CAZORLA LEÓN, Santiago - Las campanas

Las campanas

Las campanas son para los templos, sobre todo catedrales, los instrumentos claves que orientan a los fieles al seguimiento de los cultos religiosos.

El nombre le proviene de la Campania por ser ésta la región de donde salen los mejores bronces.

El origen del uso de las campanas es muy remoto. Los primeros documentos que hablan de las campanas de la nueva iglesia de Santa Ana son del segundo decenio del siglo XVI.

En un acuerdo del mes de octubre de 1515, se lee:

“Se ordena que las campanas y reloj se pasen sobre los Caracoles en manera que estén seguramente y lo mejor y más fuerte que se pueda.” (Cabildo, octubre de 1515. Lib. 1, fol. 12 vt.)

El 5 de noviembre del mismo año se alude indirectamente a las campanas cuando:

“Se da comisión a los Rndos. señores Deán, Chantre y Arcediano de Tenerife para averiguar y concertar con Luján los arcos de los caracoles para las campanas.” (Ibídem).

El 29 de agosto del siguiente año 1516 se autoriza al Deán y al Tesorero:

“Para que puedan dar asiento con Pedro de la Puebla sobre la traída de dos campanas para esta iglesia que sean por el precio y del tamaño que a los dichos señores les pareciere e para ello puedan hacer cualquier escrituras que convengan.” (Cabildo, 29 de agosto de 1516. Lib. 1, fol. 22 vt.)

Casi un mes más tarde se le ordena a don Zoilo Ramírez que cobre la deuda de Santa Gadea para poder subir a los Caracoles las campanas y el reloj:

“Ordenamos e mandamos que venido Dorantes de Tenerife si luego Santa Gadea no pagase lo que debe a la Fábrica, que el canónigo Zoilo Ramírez venda luego las prendas que dicho Santa Gadea tiene para que los maravedís que de ellos se hubieren se hagan para las campanas y reloj a los Caracoles, lo cual si el dicho canónigo no obrare en la dicha manera pierda un mes de lo ganado de su prebenda y que habidos los dichos maravedís el señor chantre haga las dichas campanas y reloj.” (Cabildo, 22 de septiembre de 1516, Lib. 1, fol. 23 vt.)

Y el 3 de julio de 1520 el Cabildo:

“Da comisión al canónigo Tamariz, Mayordomo de Fábrica, para que envíe a Flandes por dos campanas de veinte quintales, la una de trece y la otra de siete, las cuales han de ser muy buenas y sin pelo, ni inconveniente alguno a contento de los dichos señores, por manera que se le da la dicha comisión, para que lo menos precio y menos riesgo que pudiere se concierte con el que las ha de traer.” (Cabildo, 30 de julio de 1520. Lib 1, fol. 79 vt.)

Estas dos campanas de Flandes estaban en La Palmas de Gran Canaria el 6 de septiembre de 1521. En un acuerdo de ese día se escribe:

“Este día el señor Prior, Mayordomo de Fábrica, pagó a Adrián, criado de Carmelas, doce doblas por los fletes de las campanas y bornes que trajo.” (Cabildo, 6 de septiembre de 1521. Lib. 1 fol. 90 vt.)

Este último documento parece indicarnos que anteriormente no hubo pacto con Pedro de la Puebla y que tampoco don Zoilo Ramírez subió campana alguna a los Caracoles en la fecha anterior.

La catedral, con la llegada de los holandeses en 1599, se quedó sin campanas. Y el Cabildo, inmediatamente, al marcharse aquéllos, acuerda adquirir otras.

El 20 de diciembre de 1599:

“Manda que se traigan las campanas que sean necesarias para un juego en el estilo que ahora se usa, según la relación que hicieren Bayón y Antonio Hernández, que podrá tener capacidad el campanario para sustentar los quintales que señalaren.” (Cabildo, 20 de diciembre de 1599).

Pocos días después insisten en lo mismo, pero puntualizando:

“Que se traigan las campanas que sean necesarias para los Caracoles, como estaban antes, sin embargo de la orden que se había dado por los inconvenientes que se han representado, y que Bayón diga de los quintales que serían menester, y Antonio Hernández, y que se envíen por el Cabildo por el navío de Pascual Leardín.” (Cabildo, 11 de enero de 1600).

Pascual Leardín cumplió su encargo y en marzo de 1601 presentó un recibo detallado de seis campanas traídas de Malinas, cuyo costo había sido de 30.363 reales con más el 24 por ciento de su ganancia que suman un total de 37.650 reales. Su ganancia había sido 7.267 reales.

Las cuentas de las campanas, tomadas del Libro de Recuerdos de 1602-1622, dicen textualmente:

Campanas hechas en MalinasLibraSueldoDinero
Seis campanas que pesaron 11.476 libras, peso de Flandes a 16 escudos y medio el quintal de primer costo, montan 22.719 reales y son 114 quintales 3 arrobas y 1 l.
Por derecho de salida de Bravante5112
Por peso o sisa34
Por la carena del peso16
Por peso de la romana92
A los guardias por sus derechos26
Por los trabajadores que ayudaron a pesar26
Por las llevar de paso del río17
Por las descargas de las carretas117
Por las embarcar en las carenas122
A los trabajadores de la carena34
Por aderezo de palos y artificios de carga más descarga68
Por siete hombres que asistieron a lo dicho1
Por otros pertrechos5
Por ocho hombres que estuvieron en el carro toda la noche para con la bajamar descargarlas en el río168
Por sacar una campana que se cayó en el agua8
Por pasarlas al río15
Por sacar la campana mayor que reventó el carro15
Al Corredor3
Al dicho por asistir a la descarga y carga2157
A Jerónimo Barbruegue por la factoría8711
Por dos testimonios del Cabildo de Amberes para sacar las campanas10
Por un testimonio de los almojarifes del peso14
Por un testimonio del Magistrado para que ninguno le ponga impedimento7
Por Antonio Lobo y Guillermo Antonio por traerlas a Santomé que es frontero a Francia 76 leguas4010
Por el acarreo de Santomé hasta Calés de Francia18106
Por la salida de derechos822
Por entrada y salida en Calés, derechos3668
Por las descargar y enviarlas con carros a la nave que las truxo1117
Por pesos de la romana34
Por dos barcos que las embarcaron en el navío910
A los marineros210



128libras=288reales
Por los fletes de Calés a Canaria400reales
Por seguro de 24.000 rs al 13 por ciento3.120reales
Por la descarga de las campanas en esta isla y que se pagó por mitad222reales
Dos ducados por pipas y trallas22reales

30.363reales(sic)
Por un esquilón que se hizo en Roan que pesó 206 libras381reales
Por el flete de Roan a la mar12reales
Por derechos en Roan18reales

(Libro 4 de Recuerdos, 1602-1622, fol. 13)

El 9 de julio de aquel año 1601 no estaban todas las campanas en los Caracoles. Ese día se acordó:

“Que se suba la tr. Campana que dice Bayón que se podía subir, el señor canónigo Cairasco y el canónigo San Juan no fueron de ese parecer, sino que se trate con un capitán de una nave extranjera que la suba asegurando su subida.”

“El 27 de mayo (1601) se libraron a Agustín Trujillo vecino de Moya 140 reales que se le debían de la madera que truxo de la Montaña para asentar las campanas en el campanario.” (Cuentas Fábrica, 1601-1621, fol. 3)

“El 15 de julio de 1601 se pagan cuatro sogas camelleras y tres toallas para subir las campanas al campanario.” (Íbid.)

“El 7 de abril del mismo año se libraron 213 reales y medio para pagar el acarreto y oficiales que asistieron a traer el órgano y las campanas del Puerto a la ciudad.” (Íbid.)

Y también se libraron a

“Antonio Hernández herrero, 50 reales por el adobio del esquilón que vino de Flandes

y lo concertó el canónigo Cairasco.” (Íbid.)

Este esquilón lo consagró el obispo Dávila en su Palacio en 1734:

“Acordóse que el Mayordomo de Fábrica haga bajar el esquilón y llevarlo a casa del Iltmo. Señor Obispo nuestro Prelado para consagrarlo como su Iltma. ha ofrecido y hecho se ponga otra vez en su lugar.” (Cabildo, 8 de julio de 1734)

El esquilón de Rouen se quebró a mediados del siglo pasado, y con su material por mediación del Conde de la Vega Grande, se fundió el que hoy tenemos, en Londres, por la cantidad de 2.160 reales, pero descontando de esta cantidad el costo del material aportado. Se colocó en la torre en agosto de 1857. (Cuentas de la Mayordomía de Fábrica de 1868).

Las restantes campanas de Malinas fueron consagradas el 21 de agosto de 1738 por don Domingo Pantaleón, en el altar que se formó arriba sobre la iglesia:

“El 21 de agosto de 1738 el Arzobispo de Santo Domingo el Señor Dc. Don Domingo Pantaleón Álvarez de Abréu, Arcediano titular que fue de esta Santa Iglesia, consagró las cuatro campanas de la torre con los nombres siguientes: nuestra Señora Santa María de la Antigua la campana grande que cae a la plaza; la de enfrente que cae sobre la iglesia San Pedro Apóstol; la que cae sobre la puerta mayor Señora Santa Ana; la de enfrente que mira hacia San Martín Señor San José; y la del reloj San Juan Bautista. Formóse altar arriba sobre la iglesia.” (Libro de Recuerdos, 1777-1807, fol. 242 vt.)

“El Señor Dr. D. Domingo Pantaleón Álvarez de Abréu natural de la isla de La Palma, Arcediano titular de esta Santa Iglesia fue promovido al Arzobispado de la isla de Santo Domingo, alias La Española, Primada y Metrópolis de las Américas; llegó la noticia a esta isla el lunes 29 de julio entre las cinco y seis de la tarde... Consagróse en el altar mayor de esta Santa Iglesia por el señor Obispo Dávila, el señor deán Massieu y el señor tesorero Manrique el domingo 17 de agosto de 1738; el día antes y se hicieron grandes fuegos en la plaza mayor mandado hacer por su padrino y sobrino el coronel Lázaro Álvarez de Abréu que vino a la función.” (Íbid. Fol. 231 vt. Y A. S. Leg. 125)

Las notas de las campanas traídas de la ciudad de Malines de Flandes son la de MI para la del Este o de San Pedro; la de FA para la del Norte o de San José; la de FA SOSTENIDO para la del Sur o de Santa Ana; y la de SOL para la del Oeste o de la Antigua.

La campana de la Antigua se la denomina también la campana grande porque es la mayor; la de San José, de San Martín, porque miraba hacia aquel hospital que estaba al lado; la de San Pedro, la campana chica o la de la iglesia, porque miraba hacia ella; la de Santa Ana, la semitonada.

La campana de San José que mira al norte y tenía la nota musical de Fa se quebró en 1852 y hubo que llevarla a Sevilla para fundirla de nuevo. El Cabildo recibió una carta escrita en Sevilla por don Luis Crosa, a la que alude el siguiente acuerdo:

“Que es muy difícil que la campana que por su conducto se ha mandado a Sevilla para fundir saque el tono de FA natural por el diapasón de París, por lo cual sería conveniente tomar noticias de otras personas que se hallaren ser más impuestas para la fundición de dichas campanas en la calidad que se exige; se acordó que se haga la fundición en Sevilla.” (Cabildo, 1 de febrero de 1853)

La campana que se fundió en Sevilla y llegó a las Palmas de Gran Canaria con medio tono más bajo, lo que equivale al SI de la escala, coincidiendo con la campana del Este o de San Pedro. Su cuenta original en encuentra entre los Legajos Corrientes.

En la pandectas del campanero hecha en 1722 aparecen las cuatro campanas tocando a Laudes antes de tener nombres de Santos o ser consagradas:

“Los laudes se tocan luego que se comienza el te Deum laudamus dando seis campanadas con la de San Martín, seis con la semitonada, seis con la de la iglesia y seis con la grande.” (A. S. Leg. 19)

Está hablando el campanero presbítero Francisco Sánchez y Losada, que transcribe esta pandectas del día 6 de enero de 1722 y dice que el modo de tocar los Maitines solemnes es:

“Dar ocho campanadas con la campana grande y luego tres repiques, los cuales acabados tocará el esquilón hasta la media y entonces dejará sólo una campanada de la grande.”

Se nos dice el modo de tocar a Completas, salve, llegada y salidas del Obispo, a fuego y a rebatos, a excomunión, etc.

El Obispo Bernuí (Félix) en 1726 dio un mandato muy significativo:

“El Obispo manda desde Tenerife Santa Cruz el 11 de septiembre de 1726 que cuando se sale a dar la comunión a los enfermos se toque con la campana grande: para los sacerdotes nueve campanadas, para los hombres siete, para las mujeres cinco.” (Cabildo, jueves, 3 de octubre de 1726)

Las campanas de la Catedral y Fray Lesco

“Son cuatro como los puntos cardinales. También están orientadas a los cuatro vientos. Ignoro sus nombres ¡qué poca curiosidad! A falta de ellos las matricularemos en el cuadrante.

Para mí, pues, las cuatro campanas son anónimas. ¿Qué importa? Las conozco por la voz desde mi infancia, y basta. Antes de aprender a hablar, ya me hablaban ellas y yo las escuchaba. Y las entendía. Me despertaba cada una sentimiento distinto, individual. Ahora, ya viejo, me hieren el corazón como antaño. Ellas no envejecen, son siempre las mismas. Y al oírlas tan, tan puras, tan puntuales, tan fieles, marcando las horas solemnes del día y de la noche, con idéntico timbre, me urge la ilusión y me sumerjo en la niñez.

Oigamos, una a una: luego todas juntas.

La del poniente es la Señora Mayor. La grave, el bordón de la torre. Le place hablar sola, con lentitud. Ella es la que modula el salmo del alba. Si alguna vez el campanero se duerme y deja de tocarla a las cuatro de la mañana, antes que el sol saliese del horizonte, el día parece manco. El amanecer pierde la mitad de su poesía. Sus treinta y tres tañidos, los años de la vida de Cristo, admirablemente acompasados, derraman entre la ciudad una unción religiosa, majestuosamente augural. El templo todavía dormido difunde a esa hora su más elocuente “sursum corda”. El día queda consagrado y la vida empieza a bullir con una nueva esperanza. ¡Por Dios, que no se duerma nunca el campanero!

También la Señora Mayor oficia su pontifical a las doce y a la hora de las Oraciones, al descender de la noche, y se encarga de poner punto final en los demás toques rituales.

La campana que mejor simpatiza con la Mayor es la más pequeña, la del naciente, lengua melancólica, suplicante. Era la campana que anunciaba los incendios al vecindario. La primera providencia cuando ardía una casa era avisar al campanero de la Catedral. El campanero atalayaba desde la torre las vicisitudes del incendio, y pulsaba la campana melancólica, según el fuego aumentaba o disminuía. La elocuencia angustiosa de la campana cumplía maravillosamente el deber de alarmar y conmover al vecindario, cuando los incendios eran sinceros y el vecindario era capaz de conmoverse sinceramente.

La campana del Sur es voz de juventud, de sano y aterciopelado timbre. No es cantante, como las otras dos, y su oficio parece ser el de alternar con ellas como intermediaria entre la gravedad de la una y la languidez de la otra.

Queda la del Norte, ligera como las brisas que corta el aire como un cristal. La han condenado a silencio. ¿Por qué? No liga por lo visto con las compañeras y no tiene tampoco temple adecuado para cantar sola. Por las noches, después del toque de Oraciones y al de Laudes (supervivencia de antiguas horas canónicas), la campana solitaria alterna, furtivamente, con las demás, alterando el acostumbrado acorde.

Se me olvidaba el argentino esquilón, señero en la bóveda de la cúpula, el parlanchín del campanario, el que deletrea los toques del coro. Tiene un papel importante en el repique.

En el preludio del repique, su vocecilla es como una invitación a las campanas mayores para que se apresten. Las campanas contestan una a una pausadamente. Su misión ha terminado. Empieza el repique pianísimo, y se va desarrollando en crescendo con rápidos arpegios de las tres campanas fundamentales. Apurado el crescendo, un fugaz silencio paraliza, en seco, el “allegro” y el repique se reanuda enseguida, tejiendo una melodía voluptuosa, con andamento “maestoso”. Vuelta al silencio y punto final con un solo golpe de la Mayor. El repique es un período musical completo, de sobria elegancia. Santi-Saëns le fantaseó en el pentagrama, dándole con ello una especie de ejecutoria artística.

Cuando la torre del Norte lanza a los vientos los tres repiques rituales en las fiestas mayores, parece que suena en los espíritus la hora de la huelga. En el salón de estudios de mi antiguo colegio, el repique de la Catedral producía automáticamente una huelga de brazos caídos, libros cerrados y espíritus ausentes. En vano se exaltaba la voz del inspector amonestando al trabajo. Era un esfuerzo insincero el suyo, contagiado también de la fatalidad, retozona y triunfante.

Pensaba prolongar estas impresiones. Pero a esta hora oigo el preludio del repique de víspera de la Epifanía, y siento que también se me ausenta el espíritu. Se me escapa a la infancia. No puedo acabar el artículo.” FRAY LESCO.

CAZORLA LEÓN, Santiago

Historia de la Catedral de Canarias – Real Sociedad Económica de Amigos del País – Las Palmas de Gran Canaria (1992) (f. 331-338)

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