Reconstrucción e interpretación de un espacio sonoro histórico

Las ordenanzas municipales de Requena


Esta comunicación pretende ir más allá de las descripciones de los sonidos en una comunidad, que se limitan a considerarlos "buenos" o "malos" según el volumen sonoro, sin llegar a relacionarlos. Tampoco parece suficiente un acercamiento musicológico amplio, considerando el mundo sonoro que nos rodea como una forma musical que puede ser transcrita.

Se propone la interpretación de los sonidos producidos en y por una comunidad como un sistema sonoro, un espacio sonoro, constituido por diversas perspectivas o paisajes sonoros, íntimamente relacionados con la cultura del grupo, es decir con su idea de medir el tiempo, de categorizar el espacio, de clasificar a las personas.

La interpretación de unas ordenanzas municipales del siglo XIX permitiría, al menos, reconstruir alguna de las pautas que intentaban ordenar el espacio sonoro en la ciudad de Requena.

Ruidos buenos, ruidos malos

Cuando se habla y se escribe sobre el "paisaje sonoro", el "entorno acústico" o cualquiera otro vago término para describir el conjunto de sonidos en el que estamos inmersos, se suele hablar, más o menos implícitamente, de paisajes sonoros "buenos" y de paisajes sonoros "malos". Los "buenos" estarían formados por el canto de los niños, el piar de los pájaros, el repique de las campanas. Los "malos", por el contrario, constarían, sobre todo, de los "ruidos" del tráfico, de las estridencias generadas por las máquinas y muy especialmente por el sonido de esos martillos neumáticos que destrozan, parece ser, calzadas y sistemas nerviosos al mismo tiempo. Estos tópicos quedan bien reflejados en un pequeño artículo de FELIX SANTOS (1986:1), publicado en un periódico de edición municipal: ¿Cuáles y cómo son los paisajes sonoros del Madrid actual? Pues aquí hay de todo, como en botica. Porque a pesar de los pesares, todavía puede oirse en cualquier calle arbolada el piar de los pájaros. En el viejo Madrid, al atardecer, óyese aún el tañer de campanas convocando a los fieles cristianos al rezo del rosario. Y percíbense en los más insospechados lugares las voces blancas de los niños y niñas entregados al alborozo de sus juegos. Pero no son pájaros, campanas y niños, todo lo que reluce. Hay en nuestra ciudad, como en toda gran capital, un molesto telón de fondo hecho de ruidos de motores con mayor o menor cilindrada, camiones, autobuses, coches, motocicletas. Y aquí y allá, cláxones nerviosos, destempladas músicas de reclamo comercial, el bronco parloteo del altavoz de un vendedor o de las caravanas electorales, el empedrado girar de la hormigonera, el despiadado taladrar del martillo neumático. Una selva de ruidos poniéndole cerco a nuestro sistema nervioso.

Hay otros intentos de interpretación dualista de los sonidos en los que vivimos, que suelen estar asociados a "ruidos", es decir a un "excesivo" nivel sonoro, propio de la vida en grandes ciudades, que produce falta de comunicación. El psiquiatra ENRIQUE GONZÁLEZ DURO, citado por GARCÍA (1979?), propone otra doble descripción de los fenómenos sonoros: El psiquiatra Enrique González Duro ve el fenómeno del ruido como un factor más de la vida urbana tendente a evitar la comunicación humana. Él diferencia entre ruidos mecánicos y ruidos humanos. Estos últimos los considera un estímulo para la comunicación entre personas, mientras que aquellos serían una barrera colocada en torno a cada individuo, de forma tal que lo sumen en la soledad y angustia más absoluta. "El ambiente ruidoso de las ciudades atonta y aturde los sentidos hasta unos niveles que pueden dejar totalmente bloqueado al individuo."

Muchos otros, moviéndose entre los tópicos, intentan adscribir lo sonoro a dos categorías, bueno o mala, según su volumen. El notable aumento de los niveles acústicos sería una constante de nuestro tiempo, una desgracia, una de las servidumbres que marca el progreso y la vida en las ciudades. El exceso de ruido actual iría asociado a un derroche de información, aunque no haya a penas comunicación. Así escribe GARCÍA HORTELANO (1985:9): Aún contando con la tenaz tortuosidad de las ciencias aplicadas, resulta curioso que se construyesen las casas a prueba de ruidos en épocas en las que el silencio era habitual, y en nuestras épocas, la viceversa... Consciente de ser oído y oyendo constantemente, el ciudadano, lo quiera o no, se transforma en un enterado. Y una sociedad de enterados ha terminado por convertir el edificio nacional en un piso chalé (el gótico normando de la arquitectura sonora) donde el secreto no sólo es una costumbre anacrónica, sino imposible.

Los sonidos producidos en la ciudad, que se convierte en una selva sonora, poblada por "ruidos" solo interesan para ser controlados; es interesante el título de un artículo de A.G. (1986:8) Mapa acústico para reducir el ruido que se refiere al inicio de un convenio entre el Ayuntamiento de Madrid y el Instituto de Acústica "Leonardo Torres Quevedo", del C.S.I.C.: El trazado del mapa acústico se realizará a partir de los datos obtenidos tras el procesamiento en un ordenador...

Para Jesús Espelosín, concejal de Urbanismo e Infraestructuras del Ayuntamiento, el interés del mapa acústico reside en que "ofrecerá el conocimiento científico de una realidad: los niveles de ruido que existen en la ciudad, por lo que se podrán jerarquizar las soluciones que sea preciso tomar"...

En todo caso, las medidas vendrán dadas en el momento oportuno, tras el conocimiento real de los niveles de ruido de cada zona de la ciudad.

Los aspectos sonoros de una ciudad aparecen como algo negativo, como un indicio de mal funcionamiento que es preciso conocer para intentar mejorar; en este contexto los estudios de los aspectos sonoros parecen quedar limitados a los niveles acústicos altos y su concentración en ciertos momentos y lugares de Madrid.

No pensaba así TIERNO GALVÁN, que sin llegar a descubrir las relaciones entre los sonidos, los consideraba com una forma de comunicación, de expresión. En uno de sus escritos, (1985:29) asocia cierto aumento del nivel sonoro con el tiempo festivo: No hay fiestas sin ruido y, en cierto modo, sin escándalo, y eso es bueno porque se desfogan las emociones; vivimos juntos y no hay violencia, hay apacibilidad. Es incomprensible que no haya quien no sepa hacer concesiones. La ciudad requiere ciertas concesiones, es un ser vivo que reclama que le demos algo de nosotros.

Ese aumento extraordinario y compartido del volumen sonoro puede convertirse también en forma de rebeldía, de protesta, de ostentación, en vehículo de expresión de personas mal ajustadas a las demás o de grupos minoritarios. En uno de sus bandos, dedicado al control de los ruidos, dedica la introducción a explicar las actividades sonoras, y en gran manera comunicativas, de estas minorías, que gozan molestando en las horas de descanso nocturno e incluso durante la siesta (1981): Esta Alcaldía Presidencia ha observado que los ruidos de esta Villa y Corte aumentan hasta hacerse intolerables. Jóvenes sin escrúpulos, que gustan de ostentar prepotencia y mostrarse ante sí mismos y los demás superiores a cualquier norma y acatamiento, vociferan con tal estruendo o producen tales ruidos con las máquinas de correr, que llaman motocicletas, que impiden el sueño apacible y reposado que el trabajo cotidiano de nuestros vecinos requiere. Agavíllanse en ocasiones estos jóvenes, por lo común adolescentes, para que el número aumente el estruendo y fortalezca la impunidad de su deplorable conducta... No faltan tampoco quienes hablan con voz estentórea, gritan o anuncian mercancías, o tocan instrumentos musicales sin el debido y solícito recato, molestando a quienes duermen, sobre todo en las horas de descanso que corresponden a la siesta. Por cuya razón, velando por la paz y sosiego de esta Villa, encarezco a sus habitantes cuiden de su comportamiento para no añadir a las molestias y congojas, que toda ciudad grande ocasiona, las que nacen de la mala educación y poco civismo. En caso contrario, y en previsión de que pueda haber quienes no obedezcan este Bando, manteniéndose con censurable pertinencia en la práctica del estruendo importuno y perturbador, y en virtud de las atribuciones... dispongo...

Los artículos citados no son más que una muestra de la numerosa literatura que asocia ruido a progreso, a vida urbana, a deterioro de comunicación. Una característica común a todos ellos es la consideración de los fenómenos sonoros, especialmente los de mayor volumen, como hechos aislados, sin apenas relación con la ciudad en la que se desarrollan, siendo a todo caso síntomas de desarreglos comunitarios.

La música que nos rodea

La recogida y lectura de los aspectos sonoros como parte de un ritual ha sido realizada, partiendo desde la música, e intentando ir más allá, en el único trabajo publicado en nuestros ámbitos culturales, al menos que conozcamos, que intente encontrar un sentido a estos sonidos colectivos. Propone LABAJO (1984:11/18) extender los aspectos sonoros más allá de la música: Hasta ahora en nuestro país la barrera de separación académica limitaba el estudio a las producciones consideradas de "cancionero", a las que acompañaba, a su vez, la consideración de los respectivos intrumentos musicales de cada zona. Quedaban marginadas así multitud de expresiones sonoras realizadas a través de objetos de uso no específicamente musical y cuanto sonara fuera de unos limitados parámetros normativos... Llamar sin embargo "Música" a todo lo audible resulta arriesgado, y establecer nuevas barreras, carentes de funciones marginativas, es una búsqueda sin tesoro escondido... La música surge, más bien, a partir del momento en que la sociedad se estratifica en clases, en virtur del poder fundado en el cambio mercantil y en la competencia, que la convierten en mercancía de valor, separable de un único contexto, individualizable con nombre propio y susceptible de clasificaciones valorativas desde diversos ángulos. La ceremonia transcrita, un entierro en Galicia, no puede quedar descrita, en sus aspectos sonoros, refiriendo lo conceptuado como música, sino que se trata de recoger todos los elementos que configuran el proceso ritual: Es por ello que trataremos todos los elementos bajo un mismo y único nivel, el de su contribución a la caracterización y reafirmación del rito de pasaje... Seleccionados los elementos sonoros que constituyen la secuencia de nuestro estudio, ésta ha resultado ser marcadamente heterogénea, al parecer integrada con los diversos componentes: SILENCIO, SISEOS, MURMULLOS, LLANTO DE MUJER, REZO DE MUJER, REZO DEL CURA, REZO DE LA COMUNIDAD, CANTO DE LOS CURAS, CAMPANA, COCHE, LLUVIA. Entre estos elementos se confunden las fuentes, las expresiones y las masas sonoras. No obstante, como si se tratase de una partitura de música concreta, estos sonidos forman entre sí la paleta de colores del paisaje sonoro, objeto de análisis... El trabajo parte, por tanto, de la descripción, evolucionando desde la música, desde la música concreta, llegando a intuir un sistema sonoro, de partes interrelacionadas: Nuestra atención, aunque enfocada desde planteamientos antropológicos globales, sólo ha pretendido dirigirse al fenómeno de lo sonoro... El "silencio" es la tonalidad predominante en la casa; el ruido, la distensión sonora, lo es del rito procesional. Es preciso constatar también que, pese a que la producción sonora acompañante y componente del ritual sea incapaz de sobrevivir a su circunstancia, ello no ha sido óbice para poder distinguir en ella comportamientos musicales y tampoco lo es para poder distinguir entre sus ejecutantes roles artísticos específicos. Todos los sonidos "controlados" que hemos tratado aquí, obedecen a una estructura social donde el intercambio ha convertido el rito en un espectáculo diferente para cada vecino, de acuerdo con su capacidad social para incidir en el mismo... Cada uno de los sonidos o masas sonoras que hemos recogido, es portador de valores espaciales, temporales y simbólicos. Todos ellos componen un texto armónico y, sin embargo, las características estructurales y el comportamiento de cada uno de ellos nos habla de una diversidad de comprensión del rito. La amalgama de yuxtaposiciones sonoras temporales, cargadas a su vez de diferentes concepciones del mundo, creando un cuerpo armónico característico, puede ser, sin embargo, la mejor definición del estado de vitalidad y constante transformación del vivir sonoro de un pueblo, como Santa Comba de Gargantós.

De esta manera la autora sugiere una recogida exhaustiva de todos los fenómenos sonoros que acompañan un ritual, y que forman parte intrínseca del mismo. La propuesta amplía notablemente el propósito usual de los que se dedican a recoger los llamados "mapas acústicos": hasta los más bajos niveles sonoros cobran sentido pleno en un contexto, siempre que sean considerados precisamente como parte de un sistema, que es preciso recoger en su integridad, para poder llegar a su posterior interpretación.

Paisaje sonoro, espacio sonoro

No es la primera vez que intento reflexionar sobre un aspecto tan descuidado y sin embargo presente en todas las culturas como es el espacio sonoro de un grupo.

La idea me vino de un pequeño artículo de JOAN F. MIRA, que hablaba del "paisatge sonor", refiriéndose a unos toques de campanas recuperados (1978:7), y he intentado desarrollar, en anteriores publicaciones, algunas características de los toques de campanas tradicionales que transmitían, a través de unos ritmos preestablecidos, una serie de mensajes, más o menos amplia, de acuerdo con las necesidades y la organización social del grupo que se comunicaba a través de esos toques.

Los toques de campanas constituyen, sin embargo, un aspecto muy parcial y sesgado del conjunto de sonidos producidos en una comunidad ya que se producían principalmente para comunicar mensajes, y es fácil encontrar en ellos la estructura de un medio mayoritario de comunicación, que marca y construye el tiempo comunitario, que aplica diversos ritmos adecuados a la importancia social de los acontecimientos y de los actores. De hecho, los toques desaparecieron, por etapas, a lo largo de este siglo, y si llegamos a encontrar algún campanero (lo que no es fácil, pues casi todos han sido sustituidos por motores), sus toques tradicionales solo representarán una mínima parte de los numerosos repiques y volteos que su padre o su abuelo sabían interpretar. No quiero insistir aquí en estos toques, limitándome a apuntar que su existencia, durante siglos, se debió a que estaban apoyados en el más moderno y eficaz sistema de comunicación de masas. La aparición de otros medios de comunicación, menos eficaces (es preciso adquirirlos y tenerlos conectados para recibir los mensajes) pero más inteligibles (no emplean códigos restringidos como los toques de campanas) supuso, a la inversa, entre otros factores, la desaparición de las campanas como comunicación y su creciente empleo como medios de expresión y de producción musical.

Dejaremos de lado las campanas, o mejor aún, las consideraremos como una pieza más del conjunto de sonidos, que creo debe ser estudiado y reconocido como un sistema sonoro, directamente relacionado con el grupo que lo produce y que vive inmerso en él.

El espacio sonoro sería un resultado lógico de las actividades de cualquier grupo. La producción de diversos tipos de sonidos por un grupo humano es evidente, aunque no lo parezca tanto su ordenación. Todos esos sonidos, producidos de manera más o menos inconsciente, no serían más que otro hecho cultural, con una fuerte tendencia a ser ordenados según los valores dominantes del grupo, o por lo menos según los valores de aquellos que tienen poder para marcar las normas comunitarias.

Propongo llamar espacio sonoro a todo el sistema de sonidos producidos por un grupo humano organizado, en sus actividades a lo largo del tiempo y del territorio por los que se mueve ese grupo. Este sistema sonoro estaría formado por sonidos de origen natural y social, estando relacionado no solo con los modos de vida del grupo y con su visión del mundo, con su cultura, sino también con su modo de organizarse así como con sus relaciones con el medio natural y con su nivel tecnológico.

Este sistema total, este espacio sonoro, estaría compuesto de distintos subsistemas, que prefiero llamar paisajes sonoros, esto es de diversas perspectivas de acercamiento al fenómeno total. Estos paisajes sonoros, de acuerdo con la hipótesis, deberán estar organizados según las normas y los valores del grupo. Una de las primeras características que destacan es la presencia de ritmos en el espacio sonoro que reproducen los ciclos temporales, creando igualmente los intervalos de tiempo. Los sonidos producidos por y en un grupo transmiten asímismo información espacial, esto es que marcan no sólo donde se producen ciertos sonidos, sino que revelan concentraciones espaciales que tienen que ver con la categorización simbólica atribuida a esos espacios. Este tiempo y este espacio, revelados por los conjuntos más o menos sistemáticos de sonidos, informan también sobre la organización social: habría una relación entre tipos de sonidos producidos en ciertos lugares y los modos de organizarse y de verse, de representarse ante sí y ante los demás grupos.

El espacio sonoro, el conjunto de paisajes sonoros, es una de las creaciones culturales más complejas, así como una de las realidades de más difícil aprehensión. La ocupación por parte de los diversos sonidos del espacio sonoro, abarcando más o menos espacio, es una ocupación real, instantánea (por lo menos para los efectos de nuestro análisis) pero al mismo tiempo efímera, volátil, que se destruye en el mismo momento de existir. Esta emisión de sonidos total o parcial, que hasta hace poco no podía ser recogida ni conservada, tampoco puede ser captada, como sistema sonoro, en su totalidad, y menos aún ser reproducida íntegramente. De hecho, hoy en día, con la posibilidad del registro magnético de los sonidos no se puede recoger todo un sistema sonoro y reproducirlo, aunque los ordenadores quizás permitan recomponer, en un próximo futuro, paisajes sonoros (que no espacios sonoros) actuales, e incluso paisajes sonoros históricos.

Por tanto hemos de considerar provisionalmente que el espacio sonoro, que los distintos paisajes sonoros son volátiles, irreproducibles, y al mismo tiempo reales. A través de ellos se puede reconocer una serie de informaciones que no sólo reproducen las actividades del grupo, sino que pueden ayudar a organizar o a desestabilizar la comunidad. Es por ello que el control sobre los sonidos ha sido siempre muy severo. Había que controlar la producción, puesto que la reproducción era inconcebible. Era necesario, un control eficaz, y no solo al nivel más tangible, el de la prohibición material: las normas del grupo, asumidas por el individuo, internalizadas y asimiladas como única alternativa posible, han sido siempre uno de los más eficaces medios de control del espacio sonoro. Por ello podemos presumir que los diversos sonidos, los silencios, los volúmenes sonoros van conformando una cierta ocupación espacial, con espacios "sagrados" o "nobles", con espacios de "trabajo" y espacios "de descanso", y también con ciertos ritmos que marcan y denotan el tiempo, el espacio y la organización del grupo, tal y como proponíamos al principio. Puesto que esa ocupación del espacio sonoro era -y es- significativa había que ordenar, de acuerdo con los intereses más o menos mayoritarios del grupo la producción sonora.

Ante la imposibilidad casi absoluta, para el estado actual de los conocimientos científicos, de poder reproducir sonidos pasados, o mejor dicho de poder recoger sonidos de tiempos idos, las normas que intentan regir esa producción sonora en un grupo pueden servirnos para verificar en parte nuestra propuesta. Ahora bien, esa referencia a las normas conlleva múltiples problemas. En efecto, aunque la producción de sonidos por un grupo parece estar regulada de alguna manera, no todos los grupos emplean la escritura para recoger sus normas de conducta, y mucho menos para recoger normas de conducta evidentes para cualquier miembro "normal" de la comunidad.

Esta "evidencia" plantea no pocas preguntas sin respuesta posible: no se escribe sobre lo que todos conocen y en todo caso se señala aquello que se desvía de esa normalidad colectiva y sonora. Las normas, por tanto, solo señalarán la desviación conforme al modelo ideal de comportamiento, y nos van a marcar aquello que se opone a lo "normal" para quien las redacta: el espacio sonoro resultante será diverso y contradictorio, pues intuimos que unos grupos, los que no escriben, actúan de manera negativa para aquellos que precisamente redactan la legislación municipal. Unas normas que intentan controlar las actividades de los ciudadanos son realmente poca cosa para conocer y comprender los ritmos, los volúmenes y la localización de los sonidos dentro de un grupo. Pero de momento no tenemos otra cosa, y por algo hay que empezar.

Las Ordenanzas Municipales de Requena

Vamos a ver por tanto como ordenan o intentan ordenar el espacio sonoro en una comunidad urbana de finales del XIX, la ciudad de Requena, siguiendo sus Ordenanzas Municipales de 1882. Que un Ayuntamiento Constitucional decida redactar y publicar su Carta Magna puede ser interpretado como que un grupo de poder, el grupo que en ese momento detenta el poder en la Ciudad, quiere ordenar esa Ciudad, y también las actividades de los habitantes y de los forasteros, de acuerdo con sus valores. Si nuestra hipótesis es correcta deben marcar tiempos a lo largo del día y del año en los cuales está permitido producir ciertos volúmenes de sonido. También deben indicar lugares donde intentan controlar la producción de sonido. Finalmente el uso y abuso del sonido por parte de ciertos sectores de la población debe estar relacionado con la estructura del grupo, y su mayor o menor cercanía, simbólico y física, respecto a los centros urbanos de poder.

Los legisladores marcan lugares y tiempos en los que debe ser controlado el volumen sonoro. También indican quienes deben disminuir sus producciones fónicas y apoyan todas estas normas en unos valores. Parece que ese Ayuntamiento intenta con sus normas conformar las actividades de los ciudadanos y entre ellas las producciones sonoras, de acuerdo con los valores dominantes entre aquellos que tienen el poder. Y entre los ciudadanos hay otros modos de ordenar los silencios, como veremos más adelante, que intentan ser reprimidos porque chocan con los valores de los que ejercen la autoridad.

Es interesante constatar que unos veinticinco artículos se refieren a este control sonoro, lo que supone cerca de un 12 % del total de 208. Otros aspectos que influyen en las características del sistema comunitario, como son la vista o el olfato, apenas están tratados; así hay unos siete artículos concernientes a la iluminación, mientras que una docena, de modo más o menos implícito, gira en torno a los olores.

Tiempos sonoros, tiempos silenciosos

Las Ordenanzas indican diferentes tiempos en los que está permitido el sonido. El día, la parte de la jornada en la que luce el sol, es momento de ruido; la noche es momento de descanso. Por tanto, aquellas ocupaciones que generan estruendo, deben limitarse a producirlo en cuanto sea de día: en el artículo 100 prohiben a herreros, cerrajeros, carpinteros, hojalateros y en general á nadie que ejerza un arte u oficio, que produzca ruidos violentos trabajar desde las ocho de la noche al amanecer. El artículo 101 confirma el silencio que debe respetarse durante la noche, prohibiendo todo ruido de cualquier clase que sea, que pueda molestar al vecindario y turbar su reposo.

Ese silencio casi sagrado de la noche solamente puede ser perturbado, a lo largo del año, en casos de urgencia, y producido por los agentes de la autoridad; en el artículo 161 se afirma que el sereno que reciba el aviso anunciará por medio de la señal convenida el punto del siniestro, y los demás harán sucesivamente lo mismo. La señal sonora de alarma, y no podía dejar de ser sonora teniendo en cuenta el desarrollo tecnológico de la época, no solamente llama la atención sino que indica el espacio; lugar y momento son dos constantes difíciles de desligar. Pero el día y la noche han de ser momentos de silencio, si el propósito de la acción sonora es producir alarma: la prohibición se explicita en dos artículos, el 94 y el 97, y queda implícita en otros como el 59 o el 150. Así señala el 94 que queda prohibido producir de dia ó de noche bajo ningun pretesto, asonadas ó reuniones tumultuosas en la via pública, mientras que el artículo 97 prohibe producir alarmas en el vecindario por medio de disparo de armas ó petardos, gritos, voces subversivas, toque de campanas ó cualquiera otra forma semejante. También han de ser momentos de silencio el día o la noche si se pretende ofender a alguna de las personas de la ciudad, a través de cencerradas, que son prohibidas terminantemente en el artículo 99 ya sea de dia ó de noche, bajo ningun concepto o pretesto. Las causas, como veremos más adelante, son culturales, es decir relacionadas con el modo de pensar y creer de los que escriben dichos artículos.

El día es por tanto parte ruidosa, por simplificar términos, y la noche parte silenciosa. El ruido del día queda prohibido si afecta al honor o al orden de uno de los habitantes o de toda la comunidad, mientras que el silencio de la noche puede ser roto para avisar de un peligro para algunos o incluso para la comunidad entera. Del mismo modo, el año tiene partes silenciosas y partes ruidosas. De manera general durante todos los días se puede hacer ruido, que debe quedar limitado los días de grandes fiestas cerca de los lugares donde se realicen los oficios. El estruendo puede aumentar, sin embargo, en dos festividades, en la noche de Navidad, citada en el artículo 64, y en Carnaval, que se regula en el artículo 66. Ese exceso sonoro, tiene sus límites: en la noche de Natividad será permitido circular por las calles, con los instrumentos, músicas y regocijos que son de inmemorial costumbre, pero sin cometer excesos de ninguna clase ó genero que afecte á las personas, al decoro de las familias y al buen nombre de este vecindario. El caso de Carnaval es ligeramente distinto: se permite andar disfrazado de día, pero será una señal sonora, el toque de campanas, que ponga fin al desorden ritual; se prohibe llevar la cara cubierta despues del toque de oraciones por la tarde. El artículo 72 regula precisamente las actividades sonoras carnavalescas: tampoco se podrá hacer uso por las máscaras ó comparsas de campanas ó trompetas, cencerros, tambores ú otros instrumentos que molesten al vecindario.

Durante unos pocos días, en Semana Santa, el silencio debe ser rigurosamente respetado, aunque también existen excepciones, producidas por gentes ajenas a la ciudad, como señala el artículo 77: desde el Jueves Santo, celebrados los Divinos oficios, hasta el toque de Gloria del Sábado Santo, no podrán circular por las calles coches ni carruaje alguno, exceptuándose aquellos que vayan de tránsito. Pero la licencia que tienen los que van de paso para producir ruido queda totalemente denegada a los habitantes del lugar por el artículo siguiente, el 78 que prohibe tambien que en los dias de Semana Santa se golpée en las puertas de las casas ó dentro de los templos con mazos, palos ó cualquiera otros objetos que produzcan ruido capáz de turbar las ceremonias religiosas.

Otra notable prohibición sonora se extiende a lo largo del tiempo: de dia o de noche, en días de fiesta o de trabajo se prohibe el empleo de las campanas durante las tormentas, justificándo tal negativa desde los valores "racionales" de los redactores de los artículos, en el 85 queda prohibido tocar las campanas durante las tronadas ó tempestades, para precaver las desgracias que el tocarlas pueda producir por la accion de la electricidad. Volveremos sobre este tema, pero en esta cita es donde mejopr se advierte que las leyes para controlar el ruido pretenden, en realidad, enmascarar una de las posibles formas de ordenar el espacio sonoro, que no corresponde en absoluto con la de la cultura dominante, entendiendo como tal la que tiene acceso a la legislación municipal.

Espacios ruidosos, lugares sagrados

Los espacios reciben asímismo tratamiento con respecto al control de los sonidos. Realizaremos aquí el proceso inverso, partiendo de los lugares más generales hasta los más concretos, los más sagrados. Y el lugar más general, y que marca los límites comunitarios, es toda la ciudad. Así el artículo 150 prohibe terminantemente disparar cohetes, petardos ni armas de fuego dentro de la poblacion. Es ciertamente curiosa la insistencia en el control de los sonidos producidos por la pólvora, tanto festiva como belicosa (léase pirotecnia o armas de fuego), a las que se refieren el artículo 59, el 97 y el 150. Pero se trataba de definir el marco amplio espacial, y este es la población. Actividades sonoras como el disparo de pólvora o la música de las rondas nocturnas solamente serán autorizadas con el beneplácito de las Autoridades; toda la población puede ser sometida al silencio o al ruido, según la voluntad de los munícipes. De acuerdo con el artículo 59 no se podrán disparar armas de fuego, cohetes, petardos, carretillas ú otros fuegos artificiales, dentro de la población sin permiso de la Autoridad. Otro tanto ocurre con las rondas nocturnas, que deben ser autorizadas, según el artículo 98, por la Autoridad, y que de cualquier modo quedan prohibidas por las calles si pueden perturbar la tranquilidad del vecindario, esto es atentar a sus valores. Autorización igualmente necesaria, según el artículo 149, ya que para quemar colecciones de fuegos artificiales se necesita permiso de la Autoridad local.

Si las prohibiciones generales afectan a la ciudad, es decir a sus calles, otras intentan controlar los niveles sonoros de algunos lugares públicos, como los teatros. En el artículo 37 queda prohibido dar gritos ni producir ruido que pueda molestar a los espectadores, mientras que el artículo 40 explicita mucho más el comportamiento de todos los participantes en las actuaciones teatrales: en el teatro se guardará la compostura, órden y buenas formas de un pueblo culto y que exigen las conveniencias sociales, no permitiéndose dar voces destempladas, producir altercados, hacer ruido con los pies, ni con los bastones en los asientos ni el suelo, ni dirigir palabras inconvenientes á los actores, ni á éstos el dirigirse á una parte determinada del público. Los templos y el cementerio son finalmente los lugares más sagrados, y por tanto aquellos en los que debe ser más respetado el silencio. El artículo 64, relativo a los regocijos de la noche de Natividad, señala que en los templos se guardará la compostura que requiere el respeto al Sagrado Misterio que en tal dia se conmemora. También se refiere a los templos el artículo 83, que pretende controlar no solo el acceso a tales lugares, sino rodearlos de una zona de silencio, mientras allí se efectúan los rituales: en los dias de grandes solemnidades, las puertas de los templos deberán estar expeditas para la entrada y salida de los concurrentes, procurando tomar cada uno la derecha, tanto al entrar cuanto al salir, para no dificultar el tránsito; á cuyo efecto no se permitirá tampoco formar corrillos en las inmediaciones de aquellas, ni situar puestos de venta, juegos ni espectáculos en los alrededores, así como cantar ó dar voces mientras se celebren los oficios.

Los cementerios gozan igualmente, de un área de silencio, no solamente cuando son masivamente visitados, sino a lo largo del año, como indica el artículo 86, que prohibe terminantemente que las personas que concurran al Cementerio, tanto en el dia de Todos los Santos ó el dia de los Difuntos cuanto en cualquiera otro del año, se produzcan en aquel lugar con formas, maneras, palabras, gritos ó actos contrarios al respeto que se debe á la memoria de los muertos y al reposo que allí debe reinar. Otro tanto prohibe el siguiente artículo, que pretende la prohibición de formar en el Cementerio corrillos ó reuniones tumultuosas, entrar con carruajes ó caballerías, deteriorar las lápidas y cruces que designen las sepulturas... ni llevar á cabo profanaciones de ningun género.

Tiempo y espacio, necesariamente relacionados, quedan señalados para marcar momentos y lugares en los que se puede producir ruido o silencio, según una serie de valores implícitos, no declarados, pero que deben chocar necesariamente con otras gentes que parecen incapaces de reconocer el momento justo para producir el nivel sonoro necesario.

Gentes ruidosas, pueblo culto

Otra serie de artículos controla (o intenta controlar) las producciones sonoras de "los otros". Y aquí entran una serie de personas, más o menos alejadas de los legisladores, a las cuales es preciso dominar, porque producen ruidos de manera inconveniente. La supresión, el control del ruido que los otros intentan producir, se basa en unos valores propios de los munícipes. A la inversa, podemos reconstruir algunos de los valores sonoros "de los otros", de aquellos que no escribieron jamás sus reglas de conducta.

Los más controlados son precisamente los marginales, aquellos que proceden de fuera de la ciudad, como son los titiriteros, volatineros, gimnastas, músicos ambulantes, prestidigitadores, etc. En el artículo 52 queda prohibido á toda esta clase de industriales, el anunciar sus ejercicios por medio de instrumentos que puedan molestar al vecindario. Abundando en ello, el artículo 57 justifica tales limitaciones marcando que deben producirse tales espectáculos con el debido decoro y el consiguiente respeto á la moral y á las costumbres públicas. Los industriales locales son el siguiente paso de acercamiento a las limitaciones sonoras; vimos por el artículo 100 que aquel que ejerza un arte ú oficio (aquí ya no son industriales) no ha de molestar al vecindario y turbar su reposo, como propugna el artículo posterior.

El siguiente nivel de acercamiento es toda la ciudad. Ya vimos que el artículo 99 prohibía terminantemente las cencerradas así como el 94 y el 97 las reuniones tumultuosas. La ciudad, es decir la vía pública, no puede ser invadida, de día ni de noche, para alarmar al vecindario en general o para afear la conducta de alguno de sus miembros por medio de una cencerrada, en particular.

Tampoco se libra del control un par de costumbres tradicionales, como son las de tocar las campanas durante las tronadas o hacer ruido el viernes o el sábado santo.

La justificación general de todos estos controles acústicos se repite varias veces a lo largo de este articulado, entre otros los 40, 60, 64, 123. Una serie de valores motivan tal control. Por ejemplo, en el artículo 40 en el teatro se guardará la compostura, órden y buenas formas de un pueblo culto y que exigen las conveniencias sociales... El artículo 60 afirma que el público guardará en todos los sitios de general concurrencia la debida compostura, mientras que el 64 va desde el presumido honor de las personas, las familias y la comunidad: será permitido circular... pero sin cometer excesos de ninguna clase ó género que afecte á las personas, al decoro de las familias y al buen nombre de este vecindario. Finalmente, el artículo 123 también se refiere a los espacios públicos donde han de guardarse formas corteses que exige el decoro y buen nombre de todo pueblo culto. Parece, por tanto, que el articulado pretende mantener cierto nivel sonoro en la ciudad, que es vulnerado precisamente por "los otros". Por ello, su comportamiento solamente será permitido si cuentan con el debido permiso de la Autoridad. ¿Cual podría ser el espacio sonoro ideal de esos otros ciudadanos? Tampoco es fácil saberlo, pero es evidente que para ellos la fiesta ha de expresarse, como apuntaba TIERNO, elevando los límites sonoros, y recurriendo a la pólvora, por ejemplo, para marcar y remarcar estos tiempos festivos, sin acudir a ningún permiso, claro.

Del mismo modo, las rondas nocturnas, como las que se dan alguna vez en los pueblos pequeños, que recobran una vida ficticia en el verano con el regreso de sus habitantes emigrados, son algo espontáneo, que emerge de repente, y que no puede ser controlado, so riesgo de perder toda su vitalidad.

Los ruidos producidos por los oficios durante la noche son, ciertamente, una de las consecuencias del nivel tecnológico de las instalaciones. Pero el trabajo nocturno sugiere bajos niveles económicos, casi de supervivencia; en este contexto esa actividad no estaría tanto producida por placer o por ganas de molestar sino por necesidades vitales.

Queda un par de actividades sonoras que el ayuntamiento de Requena trata de prohibir, justificándolas desde sus valores, pero que deben ser explicadas: se trata de los ruidos durante la semana santa y de los toques de campanas contra tormentas. Los primeros acompañaban, en muchos lugares, la muerte y la resurrección de Cristo, cuya vuelta aporta la nueva vida a la naturaleza muerta. Se trata de un viejísimo rito agrario, y también de la expresión sonora del caos al morir el Dios, dejando el universo en suspenso hasta su vuelta. Es evidente que una burguesía urbana no podía comprender ni compartir estos antiguos valores.

Menos aún podían entender los toques contra tormentas. Sus detractores, a caballo entre el XIX y el XX arguían, con los más modernos razonamientos científicos de la época, que las campanas atraían la electricidad, y por ello el Tribunal Supremo llegó a prohibir tales toques. Anteriormente habían sido denostados porque se basaban en "supersticiones", es decir en las creencias que no debe tener un pueblo culto. Más tarde se hablará que los toques de campanas destruyen la tormenta por el efecto sonoro... Todas esas explicaciones son ajenas a los que tocan: hace un par de años pude asistir a una discusión en la que unos campaneros afirmaban que los toques alejaban la tormenta porque eran como una oración, mientras que un sacerdote presente afirmaba que era el sonido quien deshacía las tronadas. Se habían invertido los papeles, o mejor aún, el cura había asimilado unas creencias y desechado otras. De hecho hay estudios científicos contradictorios y no está probado que alejen o atraigan la tempestad. Pero los campaneros creían en su efectividad, y sabían que si tocaban bien se deshacía el peligro y alejaban el temporal...

En resumen, uno o otro sistema sonoro, uno o otro espacio sonoro, que serán ideales si están recogidos en unas reglas, reflejarán, de manera más o menos explícita, no solamente el sistema de creencias, sino las agresiones externas a ese espacio sonoro ideal: los usos cotidianos no son agresiones externas, sino precisamente eso, usos cotidianos, que no precisan ser reflejados, porque corresponden a ese intento, siempre perseguido en vano, de hacer realidad el mundo ideal, intento compartido por todos los miembros del grupo.

Por tanto, el recurso a unas normas para reconstruir el paisaje sonoro de un grupo, no es más que una pobre herramienta para rehacer un hecho cultural, apenas reconocido, como es la producción sonora a lo largo de su tiempo y su espacio. Unas normas solamente pueden reflejar el mundo ideal, el deseo de aquellos que tienen el poder. Pero tampoco tenemos mucho más.

En el fondo solamente podemos mostrar, que no demostrar, que el grupo dominante intenta ordenar el espacio sonoro, esto es los sonidos producidos por la comunidad en el espacio y en el tiempo, y de modo muy especial los sonidos generados por los "otros" grupos, según otros intereses, otros valores, otra concepción de la ciudad. Solamente hemos descubierto como "unos" entienden los ritmos temporales y espaciales, los espacios laborales y sagrados, a través de su intento de control sonoro. La idea de los demás, sus valores, su ideal sonoro no podrán ser descubiertos, directamente, puesto que no emplean ese mismo código escrito para establecer y reglamentar sus comportamientos. Solamente por oposición, cuando el sonido emerge del mar de calma que las Autoridades Constitucionales de 1882, podemos intuir que no todo es silencio cuando ellos desean, que hay más de un modo de ordenar el mundo y de llenarlo de sonidos de vida. Pero hay algo que queremos destacar, por encima de reflexiones sobre un momento histórico concreto: el paisaje sonoro, más allá de otras valoraciones, es sobre todo un paisaje cultural, lo que equivale a decir que la producción sonora (niveles de ruidos, ciclos de silencios, concentraciones espaciales...) no es aleatoria ni independiente del grupo humano que la genera, sino que está directamente relacionada con sus creencias, su organización, sus diferenciaciones, sus ritmos de vida y su nivel tecnológico.

Bibliografía

LLOP i BAYO, Francesc
Comunicación - "I Jornadas de Psicología Ambiental" - Madrid (26 al 28 de noviembre de 1986)

Apéndice

Es preciso agradecer a Rosa CAÑADA SOLAZ y a su hermana MARI CARMEN, bibliotecaria, que me proporcionaron la fotocopia de estas Ordenanzas, cuyo original se encuentra en la Biblioteca Nicolau Primitiu de València, referencia N.P. 35 / f.52, con lo que me dieron la posibilidad de aplicar la propuesta de reconstruir un espacio y un paisaje sonoros e históricos.

ORDENANZAS MUNICIPALES DE LA CIUDAD DE REQUENA VALENCIA 1882
TÍTULO PRIMERO POLICÍA URBANA
CAPÍTULO I. ORDEN PÚBLICO
SECCIÓN 2ª - Lugares públicos de gran concurrencia
2º ESPECTÁCULOS Y DIVERSIONES PÚBLICAS

SECCIÓN 3ª - Titiriteros, Volatineros, Gimnastas, Músicos ambulantes, Prestidigitadores, etc. SECCIÓN 4ª - Fiestas SECCIÓN 5ª - Cementerios
1º DE LOS CEMENTERIOS SECCION 6ª - Tranquilidad pública.
1º ASONADAS Y REUNIONES TUMULTUOSAS. 2ª ALARMAS, CENCERRADAS, ETC. CAPITULO II.
SEGURIDAD PERSONAL
SECCION 1ª - Vía pública
2º PASEOS PÚBLICOS SECCION 6ª - Materias inflamables. SECCION 10ª - Incendios
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