Los campanarios no anuncian sólo la presencia de un templo sino que son, también y sobre todo, un instrumento musical, una caja de resonancia para que la orquesta de campanas se escuche mejor y más lejos en toda comunidad.
La sonoridad de las torres no sólo depende del número y tamaño de las campanas sino de su colocación: por motivos acústicos las campanas agudas, más pequeñas, deben estar más altas, puesto que su sonido se expande, por así decirlo, en línea recta. Las mayores no se instalan más bajas por cuestión de comodidad o de peso sino porque su sonido más grave se expande en todas las direcciones. Otras causas contribuyen a la sonoridad del instrumento, y no sólo la altura de la torre: por ejemplo las campanas de la antigua parroquia del Salvador, de València, suenan poco no tanto porque el campanario se eleva apenas sobre el tejado (la ventana de la campana mayor está al mismo nivel de las tejas del edificio colindante) sino porque el campanario carece de bóveda, ya que ésta, por motivos que desconocemos, se hundió y fue substituida por una cubierta plana, que forma rincones, en cuyos recovecos se pierde la sonoridad de los bronces. Los antiguos sabían esto, y tapiaron las ventanas que carecían de campanas, para aumentar la resonancia de la sala.
Esta "falsa bóveda", como dicen los arquitectos, era natural y necesaria en las antiguas torres medievales, pero en las barrocas se siguió haciendo para evacuar el sonido de las campanas hacia el exterior, evitando los ángulos en la parte superior de la sala. No tiene funciones constructivas ni causas estéticas sino que sirve para que las campanas suenen mejor, lo que justifica y exige su mantenimiento. Lo mismo ocurre con los muros que ciegan la parte baja de las ventanas. En muchas restauraciones se han eliminado pensando que eran "quitamiedos" innecesarios, ya que las campanas están mecanizadas y nadie (o casi nadie) sube al campanario. Es cierto que en muchas torres, como la citada del Salvador o la de Sant Martí de València, estos muros con barandillas (aquí les llamamos "mamperlats") fueron añadidos con posterioridad a la fábrica de la torre, pero no se pusieron para proteger a los campaneros ni siquiera para "desfigurar la imagen del campanario", como aseguran algunos puristas: se hicieron para alargar la resonancia de los armónicos inferiores, en la sala, de manera que las campanas graves, las más bajas, retumbasen durante más tiempo, realimentadas por su propio eco. Un nuevo elemento se añadía para mejorar la sonoridad de la sala: generalmente se accedía mediante una trampilla de madera, que se bajaba durante los toques. No se cerraba, solamente, por seguridad de los campaneros o para evitar que en su ausencia entrasen las palomas (los mayores enemigos del patrimonio) por las escaleras y ensuciasen las estancias de la torre: la trampilla quedaba cerrada para mantener en su integridad la forma de la sala, para que el sonido no se "escapase" por las escaleras, debilitando su intensidad y pureza.
Los yugos de madera, nuestras entrañables "truges", no sólo aislaban las campanas de la torre y mejoraban su sonoridad, como hemos dicho tantas veces, sino que reforzaban la acústica de la sala, sobre todo en los toques "de badajo", en los que los bronces permanecían quietos: el sonido, reflejado por las maderas, reforzaba la propia vibración de las campanas, aumentada por la parte baja de la sala, y era finalmente expelido por la suave curva de la bóveda.
El Arzobispo Fabián y Fuero mandaba en un edicto de 1790 (que fue reproducido por el Gremi en el calendario anual de los toques de la Catedral de València en 1993) que "encargamos por este Edicto que en todos los Campanarios se pongan en el modo posible unas tablas como las que hai en el de nuestra Santa Iglesia Metropolitana, para precaver las mortales caidas de las personas que tocan, i otras desgracias por desprenderse las Lenguas ó Campanas mismas, i para detener en mucha parte lo ingrato que tenga su sonido." La propuesta de poner tablas en las torres para mejorar el sonido sólo se llevó a cabo, como sabemos, en la Catedral y en este caso era posible por el grosor de los muros y porque las campanas se encuentran en el interior. En las otras torres, que sepamos, no se atendió a este mandato, sobre todo por imposibilidad física: las campanas "salen" al exterior cada vez que voltean. Por eso inventaron una serie de barreras arquitectónicas cuya finalidad era precisamente la conservación y difusión del sonido de las campanas.
En muchas restauraciones actuales estos elementos que parecen "añadidos", son eliminados, y en consecuencia la sonoridad de las campanas, la potencia y la limpieza de su toque, se resiente, perdiéndose la riqueza acÚstica original.
Francesc LLOP i BAYO
(Publicado en "Iglesia en Valencia" nº 463 - València - 02/03/1997)
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