CeroCuatro - La campana

La campana


No voy a referirme a la campana de la Merced de Quito, que es la más grande de la capital y que, siendo compañera del reloj más antiguo -por más señas, gemelo del reloj de San Pablo de Londrés, construido en 1817- hoy ya no puede ser golpeada con su gran badajo, debido a la enorme fisura que ha herido su broncíneo cuerpo; tampoco voy a referirme a las campanitas, símbolo acústico y dorado de la navidad, complemento de los renos, trineos y Noeles que jamás -en persona- los hemos visto, peor aún hemos tocado la nieve de los techos o las ramas de los abetos; pero, son los símbolos de la Navidad, deshumanizada, comercializada y propicia a desatar depresiones e infartos por la falta del dinero, y eso con aguinaldo y todo.

En realidad, voy a referirme a una campana que cuelga en un rincón de la parte de la parte alta del "Trilladero". Es la campana que perteneció a mi escuelita, sonoramente llamada: "Instituto Hermano Miguel".

La historia señala que el "Santo del Patíbulo", Gabriel García Moreno, allá por la segunda mitad del siglo XIX, concretamente por el año de 1863 trajo al Ecuador, desde Francia, a los hermanos de las Escuelas Cristianas, émulos de San Juan Bautista de La Salle, el gran educador, hasta hoy admirado y estudiado.

Aquí en Tulcán, en una vieja construcción de tierra, adosada al convento de San Francisco de los padres capuchinos funcionaba la escuela católica "Ordóñez Crespo", dirigida por un hermanito de sotana y capa negras, de cuello blanco y sombrero de ala ancha, al que había de saludarlo, diciéndole: "alabado sea Jesucristo, hermanito".

Los tulcaneños, curuchupas por ancestro y mayoría, resolvieron, a base de mingas, construir el nuevo edificio para la escuela de los hermanos cristianos. Cada niño tenía que ir a las "tejerías" de la "Encillada" y "Chapuel" a cargar sobre sus espalditas dos o tres ladrillos; y, más tarde, cuatro o cinco tejas. Las familias "acomodadas" prestaban sus "toros cargueros" para arrastrar la madera desde las montañas de "Tetés".

Así se levantó el imponente edificio de "cal y canto", gracias al empuje del hermano Hilario y gracias al pueblo, cuyos apellidos hasta hoy están escritos en los tirantes de "La Salle". Alguna otra vez, vieja campana, ¿me llamarás a formar?

"CeroCuatro" (23-12-2004)
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