CERVERA, César - Almanzor, «el Victorioso» que arrastró las campanas de Santiago hasta Córdoba

Almanzor, «el Victorioso» que arrastró las campanas de Santiago hasta Córdoba

Entre sus 56 campañas se incluye un ataque contra la ciudad de Santiago, que fue arrasada y los prisioneros cristianos obligados a cargar con las campanas del templo para ser usadas como lámparas en una nueva ampliación de la Mezquita de Córdoba

«Al-Mansur», conocido por los cristianos como Almanzor, fue el caudillo musulmán más temido de su tiempo y cuyo reguero de victorias sirvió para frenar el avance de los reinos cristianos que empezaban a emerger tras el estrepitoso derrumbe de la Monarquía Visigoda. «Por Dios que jamás volverá a dar el mundo nadie como él, ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar», escribieron supuestamente en su epitafio sobre un hombre que arrastró uno de los grandes símbolos cristianos de la península, las campanas de la ciudad de Santiago, hasta Córdoba. Entre el año 978 y el 1001, el caudillo musulmán encabezó 56 campañas contra los cristianos, que tomaban a estos ejércitos como enviados del demonio, mas sabiendo que muchos profetizaban el final del mundo en el año 1000. No en vano, su herencia se mostró envenenada provocando la guerra civil que terminó para siempre con el califato.

Nacido en 942 en Torrox, cerca de Algeciras, Almanzor pertenecía a una familia yemenita de rango medio pero de gran protagonismo durante la conquista de la primera ciudad de la España visigoda, Carteya, y en la caída del reino visigodo. A pesar de sus orígenes provincianos, la posición de la familia mejoró notablemente con el nombramiento del abuelo paterno de Almanzor como magistrado (cadí) de Sevilla y con su casamiento con una hija del médico del califa Abderramán III.

De adolescente, Almanzor se trasladó a Córdoba para estudiar Derecho y Letras. Su formación –con la intención de ejercer como juez– incluía derecho, interpretación del Corán, tradición profética y aplicación de la ley islámica. Sin embargo, la mala situación familiar tras el fallecimiento de su padre cuando regresaba de una peregrinación a La Meca le llevó a abandonar los estudios y tomar la profesión de escribano. En este cargo, su ambición y talento no tardó en llamar la atención de otra figura emergente en Córdoba, el magistrado Muhammad ibn al-Salim, quien introdujo al joven en la corte. Allí se convirtió en intendente del hijo y heredero del califa Alhakén II y de su favorita, la vascona Aurora, con la cual estableció una relación privilegiada.

El todopoderoso tutor del califa

A la muerte de Alhakén II, Almanzor había alcanzado tanto poder en la corte como para ser elegido por el califa para garantizar la sucesión del príncipe heredero Hisham. Con solo 10 años, el nuevo califa fue una mera marioneta en manos de Almanzor, que se encargó de asegurar su posición y gobernar en su nombre. Aunque las escuelas de jurisprudencia islámicas rechazaban la posibilidad de que un menor alcanzase el puesto de califa –y eso que la tradición omeya andalusí había afianzado la herencia de padres a hijos– la guardia bereber en manos de Almanzor se encargó de disipar cualquier voz crítica. A partir de 976, el caudillo «victorioso» fue nombrado visir e inició su particular guerra de castigo contra los reinos cristianos.

La estrategia musulmana ante el avance cristiano se había basado durante el reinado de Alhakén II en la cesión pactada de tierras a cambio de que disminuyeran los ataques. El general de origen yemení sabía de la superioridad militar de su ejército y no estaba dispuesto a pactar con los emergentes reinos cristianos. Así, emprendió una profunda reestructuración de sus tropas con el propósito de acabar con la organización tribal del califato y las regó de soldados procedentes del norte de África. Cuando sus fuerzas estuvieron preparadas, en 977, el caudillo lanzó una campaña, de casi dos meses de duración, donde saqueó Salamanca y capturó a 2.000 cristianos que trasladó a Córdoba a modo de botín.

Sus incursiones eran rápidas y devastadoras, y recordaron a los cristianos quien seguía mandando

Ente los años 977 y 1002, Almanzor –del que se dice que nunca conoció la derrota– ejecutó un total de 56 campañas en tierras cristianas. Sus incursiones eran rápidas y devastadoras –realizadas durante los meses de primavera y verano– y tenían por objetivo principal recordar a los cristianos quien seguía mandando en la península. Así venció a los ejércitos coligados de Ramiro III de León, García Fernández de Castilla y Sancho II de Navarra en las batallas de Gormaz, Langa y Estercuel (977) y en la de Rueda (978), saqueó Barcelona (985), arrasó Coimbra, León –dejando una sola torre como recuerdo de su gloria– y Zamora (987 y 988), asaltó Osma (990) y castigó Astorga (997).

Mientras su prestigio militar no dejaba de crecer, Almanzor tuvo la habilidad política de respetar el aparato califal y mantener intacta la alianza con Aurora, la madre de Hisam II. Incluso cuando el califa alcanzó la mayoría de edad, fue su madre la que formalmente tomaba gran parte de las decisiones, puesto que su hijo estaba afectado por algún tipo de enfermedad o incapacidad para desempeñar las responsabilidades del cargo. Almanzor hacía las veces de tutor regente. No obstante, la asociación entre la reina madre y el tutor terminó en 996, cuando las maniobras del caudillo para situar a su hijo Abd al-Malik como sucesor del califa se mostraron demasiado evidentes. De hecho, el poder de «el Victorioso» aumentaba a pasos agigantados: la capital estaba en manos de un primo suyo, el ejército lleno a rebosar de sus partidarios y sus alianzas con importantes señores fronterizos le convertían en el hombre más poderoso de la península.

El enfrentamiento abierto entre ambos bandos estalló cuando Aurora se levantó contra Almanzor y su hijo Abd al-Malik, cada vez con más influencia sobre el califa Hisam II, y trató de robar parte del tesoro real para financiar una rebelión armada. La rápida intervención del hijo de Almanzor, quien convenció al califa para repudiar la actuación de su madre, descabezó la rebelión cuando no había hecho más que empezar. Aunque en el otoño del 997 el bando de Almanzor no había logrado aún sofocar la revuelta en el Magreb, donde si habían tenido éxito los partidarios de Aurora, la reclusión de Hisham y de su madre en Medina Alzahira marcó el final de la rebelión y dejó vía libre a que Almanzor sostuviera el control absoluto sobre el califato.

Arrasa Santiago y se lleva las campanas

Para consolidar su poder, la familia Almanzor empleó insistentemente la propaganda de sus éxitos militares, lo que le valió un gran apoyo popular, y se alzó como un riguroso defensor del Islam. Entre las muestras de su fervor religioso –ya fuera real o fingido– se dice que Almanzor copió a mano un Corán que llevaba durante sus campañas, amplió la mezquita de Córdoba (987-990) haciendo las veces de peón en varias ocasiones y se mostró poco compasivo con los símbolos cristianos como hizo gala en Santiago.

Los prisioneros cristianos fueron obligados a cargar con las campanas hasta Córdoba

Coincidiendo con la rebelión impulsada por la madre del califa, Almanzor consiguió una gran victoria militar sobre los cristianos que incremento su apoyo entre el pueblo. En el verano de 997, el ejército del caudillo asoló la ciudad de Santiago de Compostela. Quemó templos y destruyó todo a su paso, respetando solo la tumba del apóstol Santiago. Según la leyenda, los prisioneros cristianos fueron obligados a cargar con las campanas del templo de Santiago hasta Córdoba donde fueron empleadas como lámparas de la nueva ampliación de la Mezquita. También entre el mito y la realidad se dice que las campanas regresaron de forma idéntica a Santiago, dos siglos y medio después, está vez a manos de prisioneros musulmanes capturados por Fernando III «El Santo».

El 9 de agosto de 1002, con unos 65 años de edad, Almanzor murió en Medinaceli de muerte natural. «Fue arrebatado en Medinaceli, gran ciudad, por el demonio, que le había poseído en vida, y sepultado en el infierno», quedó escrito en «La Crónica Silense». Entonces los reyes cristianos celebraron su muerte con alivio; y más tarde sus cronistas inventaron que no fue en cama sino en la batalla de Calatañazor contra sus tropas. Algo tan improbable como que consiguieran derrotarle en vida.

A pesar de sembrar el miedo en varias generaciones cristianas y del éxito militar de sus incursiones, estas no lograron modificar notablemente las fronteras ni evitar la ruina económica del califato. De hecho, la única medida económica realmente efectiva de Almanzor fue precisamente la guerra y la venta de esclavos. Las crónicas moras mencionan que tras destruir Barcelona en julio de 985, «el Victorioso» trajo encadenados a Córdoba a 70.000 cristianos y, tras destruir Simancas en julio de 983, capturó 17.000 mujeres y apresó diez mil nobles.

Por su parte, la dinastía de chambelanes que fundó continuó con su hijo Abd al-Malik al-Muzaffar y luego con su otro hijo, Abderramán Sanchuelo, quien, incapaz de conservar el poder heredado, murió asesinado en el 1009. Su caída marcó el principio del fin del califato centralizado y dio comienzo a su disgregación en taifas.

CERVERA, César

ABC (10-12-2014)

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