BOTÍAS, Antonio - Los alemanes controlan el reloj de la Catedral

Los alemanes controlan el reloj de la Catedral

Desde hace seis siglos, cuando apaciguaba a los huertanos, nos contempla desde la torre

Nuevo. Operarios de la relojería Valverde preparan la renovación del reloj en 1997 - Autor: LÓPEZ, Juanchi
Nuevo. Operarios de la relojería Valverde preparan la renovación del reloj en 1997 - Autor: LÓPEZ, Juanchi

Si pudiera hablar ya lo habrían desmontado. Porque es posible que no exista testigo más omnipresente que el reloj que corona la torre de la Catedral, con sus dos esferas que, a modo de descomunales ojos, contemplan desde hace siglos las idas y venidas de los murcianos, sus cuitas y deleites, sus entradas y salidas.

La necesidad de un reloj público no era una cuestión baladí en aquellos tiempos. Sobre todo, por las continuas desavenencias entre los huertanos en el reparto de las tandas de riego, de las que dependía el sustento de sus familias. Ya a mediados del siglo XV, la ciudad contaba con un «medio relox» y con su propio relojero oficial, de quien las crónicas recuerdan el nombre: Mohammad Chelví. Cobraba doce florines al año por custodiar y mantener en funcionamiento el ingenio que pronto se reveló insuficiente.

El Concejo de Murcia, mientras impulsaba la fabricación de otro reloj, decidió entonces vender una lombarda, un enorme cañón cuyo precio sirvió para comprar cobre y dar forma a una campana que anunciara las horas desde la Catedral. Consta en los anales de la ciudad que en junio de 1459 Murcia disponía de la pieza, realizada por «el maestro Juan, maestro de hacer el arte del relox».

Rastrear a los distintos responsables del reloj a través de la historia no es una tarea complicada ni exenta de sorpresas. El nombre de uno de ellos, según descubrió el profesor y sabio murciano Juan Torres Fontes, aún perdura cincelado en la espléndida reja del altar mayor, también obra de aquél: «Anton de Biveros me fecit ano de mil CCCCIIIC».

A finales del siglo XVII, se fabricó una nueva campana para el reloj, llamada en un principio María de la Paz y luego Fulgencia, que después se quebró. Lo mismo sucedió en 1787, cuando se encargó de su reparación el campanero granadino Francisco Venero.

En 1940, el Ayuntamiento de Murcia sacó a concurso la instalación de un nuevo reloj, con la condición de que presentara «un insuperable aparato de maquinaria». Solo concurrió a la subasta el relojero murciano Juan Morales, quien se encargó de su fabricación por 33.835 pesetas. Una bicoca si se tiene en cuenta que su posterior colocación costó a las arcas municipales más de 20.000 pesetas.

La pieza estuvo expuesta en el célebre comercio La Alegría de la Huerta para disfrute de los murcianos. Sin embargo, el anuncio de la exposición casi pasó desapercibido porque aquél mismo día Hitler invadía Francia, a Franco lo aclamaban «cien mil personas» en Madrid y los disturbios en Tánger copaban las portadas.

El reloj inició su marcha el 14 de junio de 1940. Marcaba las horas a golpe de campanada pero aún restaba instalar las dos esferas en las fachadas de la torre. Una de ellas, la de la plaza Hernández Amores, se rompió durante los trabajos y fue necesario sustituirla. El 11 de septiembre de 1941 un rayo volvería a averiar la pieza.

Campaneros y relojeros fueron forjando a través de los siglos numerosas leyendas y misterios que, en algún caso, aún perduran. De todas ellas es célebre aquella que reza, sin más fundamento histórico que la antigüedad que adorna el chisme, cómo un campanero descuidado fue lanzado al vacío por una de las campanas. Casi cien metros de caída fueron suficientes para que algunas ancianas aseguraran más tarde que lo habían visto «cabalgar sobre el diablo». Pero esa es otra historia.

En febrero de 1966 otro misterio asalta, desde las páginas de 'ABC', a los españoles. El reloj de la Catedral, a pesar de estar parado desde hacía un tiempo, daba las campanadas de forma puntual. Al menos, a través de Radio Nacional, emisora que cada hora retransmitía el ancestral sonido. «Son las dos en Murcia», decía el locutor. Y sonaban las campanas. Entonces se descubrió que el sonido realmente correspondía a las campanas de la Catedral pero era una grabación. El redactor, con cierta sorna, advertía que en Murcia «muchos son los que oyen campanadas y no saben dónde».

Su céntrica ubicación siempre ha permitido a los murcianos velar por el buen funcionamiento de este reloj, con sus dos enormes esferas. Y no ha provocado pocas críticas cuando, siempre de forma imprevista, se han detenido sus agujas. Enumerar las ocasiones en que la maquinaria ha dejado de marcar las horas sería una tarea desproporcionada. Desde la inauguración hasta que fuera renovado en 1997, casi no ha existido un año en que el reloj, testigo sonoro del devenir cotidiano en la ciudad, no haya dado algún susto. Con el correspondiente enojo de la ciudadanía y la lógica catarata de informaciones en la prensa.

La popularidad de la pieza y sus constantes averías incluso propiciaron que 'La Verdad' llegara a dar voz impresa al reloj que, en una divertida entrevista en 1964, advertía a través de la pluma del redactor de turno: «He iniciado una huelga de agujas caídas». Pero aún habría de esperar algunos años la torre para lucir nueva maquinaria.

En 1997, la relojería Valverde asumía la renovación del cálculo del tiempo desde lo alto de la Catedral. Maquinaria francesa, central electrónica, electromazos y esferas de cristal de metacrilato fueron algunas de las innovaciones que se propusieron.

Apenas hace una década; pero resultan suficientes para saborear algunas de las expresiones que se utilizaban para el nuevo reloj. «Tendrá una antena de radio, mediante la cual recibirá las señales horarias del reloj atómico de Alemania, que le irá corrigiendo la hora automáticamente en milésimas de segundo». Así que, aunque muchos murcianos lo desconozcan, los alemanes vienen precisando el latir horario de la ciudad desde entonces. Si es que funciona la antenita, claro.

BOTÍAS, Antonio

La Verdad (03-07-2011)

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