FERNÁNDEZ MARÍN, Juan - ¿Por quién voltean las campanas?

¿Por quién voltean las campanas?

"Sabes cómo llamo yo a Dios? Pues muchacho. A mi edad, comprenderás. ¡Pero si Jesús tenía sólo treinta y tres años cuando lo mataron! Era sólo un chaval. La suerte es que está vivo. Ahora está vivo". Estas palabras entrecomilladas las pronunció Gloria Fuertes, esa mujer sabia, inteligente, llena de ternura, buena. Pan tostado con mantequilla y versos.

Una manera sentida, entrañable de describir la Resurrección de Cristo, la Pascua cristiana. Porque Pascua es eso: la alegría por un muchacho judío, moreno, pobre, artesano, predicador al aire libre, de treinta y tres años, asesinado ayer, por decir verdades como puños, crucificado entre dos delincuentes y hoy resucitado. El gozo callejero de los nazarenos vestidos de blanco es porque él está vivo. Por él están ahora mismo volteando las campanas de las iglesias.

El volteo de las campanas se oye desde los cuatro puntos cardinales de la ciudad y de cada pueblo, pero ¿hacemos caso a su tañer glorioso? ¿Es posible escuchar los aleluya pascuales en este país crucificado por la crisis, en este patio de monipodio, de sainete esperpéntico, de ceremonia de la corrupción salpicando personajes e instituciones, mostrando salvajemente el rostro pesetero de una total falta de ética?

- Querida Gloria Fuertes, ¿por qué puerta lograste salir de este laberinto de granujas y ladrones y alcanzar tu mundo tan poéticamente pascual?

- Sinceramente, por la puerta del corazón. Metiéndome en mi misma y abrazándome a Dios.

Seguro que tenemos que empezar por ahí. ¡Todos! También los que nos quejamos, los que lamentamos el mal que nos rodea. Hemos de encontrar la llave blanca de las puertas del corazón y bajar hasta el hondón más profundo. Descender a nosotros mismos para oír, para escuchar los tímidos aleluya cristianos. Esos aleluya que se oyen como música silenciosa entre el clamor herido de millones de hombres y mujeres, de ancianos y de niños, de oprimidos y marginados que nos empujan a mirar el Evangelio y su inesquivable apuesta por los pobres. Percibir el aleteo débil, casi imperceptible de todos los resucitados con Cristo: los pacíficos, los justos, los pobres, los hambrientos y sedientos de justicia, los misericordiosos. Hay que afinar el oído, prepararlo. De no ser así no los oiremos, como Goethe no oyó a Hölderlin ni las Cumbres contra la pobreza oyen el clamor inagotable de los pobres y los hambrientos. Y eso que allí se juntan un montón de Jefes de Estado.

"Hay que compartir los recursos", dicen siempre los documentos finales, firmados por tantas plumas de oro y conteniendo tan pocos compromisos concretos. Por eso los poderosos no se inmutan, saben que no hay revolución a la vista, que son sólo palabras que quieren dar a entender buenas intenciones, ejercicios de gimnasia política sobre la vida y la muerte de los pobres de la tierra.

Es increíble ver cómo hilvanamos -ellos y nosotros- cadenas de palabras que hagan el suficiente ruido para que no llegue a herir nuestros oídos el llanto y el dolor de los sufren, el clamor de las inmensas mayorías empobrecidas y las amplias minorías marginadas: mujeres, niños, enfermos, ancianos, emigrantes, indígenas, campesinos.

Ojalá el volteo glorioso de las campanas nos ayude a descubrir la gran hipocresía con que el mundo de los poderosos trata al Tercer Mundo, comprando, por unos míseros centavos, sus materias primas y vendiendo nuestros productos a precio de oro. Y la mentira podrida de llenarles la mochila de misiles y otros juguetes de guerra, fomentando la cultura de la muerte, mientras se nos llena la boca de deseos de paz y de concordia. "La pobreza en última instancia significa muerte", escribe, con su acostumbrada lucidez evangélica, el teólogo de la liberación Gustavo Gutiérrez. También el papa Francisco nos pide "acoger con afecto y ternura a todas las humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños, al hambriento, al sediento, al desnudo, al forastero, al enfermo, al encarcelado".

Es Pascua. Por eso voltean las campanas. Aquel joven tostado por el sol, acompañado de multitudes, de nombre Jesús, vuelve a romper la piedra del sepulcro y a levantar en vilo la dignidad humana. Jesús vive. Y vivirá para siempre donde quiera que los seres humanos se amen, se comprendan, compartan y se ayuden. Y en el frescor del agua, la música del aire, la mirada de un niño, la rebeldía de los oprimidos, la lucha por la justicia. Por eso repican las campanas, por Jesús, ese muchacho, eternamente joven que sigue vivo entre nosotros: ¡Aleluya!

FERNÁNDEZ MARÍN, Juan

La Opinión (31-03-2013)

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