FUERTES ROCAÑIN, José Carlos - No me toquen las campanas

No me toquen las campanas

El lunes pasado acudí a mi habitual cita en nuestra televisión autonómica, en concreto al magazine “Sin ir más lejos” que, por cierto, está siendo líder de audiencia, según los datos. Mérito sin a lugar de todos los profesionales del medio con su buen hacer, sin estridencias, sin malos modos, ni groserías. Sin recurrir a difamaciones ni a esperpentos. Sin exhibir a frikis, ni famosillos de tres al cuarto y dejando que cada uno exprese sus opiniones con absoluta libertad, están consiguiendo unos resultados excelentes, sobre todo en los momentos actuales donde lo que impera es el mal gusto, la bazofia y la llamada “telebasura”.

Cuando llegué al plató y ojeé el guión, pronto me di cuenta de que un servidor iba a pasar un mal rato y, posiblemente, a tener un pequeña trifulca, ya que nos honraba con su presencia el coordinador-presidente de la asociación por un estado laico (o algo así), por cierto, asociación que tiene unos cien miembros y que ahora ha presentado una nueva iniciativa para suprimir los cánticos que, por la mañana y por la tarde, suenan en honor a nuestra Virgen del Pilar. Como pueden ver, un problema de “máxima envergadura” y, por supuesto, “esencial” para el devenir de la ciudad y para la calidad de vida de los que aquí nacimos y vivimos.

Respetando siempre la libertad de opinión, le cuestioné en el plató, admito que con cierta vehemencia, la nueva iniciativa que, según el señor presidente-coordinador de la mencionada asociación nos manifestaba, “no iba contra nadie, sino en favor de la laicidad del estado preceptuada en la Constitución”. Pero como en la televisión el tiempo no es que sea oro sino diamante, oro y platino todo junto, quiero decirle por escrito lo que no pude hacer en el programa por la premura que el medio televisivo exige.

En primer lugar, yo creo que esta “numerosísima” asociación necesita de vez en cuando saltar a los medios con propuestas irrelevantes; pero, eso sí, muy mediáticas, y que giran siempre en una confusión entre los conceptos de aconfesionalidad del Estado (laicidad positiva) y el laicismo (o negación de la trancendencia civil y social del hecho religioso).

En nuestra Constitución queda claro que no existe una religión oficial; es decir, no estamos en un estado confesional, sino que hay una genuina libertad religiosa que, como tal, se tutela por la propia Carta Magna con un rango de Derecho Fundamental.

Ahora bien, si es innegable que todas las religiones deben ser protegidas y tuteladas, no es menos cierto que no todas han de ser tratadas de una manera uniforme. Igualdad no implica uniformidad, como reconoce la propia doctrina constitucional. La igualdad religiosa consiste en dar a cada religión su espacio y un tratamiento jurídico basado en su arraigo cultural, histórico y social.

Los defensores a ultranza de esta laicidad mal entendida rechazan la idea de que el patrimonio cultural español es genuinamente un patrimonio católico, no sólo en lo arquitectónico, pictórico, o escultórico, sino también en aspectos sociales, como pueden ser los días de descanso laboral o, en ciertas tradiciones, como la que ahora se pone en cuestión. Tradiciones que no pueden ser consideradas sólo como un elemento religioso, sino que tienen, también para los no católicos, algo tan lejano a la Teología como puede ser la medida de las horas, aunque esta vaya acompañada de un canto que creo no ofende a nadie y expresa de una manera libre lo que la Iglesia quiere transmitir a sus fieles. Es decir, un proselitismo lícito y tutelado por el ordenamiento jurídico.

El tañir de las campanas del Pilar, con letra y sin letra, no es un elemento exclusivamente religioso, es un elemento cultural y artístico. Es música y no una homilía, y aunque así lo fuere, es lícito en un Estado que preconiza la tolerancia religiosa.

Tengo para mí que los defensores de esta propuesta esconden, bajo una pretendida conciencia cívica de aconfesionalidad y trato igualatorio a todas las confesiones, un problema de aceptación de la tradición histórica de sus propias raíces intelectuales y culturales, e incluso me atrevo a decir intolerancia a lo católico por ser la moda en nuestros días.

España es un país plural, tolerante y siempre que las manifestaciones religiosas no sean contrarias a la Constitución ni al orden público, restricciones las mínimas, máxima libertad, como así reconoce el Tribunal Constitucional para el ejercido de los Derechos Fundamentales.

No es de recibo que, para garantizar una presunta libertad de todos (musulmanes, mormones, testigos de Jehová, judíos, evangélicos, budistas, y demás confesiones), se restringa la libertad de la mayoría. España, les guste o no, es un país predominantemente católico. Me placería sobremanera que los defensores de este laicidad-laicismo se posicionaran con la misma o mayor firmeza frente a los que cometen aberraciones jurídicas deleznables, crueles e inhumanas basadas en ideas culturales-religiosas.

El canto a la Virgen del Pilar nos une, nos da sentimiento de pueblo. Es una tradición, una costumbre, una cultura, una liturgia si se quiere que a nadie perjudica y que, muy probablemente, a muchos beneficie.

FUERTES ROCAÑIN, José Carlos
Médico Psiquiatra

Aragón Digital (04-03-2011)

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