es un pueblo que resiste con uñas y dientes a perder sus señas de identidad, pienso expresamente en su iglesia parroquial. Mientras a otras localidades se les pasa la vida esperando unas ayudas y subvenciones, cada vez más difíciles de conseguir, para restaurar y recuperar su patrimonio, en Idoy, hubo un sacerdote, hijo del pueblo, que no quiso morirse sin ver su iglesia arreglada. Y en ello empeñó su patrimonio Francisco Lizarraga Nuin, don Francisco para quienes nos tocó prestarle los servicios de monaguillo.

Pero vamos por orden. Vamos a remontarnos al año 1999. Una mala noche, la del 26 de septiembre, alguien, quien sea, penetró en la iglesia de Idoy y se llevó el sagrario y la imagen de San Miguel, titular de la parroquia. Les dio a los vecinos donde más les dolía, tanto más en vísperas de la festividad del patrón. El autor, o autores, de esta fechoría, demostraron ser unos ineptos; bien sea por las prisas, por los nervios, o por puro despiste, se dejaron sobre el altar las alas del arcángel y el escudo que exhibía en su mano izquierda. Es decir, se llevaron una obra de arte… incompleta; un ángel sin alas, y un guerrero sin escudo, desde el punto de vista iconográfico no sirve absolutamente para nada.

Este hurto dolió; vino a recordar que el edificio de la iglesia era vulnerable, que estaba en muy mal estado. Y es ahí donde vemos a don Francisco sentir un ¡basta! Esa era su iglesia, en la que había sido bautizado él a la fe, él y su familia, y sus antepasados. Se puso en contacto este sacerdote con el arzobispado, y de aquel contacto, de aquella voluntad, y de aquel bolsillo, salió un proyecto, primero, y una restauración, después.

Las obras pudieron comenzar a finales del año 2007, no lo sé con exactitud. Y "milagrosamente", coincidiendo con estas obras, en febrero de 2008, los ladrones tuvieron a bien devolver la imagen de San Miguel. Fuese quien fuese, o fuesen quienes fuesen, parece que tenían la suficiente vinculación con la zona como para saber que la iglesia estaba en obras. El sagrario es muy posible que lo hubiesen vendido; pero una imagen incompleta, y además catalogada, no tenía mucha salida comercial precisamente. Y es así como, en plenas obras, en el Archivo Diocesano de Pamplona alguien depositó dos bultos bien envueltos; en uno de ellos estaba la figura del ángel, y en el otro la del demonio vencido por el ángel. El ángel bueno y el ángel malo.

Gracias a esta acción, a las 5 de la tarde del 14 de junio de 2008, volvía a sonar la campana Santa Bárbara (a su compañera no se le conoce nombre), fundida en Pamplona por Vidal Erice, y se celebraba con toda solemnidad de reinauguración de la iglesia de Idoy; se aprovechó ese día para hacer la reposición en su lugar natural de la imagen del titular de la parroquia; una imagen de madera de nogal, policromada, de 146 centímetros de alto y 75 centímetros de ancho, que esgrime una espada de 130 centímetros, y que aplasta un demonio de 85 por 20 centímetros.

Aprovecho para recordar que robar una pieza catalogada es una de las mayores estupideces que se puede cometer, casi tan grande como la de tener en las iglesias, en las ermitas, y también en edificios civiles, piezas sin catalogar.

En fin, recomendaciones aparte, lo cierto es que San Miguel vuelve a estar allí, en su sitio, en el lugar para el que fue hecho a finales del siglo XVII. Pudo ser policromado en 1724 por el maestro dorador Miguel de Cemborain, y en 1833 nuevamente fue retocado. A esta breve historia debe de añadir su exilio de nueve años (1999-2008); pero en este tiempo no pudo volar porque no tenía alas. Afortunadamente.

Lamentablemente don Francisco Lizarraga no pudo disfrutar mucho del fruto de su generosidad. Fallecía unos años después, el 12 de septiembre de 2011. Su cuerpo descansa hoy en el camposanto que hay delante de la puerta de la iglesia, de la iglesia que él recuperó, de la iglesia que, caprichosamente, tiene las campanas orientadas, no hacia el pueblo, sino hacia el valle, y ahora también hacia su bienhechor.

HUALDE, Fernando

noticiasdenavarra (01-07-2012)

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