Desde nuestros primeros pasos profesionales como antropólogo de la Generalitat Valenciana escuchamos, de parte de los jurídicos, la imposibilidad de proteger el patrimonio inmaterial, a causa tanto de su falta de existencia cuanto de la necesaria participación de la gente en su materialización.
En parte tenían razón: el patrimonio inmaterial no existe, es efímero, pero real al mismo tiempo El símil de la música (o mejor aún de los fuegos artificiales) es muy expresivo: duran un instante, el momento breve de la interpretación, de la explosión sonora o visual, y no dejan otro rastro de su visual existencia.
El segundo argumento era más débil: ciertamente no se puede obligar a nadie a hacer algo que no quiera, pero este razonamiento no se aplica al resto del patrimonio. La declaración de un Bien de Interés Cultural, es decir la máxima protección (que también significa el máximo control) se puede hacer, incluso, en contra de la voluntad de los titulares del inmueble. Y nadie plantea en este caso argumentos jurídicos, incluso la anticonstitucionalidad de una declaración porque la Ley del Patrimoni Histórico Español supone, y las demás Leyes Patrimoniales también, que los derechos de la comunidad a participar de un bien de interés colectivo prevalecen sobre los derechos individuales, limitando incluso la sacrosanta propiedad privada.
El argumento era aún menos defendible desde la Comunitat Valenciana. No en vano, el llamado Misteri d’Elx (en realidad “La Festa d’Elx”) fue declarado en diciembre de 1931 como Monumento Histórico, en una de las primeras declaraciones individualizadas de protección de la República. Ciertamente la categoría era difícil de asignar, y optaron por el monumento, pero quedaba en el aire el grave problema de la definición de ese patrimonio carente de materialidad.
Porque ese es, quizás, el gran problema: ¿de qué estamos hablando, si se trata de un bien inmaterial?. Sin embargo, la inmaterialidad no es tanta, como es evidente una vez se conoce un poco el tema. Ciertamente, un castillo, un palacio o una catedral, son permanentes en el espacio y en el tiempo; tienen por tanto límites definidos. Un elemento inmaterial (aparente contradicción) no es permanente, pero tampoco aleatorio: tiene definidos el espacio, el tiempo, y los elementos inmuebles, muebles y personales necesarios para su ejecución. Se trata de un elemento constante en el espacio y el tiempo. Aquí reside precisamente su complejidad, y por tanto su interés: la existencia de un conjunto de elementos, aparentemente intermitentes, que confluyen en un momento espacial determinado, para llenar de sentido al grupo que los interpreta. Pero esa intermitencia determina ciertas condiciones, sobre todo materiales, que posibilitarán que una mañana al año, por decir, se pueda realizar o no la actividad ritual. Nos referimos sobre todo a condicionantes urbanísticas o arquitectónicas que determinan la posibilidad de interpretación de rituales, y que por tanto deben ser tenidas en cuenta incluso en los PGOU.
Esta es la clave. Pero es una clave incompleta, y tampoco sirve para explicar la totalidad del fenómeno. O quizás sí.
Ciertamente el patrimonio ritual está sujeto a modas. Una comunidad expresa sus emociones, sus sentimientos y su identidad de cierto modo. Pero también esas emociones y esas expresiones van variando a lo largo del tiempo.
Recordamos, sin duda, los años setenta del siglo pasado, en los que teníamos la urgencia de documentar rituales antes de su desaparición que parecía inmediata, como lo fue en muchos casos. La principal justificación de esta desaparición se justificaba en el precio de la modernidad. Para ser modernos, decían, para ser europeos, hay que dejar atrás las tradiciones, las reliquias nostálgicas del pasado. Había que empezar de nuevo.
Sin embargo, en la década siguiente, y en las posteriores, los rituales renacieron, esta vez y sobre todo, como signos de identidad. Ciertamente, todo ritual comunitario es, siempre, un signo de identidad: la comunidad se reconstruye, se idealiza a sí misma, se refuerza frente al exterior.
Pero esta vez la identidad buscada era otra: se perseguía la diferencia, las más de las veces forzada, para mostrar que las nuevas identidades, sobre todo las autonómicas, tenían una consistencia cultural y patrimonial antiguas.
Precisamente ésta puede ser la gran contradicción. Los rituales antiguos y los modernos buscaban la cohesión y la diferenciación, pero probablemente antes se buscaba más la cohesión interna, la reconstrucción de la comunidad, mientras que ahora se buscaba más la diferenciación frente a la periferia, que la construcción de una identidad local. En todo caso, la recuperación buscaba más bien la identidad nacional, la difícil diferenciación entre una y otra comunidad autónoma, basándose siempre en los hechos diferenciadores.
Aquellas fiebres (de la desaparición primero, y de la recuperación después) parecen haber remitido, y se observa un cierto regreso a los orígenes, no tanto por la búsqueda de las tradiciones perdidas, cuanto por la consideración de la fiesta como signo de reconstrucción ideal, cíclica y necesaria de una comunidad. La referencia ya no son los otros, somos nosotros, y para nosotros hacemos la fiesta, para volvernos a sentir, aunque sea una vez al año, un mismo pueblo, una misma ciudad, una misma comunidad.
Pero estamos hablando, siempre, de fiestas. El fenómeno inmaterial ritual se limita, en gran parte, a lo festivo, trascendiendo y transformando antiguas creencias, pero recuperando viejas formas, ahora con contenidos bien diferentes. Ciertamente, los antiguos rituales eran un reflejo de una compleja vida espiritual, no solamente aunque sobre todo asociada a las creencias cristianas, y relacionada con aquello que los clásicos llamaban el ciclo vital, de la cuna a la tumba. Los rituales de los duelos han desaparecido prácticamente de nuestras tierras, y también los asociados con otros momentos cíclicos o de paso. La primera comunión deja de ser un ritual de abandono de la niñez y de paso a la adolescencia, una adolescencia comprometida con el trabajo y las responsabilidades de la edad adulta, algo bien diferente de los tiempos actuales. E incluso los quintos – sin servicio militar – o las bodas que han dejado de ser únicas para mucha gente y se repiten un par de veces o tres (con diferentes compañeros, es claro) a lo largo de la vida.
Las fiestas, por tanto, similares de forma, pero con otros contenidos, gozan, en gran parte, de buena salud. Lo que no ocurre con otros elementos del patrimonio inmaterial.
En nuestras reuniones de trabajo en Japón o en Corea, hemos visto, con gran envidia, el eficaz tratamiento de lo que ellos llaman monumentos vivos. Si en ambas naciones comenzaron con una docena de personas protegidas, en los primeros años cincuenta del siglo pasado, hoy cuentan con un millar de monumentos vivos en cada país.
Los responsables del patrimonio inmaterial japonés se preciaban de tener todo documentado y protegido, pero se quejaban de que solamente hacen una inspección anual a cada uno de los centros que conservan, transmiten y divulgan los conocimientos inmateriales, un patrimonio tecnológico tradicional que causa nuestra envidia y nuestra admiración.
Recordamos los vanos intentos, hace una docena larga de años, de instaurar unos pocos monumentos vivos en el Estado Español, por impulso del Ministerio de Cultura. Nada se hizo.
Tampoco se aplicó, a nuestro conocimiento, aquello que obliga la Ley del Patrimonio Histórico Español, que no se atreve a declarar BIC el patrimonio inmaterial, pero que exige la documentación de todos aquellos conocimientos, rituales o técnicas en peligro de desaparición. Documentación que pasaría por aquel ideal de los viejos etnólogos de recoger el hecho patrimonial de tal manera (gestos, conocimientos, actitudes) que pudiera ser reproducido en su integridad a partir de los datos recogidos, con toda la tecnología a nuestro alcance.
Las leyes autonómicas dieron un paso adelante, posibilitando la declaración del patrimonio inmaterial como Bien de Interés Cultural. Creemos que nuestra ley valenciana fue la primera en atreverse a homologar éstos con los restantes hechos patrimoniales. Lo inmueble y lo mueble, estables en el espacio y el tiempo, solamente se diferencian de lo inmaterial en esta permanencia. Pero lo inmaterial es, o suele ser, estable en el espacio y el tiempo, es decir determina el espacio y el lugar donde esas actuaciones, esas representaciones tienen sentido.
Sin embargo, a nuestro conocimiento, poca protección se ha dado a las actividades inmateriales. Muchas son las fiestas protegidas (como si lo necesitaran) pero escasas las actividades profesionales, los conocimientos o las técnicas que hayan sido declaradas bien patrimonial de una u otra manera. Y lo cierto es que esos conocimientos, esas actividades, serían doblemente necesarios: desde un punto de vista patrimonial (la conservación y la transmisión de saberes tradicionales) y desde un punto de vista funcional: ¡cuántas restauraciones de patrimonio no se pueden realizar de manera conveniente por la falta de profesionales de oficios perdidos!
Vamos a referir ahora nuestra experiencia de protección y difusión de los toques de campanas tradicionales.
No es la primera vez que hablamos de los toques de campanas tradicionales. Hemos de confesar que, tras casi cuarenta años de experiencia en este campo, a cada encuentro de campaneros, a cada entrevista, descubrimos que muchas de nuestras certezas deben ser revisadas.
Para concretar: los toques de campanas son universales en nuestra cultura en cuanto a contenido: marcan el tiempo de la comunidad, definen el territorio, reconstruyen, a la manera sonora, el grupo, especialmente en los momentos de paso y sobre todo para las muertes. Sin embargo las formas de los toques y la sonoridad de las campanas variaban (y varían) de manera radical de un lugar a otro. Incluso, la manera de tocar las campanas.
Con respecto al tiempo no hablamos de los relojes, aquellas máquinas inútiles que no saben indicar si es de día o de noche, si es día laboral o festivo. No, los toques tradicionales fueron creados y adaptados por una sociedad con limitaciones tecnológicas y más sometida al medio ambiente (¿o hemos de decir mejor adaptada?) Esos toques marcaban el principio, el medio y el final de la jornada, porque solamente con la luz del sol se podía trabajar, fuera y dentro de casas. Y el espacio donde ocurrían los acontecimientos significativos para el grupo, o la indicación del sexo, la edad y la pertenencia social de los difuntos. Pero también, y según los lugares, la regulación de las aguas de riego, el aviso del pastor o la llamada al concejo. Sin olvidar la protección de la comunidad frente al mal, que siempre viene de fuera, mediante los toques de tormentas.
La sonoridad varía enormemente de un lugar a otro, de un momento a otro. Recordemos que las campanas son, a nuestro conocimiento, el único objeto sonoro que suena igual a lo largo de los siglos. Sonoridad que se convierte, por tanto, en la única voz del pasado, siempre que se mantengan los demás elementos del instrumento musical que es la torre: la forma de la sala (que hace de caja de resonancia), el tipo de yugos (que permite unos u otros toques), la forma del badajo que incide sobre unos u otros parciales o armónicos.
Y tenemos que insistir en la diferencia de toques. Recorramos los tópicos: en Euskadi, en Navarra, en León o en Canarias las campanas están fijas, y se repican a gran velocidad. Algo parecido ocurre, por lo general, en Galicia, donde solamente una o dos campanas voltean, siempre pequeñas.
En Andalucía y Murcia voltean las pequeñas, muchas, en cada torre, mientras que las grandes están fijas. El caso extremo sería la torre de la Giralda en Sevilla, con 18 de volteo y 6 fijas, seguido por la catedral de Murcia con 17 de volteo y 3 fijas.
En Aragón ocurre lo contrario: las pequeñas están fijas mientras que voltea (allí llaman bandea, como en toda la Ribera del Ebro) la campana mayor. Y en València y en parte de Aragón y de Castilla la Mancha voltean todas. Pero en Catalunya, en las Balears o en la Diócesis Primada de Toledo las campanas oscilan hasta quedar invertidas: aquí no dan la vuelta, aquí voltean.
Ese mundo sugerente, diferenciado y antiguo, desapareció, a partir de los años sesenta del siglo pasado, hasta nuestros días, por obra y gracia de unas pocas empresas (una veintena) que actúan sin control, sin conocimiento y sin proyecto, sustituyendo a su buen parecer técnico yugos de madera históricos, campanas de bronce seculares por otras actuales, e imponiendo cada uno la manera de toque que mejor le parecía (y le parece, porque siguen actuando, en gran parte, sin control)
La destrucción patrimonial tiene tan graves proporciones, que parece imposible que no se hayan puesto medidas para su control, excepto casos puntuales. Nadie osaría acercarse a una pieza de orfebrería o un tapiz medievales, sin un estudio previo o un proyecto independiente de la empresa que vaya a realizar la intervención.
Con las campanas nada de esto ocurre. Si el instrumento es la torre, las campanas, las instalaciones y los toques, todo intrínsecamente relacionado y construido por la comunidad a lo largo de siglos, cualquier modificación supone una destrucción patrimonial a menudo irreversible.
Y no digamos si se añade una intervención arquitectónica, en que, sin documentar los restos existentes, los grafitos, los antiguos mecanismos de toque, se busca una imagen ideal del inmueble, desposeído de su principal valor, es decir de soporte y de caja de resonancia de unas campanas que fueron pensadas para ser la voz de la comunidad.
Los toques tradicionales, las campanas, las instalaciones, los propios campaneros fueron sustituidos por motores sin alma y por instalaciones que sustituían el penoso trabajo del campanero. Mejor hubieran dicho suplantaban porque desaparecían los toques antiguos, sustituidos por otros iguales en todos sitios, según la empresa instaladora.
El fenómeno está por estudiar, pero es sugerente como la mitad de las empresas se decantaron por el volteo, exclusivamente, mientras que casi tantas otras optaban por el repique, una opción mucho más económica y fácil de instalar. Unos pocos, limitados a Catalunya, sustituían, con gran aplauso colectivo, los seculares toques catalanes por otros alemanes, "més harmònics i musicals". Como si los antiguos, durante siglos, hubiesen carecido de armonía y de musicalidad
Desde nuestro regreso a València en 1988 comenzamos a trabajar en dos frentes complementarios para la normalización de aquel patrimonio inmaterial que habíamos conocido en nuestra juventud, los toques de campanas tradicionales.
Por una parte, desde nuestra actividad institucional, se comenzaron, el mismo año, a restaurar algunas torres de campanas (Cheste, Vilafamés) aplicando un programa de restauración, y exigiendo que las empresas lo cumpliesen.
El modelo era sencillo, y sigue siendo útil: se trata de recuperar la sonoridad tradicional, de reproducir con mecanismos avanzados los toques tradicionales, y que dichas instalaciones no impidan el toque manual. Se trata en suma de reponer o restaurar los yugos de madera y la forma de la sala de campanas; de trabajar con las diversas empresas, tanto instaladoras como fabricantes de mecanismos, para que estos nuevos aparatos, ahora gestionados por microprocesadores, sean capaces de reaccionar con las campanas como lo haría un campanero, con una sola diferencia. El campanero hace continuamente adornos y modificaciones para no aburrir ni aburrirse. Por el contrario, si un motor se comporta de manera irregular, está averiado.
Pero el aspecto primordial es la programación cerrada de toques tradicionales, de modo que al pulsar el ordenador se reproducen los toques originales, aquellos que forman parte de la tradición local. Con un complemento esencial: la posibilidad de los toques manuales. Ciertamente, en muchos lugares se apunta que nadie va a volver a tocar. Pero no es menos cierto que si no ponemos los medios, tampoco será posible que nadie pueda expresarse con las campanas.
En estos veinte años la Generalitat Valenciana ha restaurado, de manera directa, una veintena de conjuntos de campanas. A través de una línea de subvenciones anual, asimismo, subvenciona una docena de actuaciones que sirven por lo general de acicate a las comunidades locales para completar el trabajo iniciado. Dicho de otra manera: el empuje institucional de subvencionar la restauración de una o dos campanas en una torre sirve de arranque para que, desde la parroquia o el ayuntamiento, se complete la intervención y se restaure el conjunto. De este modo se han invertido más de 2 millones de Euros por la Generalitat Valenciana en restauración de campanas aunque la inversión realizada por los diversos agentes sociales supera los 6 millones, con más de 600 campanas restauradas, en un proceso que de momento parece imparable.
De manera paralela a esta actividad institucional pusimos en marcha, junto con varios amigos, el entonces llamado Gremi de Campaners Valencians, que ahora se ha convertido en una especie de federación de grupos locales. Tras la creación del Gremi, apoyado por los grupos de las catedrales de Segorbe y València, tuvo lugar el desarrollo de una veintena larga de grupos en diversos lugares de estas diócesis. No deja de ser un motivo de reflexión que en el sur de la Comunitat Valenciana, donde la catedral de Orihuela y la Concatedral de Alacant, se encuentran exclusivamente mecanizadas, sin grupo de campaneros, tampoco existe ninguna asociación de campaneros manuales en su amplio territorio.
El grupo de campaneros de la catedral de València se constituyó como asociación autónoma, encuadrada en el Gremi de Campaners Valencians. Algo similar ha ocurrido con las otras asociaciones locales, que debieron constituirse, en su mayoría, para poder percibir las subvenciones y ayudas locales.
Es una forma muy concreta de mantener el patrimonio inmaterial. Los Campaners son unos voluntarios profesionales, y no se trata de una contradicción. Ciertamente no reciben paga por su trabajo, las subvenciones sirven para financiar sus actividades, principalmente de restauración. Pero requieren una preparación técnica, y un compromiso personal, para enfrentarse a grandes moles de bronce en movimiento o fijas, que les pueden causar muchos daños, a ellos o a otros.
La participación personal en la conservación de las campanas, la ejecución de los toques y la propia difusión, sirve sobre todo, para implicar personalmente a los voluntarios con aquel patrimonio que tratan de conservar, promover y divulgar. Los Campaners cuidan las campanas y las instalaciones porque son suyas y no nos referimos aquí a una titularidad jurídica, sino a una posesión moral o mejor aún a una relación personal con ese patrimonio.
La relación con las campanas (que podría ser válida para cualquier otro elemento patrimonial) implica una acción triple. Por un lado los toques: los campaneros, dicen, no saben hablar sino que se expresan a través de sus campanas. Toques que, por otro lado, tienen una componente de satisfacción personal: es un gozo inenarrable dominar una campana de varios cientos de kilos de peso, o un pesado badajo, que responde a tus impulsos.
El segundo aspecto es la conservación y el impulso de la restauración de las campanas locales. Cada grupo no solamente se encarga del pequeño mantenimiento, a menudo el más eficaz para la conservación preventiva del patrimonio, sino que incita, propone y despliega actividades para que sus campanas, aquellas que tienen más cercanas sean restauradas. Eso supone, por lo general, la recuperación de los antiguos yugos de madera, la instalación de motores y otros mecanismos electrónicos así como de ordenadores que gestionen los toques, en un conjunto que a menudo es inaugurado mediante un toque manual. Somos tan modernos – dicen – que nuestras campanas tienen la más moderna tecnología, pero también se pueden tocar a mano.
También se encargan de la difusión personal, a través de artículos, conferencias, visitas guiadas, explicación de los toques, conciertos (es decir interpretación y explicación de toques tradicionales en otros campanarios y ante un público) así como la utilización de Internet, a través de la página https://campaners.com que sirve de portavoz a la asociación, a los trabajos de sus asociados y a cualquier otro estudio, trabajo, artículo, documento sonoro o visual, relacionado con las campanas y sus toques manuales. Se trata de una página Web ciertamente pesada en cuanto a información y ciertamente monotemática en cuanto a contenido: unas 10.000 campanas inventariadas; 105.000 fotografías de campanas, unos 300 vídeos y otros tantos MP3, amen de casi 3.500 artículos y textos relacionados con las campanas, las instalaciones y los toques. Todo un arsenal para la difusión, el conocimiento y la puesta en común de unos conocimientos que solamente son posibles a través de Internet.
El modelo de restauración y de puesta en uso de las campanas, las instalaciones y sus toques, no sería novedoso desde un punto de vista patrimonial. O quizás si, ya que las actuaciones en patrimonio, sobre todo etnológico e inmaterial, tienden a conservar los objetos, fuera de todo uso, aplicando incluso tecnologías y métodos actuales.
La documentación previa, la utilización de tecnología tradicional y sobre todo la posibilidad de que las personas puedan gozar del patrimonio también actuando sobre él, puede servir de modelo para otras intervenciones.
Durante estos últimos 20 años nuestra principal actividad ha sido la normalización de las campanas, en varios sentidos: normalizar los procesos de restauración, aplicando los mismos modelos y conceptos que su utilizan en otros campos del patrimonio. También normalizar la actividad de los campaneros: no se trata de viejos románticos, sino de gente normal, preocupada por su patrimonio más inmediato (si es normal preocuparse de su patrimonio más inmediato)
La normalización pasa también, y de manera importante, por el reconocimiento social. Se trata de que la comunidad, en el sentido más local, pero también en otro más amplio (el barrio, la ciudad, la comunidad autónoma) reconozca esas actuaciones de los campaneros y las integre como otro hecho patrimonial más, sin diferencia ni exclusión.
Por supuesto el doble modelo o incluso el triple modelo (actuar sobre las empresas, actuar sobre los mecanismos y actuar con los intérpretes) no es útil para todos los aspectos del patrimonio inmaterial. Pero se parece mucho a esas asociaciones de molineros voluntarios de los País Bajos, por ejemplo, que cuidan de sus molinos y los mantienen vivos, en movimiento, transmitiendo no sólo un uso, sino unas técnicas de trabajo y de conservación.
Ciertamente deberíamos aplicar modelos similares para nuestros monumentos vivos, aquellos trabajos y oficios, que necesitamos que sigan vivos, no solo para comprender inmuebles, técnicas o usos, sino para utilizarlos en procesos de restauración. Aunque mucho me temo que estemos haciendo tarde para esto.
(*) Francesc LLOP i BAYO (València - 1951) es técnico de etnología de la Direcció General de Patrimoni Cultural Valencià de la Generalitat Valenciana. También es President dels Campaners de la Catedral de València y se encarga de la coordinación de la página Web https://campaners.com donde incluye muchos de sus inventarios y artículos relacionados con la gestión de las campanas, de los toques y de otros patrimonios inmateriales.
LLOP i BAYO, Francesc (02-12-2008)
© LLOP i BAYO, Francesc (2008) © Campaners de la Catedral de València (2024) campaners@hotmail.com Actualización: 04-11-2024 |