MARTÍN, Raúl - La campana mágica de Navamorales

La campana mágica de Navamorales

SALAMANCA24HORAS rescata del olvido nuevos relatos sobre los mitos, leyendas e historias prodigiosas de la tradición salmantina. Desde los albores de los tiempos, el ser humano ha tratado de ofrecer una coherente explicación a cada uno de los elementos que interfieren en este planeta llamado Tierra. Sin embargo, no siempre puede encontrar un motivo racional. Es ahí donde entra el folclore, impregnado de misticismo y fantasía, historias transmitidas en el serano, a la luz de la hipnotizadora lumbre

Iglesia de Navamorales  - Autor: SALAMANCA24HORAS
Iglesia de Navamorales - Autor: SALAMANCA24HORAS

El saber popular, siempre tan certero y rotundo, recoge que nunca llueve a gusto de todos, de ahí que constantemente los labradores miraran al cielo en busca de una respuesta al futuro de sus cosechas y pastos. Si una tormenta amenazaba el fruto de su esfuerzo y sudor para ganarse el pan y porvenir de sus hijos, contaban con elementos mágicos con los que, según se ha transmitido de generación en generación, ahuyentaban la furia de las nubes. Principalmente las campanas de las iglesias y ermitas. Tocarlas o voltearlas eran el bálsamo a la cercana descarga del chaparrón. La provincia de Salamanca no es ajena a estos relatos, como ocurre en Navamorales.

Cuenta la leyenda que las tormentas nunca pasaban por los dominios de este pequeño pueblo al sureste de lo que hoy es la provincia de Salamanca. Ubicado entre montes, era lugar propicio para que las nubes mostraran toda su ira contra los comunes mortales, alardeando del poder de la naturaleza sobre el hombre. Hasta que un día se construyó una campana mágica que los lugareños colocaron en la iglesia.

Encargada a un prestidigitador de oriente, muchos dudaban de las especiales propiedades del metal, pero la primera prueba rebatió todos sus argumentos en contra. El cielo se tiñó de luto y amenazaba con una tromba que ni los más viejos del lugar recordaban. Los más desconfiados regresaron a sus hogares y cerraron con fuerza puertas y ventanas. Los más creyentes permanecieron impasibles en la plaza del pueblo esperando a que la campana demostrase su poder. Las nubes avanzaban rápidamente, como si el dios Eolo también estuviera impaciente por despejas la duda. Y, de repente, cual cúpula invisible sobre Navamorales, las nubes fueron rodeando las casas para continuar hacia Piedrahíta. La campana había funcionado.

Durante varias generaciones las cosechas de esta zona eran las mejores de tierras charras. Nadie sabía por qué. Nadie se lo explicaba. Pero los vecinos de Navamorales sonreían con astucia y guardaban el secreto. Cada vez que una tormenta amenazaba con estropear sus campos sólo tenían que dar la vuelta a la campana de la iglesia y tocarla con fuerza. Así lo hicieron una tarde a comienzos del otoño, en que la gota fría se cernía sobre ellos. Como era costumbre un mozo subió hasta el campanario, volteó la campana y su tañido comenzó a resonar por toda la comarca. Pero tal fue la fuerza que empleó en el golpeo que la campana se resquebrajó. El zagal no sabía qué hacer. Sabía que si continuaba podría terminar destrozando el metal, pero la tormenta estaba ya prácticamente en el pueblo. Así que no cesó en su empeño. La tormenta pasó de largo, pero la campana se hizo añicos.

Los vecinos de Navamorales, horrorizados, recogieron cada uno de los pedazos y los enviaron al mismo fabricante para que rehiciera la campana cual ave fénix. Un mes después, estaba de vuelta. Hubo una gran fiesta y la campana regresó a su lugar. No tardaron en comprobar sus efectos. Horas después una tormenta llegaba desde los montes de El Tejado. El mismo joven con cuyo ritmo se resquebrajó la campana subió a la iglesia, besó a su admirada compañera, la volteó y comenzó a acompasar la melodía que ahuyentara las negras nubes. Pero la oscuridad se apoderó del pueblo y el agua descargó con fuerza sobre las cabezas de los lugareños. La campana había perdido sus propiedades mágicas. Desde entonces, Navamorales dejó de estar protegida contra las tormentas.

MARTÍN, Raúl

salamanca24horas.com (05-10-2014)

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