RODRÍGUEZ, Juan José - El Octavo Día: Campanas en Comala

El Octavo Día: Campanas en Comala

Vine a Comala a un encuentro de cuentistas, pero salí a la farmacia y me topé con la Virgen de Talpa (“La Generala”) que andaba aquí de visita, así que me integré de una vez a la peregrinación. Me sentí en un cuento de Juan Rulfo. Pocas veces me he topado con una procesión tan auténtica.

En los pueblos del sur son muy comunes estas peregrinaciones de varios días, incluso una misma imagen visita diversas parroquias y el barrio se pone de fiesta. Toda la noche hay cohetes y campanas jubilosas a cada cuarto de hora.

Una de las sesiones del encuentro se llevó a cabo en Nogueras, poblado cercano a Comala lleno de cafetales y tamarindos, donde en un antiguo trapiche hay un centro cultural y un jardín botánico activo. Dicha sesión fue larga y productiva.

Después de una opípara comida en lo alto del poblado de Suchiate (a diferencia de Sinaloa, estado extendido, distendido y tensonado, Colima es una unidad donde si estás en el centro todo te queda cerca y a bajo precio, a la manera de Yucatán) bajamos a Comala y decidí tomar una reparadora siesta, costumbres salvadora que tenemos los seres de climas cálidos.

Pero me ocurre algo inesperado. Me despierta un ruido que retumba hasta mi infancia. Campanas y campanas con una extraña fuerza persistente.

Primero una sola en una nota constante, como una cabalgata repentina en el sopor de la tarde.

Luego, de súbito otra campana más aguda, con más enjundia y rapidez, como si fuera la hermana menor inquieta que llega a romper el cuadro, con un repique agresivo que se une con la primera largo rato, en un largo puente musical donde la campana mayor después comienza a intervenir en breves momentos, como secos golpes de tambor, hasta posesionarse de toda la melodía e imponer su tono ronco y grave, dejando a las otras dos campanas seguir juntas en su conversación con todo el pueblo, al que llaman a salir a solemne misa.

Salí a la calle. Era el momento en que “La Generala” visitaba la iglesia principal del Pueblo Mágico. Sí, se le llama de esa manera porque ella era la Generala de los Ejércitos cristeros.

Es sorprendente cómo en su rusticidad las campanas logran armar una melodía de escasas notas que enciende una fuerza que sólo se logra con la vibración del alma. Un eco entre medieval y oriental, como esos sonidos que entonan los lamas o el cántico africano mono-tono (que no es lo mismo que “monótono”, palabra que proviene de la misma raíz).

He escuchado carrillones europeos, que son una especie de órganos con campanas en vez de tubos de aire que entonan melodías usando notas musicales y hasta tres octavas, pero el sonido primigenio que logran sólo tres campanas a rebato es algo que inocula el espíritu, sobre todo para quienes vivimos en ciudades donde las iglesias como edificios han ido perdiendo su protagonismo.

El resonar me mandó a mi infancia, de donde no sólo extraje el recuerdo, sino hasta la letra que le inventé a ese sonido alguna vez. ¿Lo escuché en Copala, pueblo de mi madre donde llegué a pasar Semanas Santas completas? ¿Antes aquí en Mazatlán sonaban así las iglesias? ¿Por qué ya no suenan igual? La que está por mi casa no repica debido a que un vecino demandó porque no le dejaban dormir los domingos,

Incluso creo recordar una versión musical más elaborada, con las mismas notas base, en una publicidad Guadalupana que salía en la tele por allá en 1976, cuando Pedro Ramírez Vázquez termino la nueva iglesia del Tepeyac y se hizo un despliegue mediático que no molestó a los intelectuales de la época, que aunque era una izquierda más radical y agresiva, no asumían la intolerancia, envolviéndose en las aguas de pureza del mismo estado laico que luego condenan.

Le pregunté a Pablo Soler-Frost, escritor que ha trabajado el tema los jesuitas, si él conocía el rebato. Me comentó que quizás era algún himno a la Virgen que es tocado en esas circunstancias.

No me quise quedar con la duda y me puse a buscar en YouTube. Y de paso descubro que había muchas grabaciones en diversas iglesias, subidas por los chavos que las tocan, así como fueran esos jóvenes roqueros que suben sus rolas o baladistas sus cóvers en espera que los descubran.

Existe toda una cultura musical aérea las de estos jóvenes campaneros viviendo en la web.

Vaya. Sorprende que no a todas las generaciones les disgusta accionar los altos sonidos eclesiásticos. El personaje de Al filo del agua, de Agustín Yáñez, descubre su vocación de músico y compositor precisamente tocando las campanas de su pueblo.

Pero yo aquí en Comala, escuchando sus campanas, como Ramón López Velarde en esas tardes en que, “oxidada la voluntad, me siento acólito del alcanfor, un poco pez espada y un poco San Isidro Labrador”....

RODRÍGUEZ, Juan José

Noroeste (10-10-2016)

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