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El amo de las campanas

Llorenç Barber, 35 años de aventuras sónicas

El artista español halló en el sonido de los bronces un medio de expresión musical. Después de 15 años regresa a Popayán, para hacer lo que él llama “arte público sonoro”.

El amo de las campanas - Autor: Elespectador.com
El amo de las campanas - Autor: Elespectador.com

¿Qué recuerda de su presentación en Popayán hace 15 años?
El concierto lo hice a medianoche. Fue fantástico, porque era la primera vez que hacia sonar los campaneros de esa ciudad. Me gustó mucho esa sensación de ser dueño de la noche. Mucha música nace de la oscuridad, de lo desconocido y de encontrar algo que uno no sabía que estaba allí.
¿Qué tiene de especial está presentación?
Las personas con las que voy a tocar, casi todos son jóvenes de otro generación y se enfrentan por primera vez a una aventura sónica campanera, eso le da un carácter de continuación. Deberíamos hacer esto una vez por decenio para que nuevas generaciones se sumen a descubrir este acto.
¿Qué significan las campanas?
La campana es el instrumento del transito, de lo que está entre el suelo y el cielo. Nadie sabe cómo va a sonar una campana mientras no la suene. Cada persona va a escuchar los sonidos de una manera distinta, porque todos tienen una biografía personal, familiar e histórica.
¿Tiene algún proceso previo al concierto?
Desde que bajo del avión, lo primero que pido es hacer una visita con detalles para escuchar uno a uno los sonidos de las campanas. Acá, por ejemplo, empezamos a las nueve de la mañana y a las seis de la tarde paramos.
¿Su trabajo tiene algo de religioso?
Sí, pero entiendo la religión por medio de las campanas. No necesito ni curas, ni papas, ni reyes, ni hostias. Todo eso queda para los que no se enfrentan a su destino individual.
¿Se siente más cerca de Dios?
Lo de Dios lo dejaría para el momento de la muerte, porque mi presente es con mis vecinos, con los que me enfado, con los que ayudo o me ayudan, los que me soportan. Me baso en las relaciones humanas porque no me gusta ponerme dos ladrillos más en los hombros. El problema de la vida lo tenemos que tratar de vivir, resistir y mejorar.
Usted se ha presentado en ciudades como Bogotá, Cartagena y Popayán. ¿Qué características acústicas tienen esos lugares?
En Bogotá, por cuestión de tiempo, no lo supe. Reduje mi concierto a la iglesia de San Francisco. Cartagena es una ciudad muy húmeda y calurosa, tiene un conjunto campanero inestable, muchas de sus campanas están en el suelo. Finalmente Popayán es una ciudad asentada en su propio pasado, sus campanas han sido elaboradas muy artesanalmente y muchas de ellas están rotas porque cayeron al suelo en el terremoto.
¿Qué despertó su interés en este tipo de arte?
La música no es una contemplación que uno se sienta y se la come solo, es celebración rodeada de los otros, es fiesta, convivencia y compromiso. En los auditorios se premia el virtuosismo y no lo distinto, ni la aventura, y sobre todo que sea un arte donde todos sean llamados. Soy un músico de cohesión social, por eso hago arte público sonoro.
¿Cómo reaccionó la gente al ver sus primeras presentaciones?
Fue muy gozoso. Desde que decidí dedicarme a esto he visto cómo la gente, al escuchar el concierto, llora, se abraza, hace el amor... y otros que duermen. Creo que a la gente le gusta porque, si no fuera así, no estuvieran pidiéndome de vuelta en sus ciudades.
¿No le interesa mezclar el sonido de las campanas con sonidos contemporáneos?
La campana no lo necesita. Cuando me han propuesto hacer conciertos de música electrónica y mezclarlo con el sonido de las campanas no me llama la atención. Cuando hay problemas con las campanas, los campaneros lo acompañan con el sonido de un tambor o con un trompeta, pero no con el fin de modernizar el sonido.
¿Qué sensación le genera tener un oficio que las personas sólo pueden conocer con su presencia?
Me gusta, pero me interesa ser útil. El arte tiene la obligación de salirse de la rutina. Si no se sale de la cotidianidad tiene que ser muy sublime como para poderlo destacar. He trabajado para que la universidad y la ciudad encuentren un lugar común llamado campana.

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Elespectador.com (13-03-2013)

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