Hay poco que decir en días como estos, capaz de consolar o ayudar a entender lo que ha vivido el municipio la última semana. Tal vez por eso Xestosa calló al paso de los restos de Laura Alonso camino del cementerio. El silencio no dejó de temblar un segundo, cruzado por la campana que doblaba insistentemente a difunto con el compás de un réquiem orquestado.
Cuatro mil personas, según Protección Civil, acudieron al funeral y posterior entierro. Más personas que las censadas en todo el municipio. La impotencia de Toén, el dolor de Toén, el llanto, la tragedia de Toén se trasladaron a las calles empinadas de una aldea que se quedó pequeña para hacer sitio a tanta solidaridad y tristeza.
Entre las cinco y las siete de la tarde los vecinos pudieron velar a Laura y dar el pésame a su familia en el centro social. Fueron las dos horas más cortas y largas de la semana. Voluntarios y guardias civiles que durante siete días se dejaron el alma buscando a la joven, ayer acudieron con ese vacío todavía sin cubrir a despedirla, al tiempo que a abrazar a la familia.
El trayecto entre el centro social y la iglesia fue también el más corto y el más largo. Los amigos de Laura trasladaron a hombros su féretro, siguiendo un camino en el que se orillaban cientos de miradas perdidas detrás de gafas oscuras. Se lloró, pero en silencio, dentro de la soledad que cada uno se construyó. No sonó un teléfono móvil. Hasta la tecnología calló en un día que admitía tan poco consuelo. El destrozo interno que dejó la muerte de Laura en sus padres dañaba el corazón de cualquier vecino. Hasta el de un desalmado, si lo hubiese habido. En todo momento debieron ser auxiliados para completar el torturoso viaje hasta la iglesia.
Acudieron al entierro personalidades como el presidente de la Diputación de Ourense, José Luis Baltar, el subdelegado del Gobierno, Camilo Ocampo, o el delegado de la Xunta, Rogelio Martínez, entre otros.
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