AGUIRRE SORONDO, Antxon - Abel Portilla, fundidor de campanas

Abel Portilla, fundidor de campanas

Hermanos Portilla, SC.

c/ La Mina, s/n.

39792 GAJANO / CANTABRIA

Tef. 942 50 30 01

Web: www.campanashportilla.com

Mail: campaneros@hportilla.com

Zudaire - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon
Zudaire - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon

Historia

Para que un edificio profano quede plenamente consagrado a las obras del espíritu, antes deben cumplimentarse dos ritos: que el Santísimo Sacramento penetre en la capilla y que suene su campana. A sabiendas de ello, se dice que santa Teresa de Ávila velaba por que las fundaciones de su orden se dotasen en lugar visible de una buena campana, elemento al que se otorgaba la mayor importancia en toda comunidad religiosa. De alguna manera sigue siendo así: de visita en una comunidad de monjas oiremos a las madres referirse a sus campanas como a miembros vivos de la familia conventual, y como tales tratadas con un mimo casi fraterno.

A las campanas se las tiene como elementos explícitamente religiosos: no sólo se las bautiza con nombres de santos, sino que además presentan lemas sagrados inscritos en su superficie, y, por supuesto, han de ser bendecidas o bautizadas antes de ascender a sus campanarios. Con estas cualidades, no ha de extrañarnos que a su sonido se le atribuyesen virtudes benéficas tales como alejar las tormentas o atraer la protección divina.

El tañido solemnizaba los momentos señalados en las comunidades cristianas: la consagración en la misa, la llegada del obispo, el inicio de las procesiones, las exequias… Pero es que, además, antes de que se generalizasen los modernos medios electrónicos de interfonía, el repique de campanas cumplía en las comunidades religiosas con una importante misión transmisora. Mediante un lenguaje sonoro articulado con campanas de diferentes diámetros y tonos, se sabía para quién era el mensaje y de qué dependencia procedía, actuando a la manera de una carta con remite. Asimismo, las campanas marcaban las horas tanto profanas como piadosas: el recreo, la comida, el reposo o las horas litúrgicas (misa, confesión, reflexión...). Por el mismo procedimiento se notificaba a los religiosos o religiosas que una jerarquía eclesiástica había fallecido o la proclamación de un nuevo Papa.

Similar aplicación ha conocido la campana en la vida social de nuestros pueblos. Por tradición centenaria las asambleas vecinales o los cuerpos de regidores se reunían en consejo convocados por el tañido de las campanas, como todavía se hace una vez al año en algunas localidades navarras para que los vecinos acudan a arreglar los caminos mediante el toque denominado “auzolan” o “a vereda”. Hasta no hace muchos años en algunos de nuestros pueblos y barrios se anunciaba la buena nueva del nacimiento de un bebé por un sonido especial de la campana, atávica costumbre que llegó a tal depuración que la cualidad del tañido indicaba el sexo del recién nacido. Igual sucedía cuando un vecino agonizaba —toque de agonía— o cuando había fallecido —toque de difuntos—, señalándose en el segundo supuesto cuándo se celebrarían las honras.

En los tiempos ya lejanos en que las costas eran refugio estacional para las ballenas, los atalayeros hacían señales de humo para advertir del paso de un cetáceo por las aguas próximas, y a su vista se iniciaba el toque frenético de la campana de la cofradía local, que no cesaba hasta que todos los cazadores hubieran partido en persecución del codiciado mamífero. Los fareros y los barcos también volteaban sus campanas durante los días de niebla para evitar el riesgo de colisión.

En pequeñas aldeas y pueblos, sigue empleándose la llamada de fuego o rebato cuando se produce un incendio, a cuyo sonido todos los vecinos del pueblo y alrededores acuden solidariamente a sofocar el fuego. De aquí deriva que los antiguos coches de bombero, policía, etc. portasen una campana que agitaban estrepitosamente en sus desplazamientos de emergencia.

En resumidas cuentas, hasta la aparición de los modernos medios de transmisión las campanas hicieron posible la comunicación entre las personas. Lenguas de metal que anunciaban dichas y desdichas.

Introducción

Muchas de las campanas que suenan y han sonado en las torres de las iglesias del País Vasco han sido fabricadas en Cantabria, tierra por antonomasia de campaneros. Hoy no llega a media docena los fundidores de campanas que existen en la península. Tenemos en honor de traer a esta sección a Abel Portilla, a nuestro juicio uno de los mejores fabricantes de campanas y sin lugar a dudas el fundidor de campanas más tradicional de toda Europa, por su método de trabajo, que no por la calidad de sus productos.

El artesano

Abel PORTILLA - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon
Abel PORTILLA - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon

De los primeros maestros fundidores de la saga Portilla del que tenemos noticias en los hermanos Marcos y Eduardo Portilla Linares, quienes aprendieron el oficio Constantino Linares Ortiz, tío de Marcos que tenía su taller de fundición en Carabanchel Bajo (Madrid).

Marcos y Eduardo Portilla Linares montan su taller en San Bartolomé de Vierna, barrio de Muriedes (Cantabria). Allí aprenden el oficio los hijos de Marcos: Marcos, Miguel, Marcelino y Mario Portilla Matanza.

Miguel y Marcelino Portilla Matanza marchan en 1940 a Bogota en donde se dedican a fundir campanas hasta que en 1968 vuelven y se instalan en Muriedes (Cantabria).

Marcos Portilla Matanza, el mayor de los hermanos, se casa y pasa a vivir a Pedreña, en donde se dedica al transporte de paja, carbón y “lo que salía” hasta que en 1990 muere en accidente de circulación. Tenía 33 años.

Abel marcha a Sau Paulo en Brasil en donde trabaja con el fundidor de campanas italiano Crespi.

A su vuelta el abuelo Marcos Portilla Linares, el tío Miguel Portilla Matanzas y los hermanos Abel y Marcos Portilla Bedia y su primo Melchor Bedia, montan un taller de fundición de campanas en Pedreña.

Hoy en día continúa en el oficio en su taller de Gajano, los hermanos Abel y Marcos Portilla Bedia y el primo Melchor Bedia Oria.

Abel nace en 1958. Está casado y tiene dos hijos.

La fundición de campanas

El macho de la campana - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon
El macho de la campana - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon

Los datos que aquí aportamos se basan en el método de trabajo de los citados Hermanos Portilla en sus trabajos de fundición “a pie de torre”.

Una vez elegida la zona donde se van a realizar los moldes y el horno, se empieza a construir un hoyo en la tierra que albergará el molde de la campana. La profundidad del hoyo deberá ser algo mayor que el molde de la campana, ya que el bronce tiene que fluir desde el horno, que se construye a nivel del suelo, hasta el interior del molde de la campana. Para ello es necesario que entre la boca del horno, por donde saldrá el líquido, y la parte mas alta del molde, haya una ligera inclinación (del 2 % aproximadamente) para que así pueda, por gravedad, correr la colada desde el horno al interior del molde.

Una vez realizado el hoyo, se construye el macho (que en algunos tratados llaman alma, o núcleo), que es el molde interior, que luego será lo que vulgarmente se llama el “hueco de la campana”. Se van colocando ladrillos en círculos concéntricos cada vez de menor diámetro y unidos con barro, formando así el macho, y que al desaparecer liberará el espacio interior de la campana. Para que la forma del macho salga correcta, se usa la terraja, que es una tabla con la silueta de la forma que queremos obtener en el interior de la campana. Está unida a un eje vertical, de hierro, de manera que puede girar 360º, lo cual ayudará a que los ladrillos queden en la forma deseada.

Terminados de colocar los ladrillos del macho, se inicia la fase de ir aplicando sucesivas capas de barro y paja. Al principio será barro basto y posteriormente fino. Mientras, y para conseguir una forma perfecta se va pasando la terraja. Como ya hemos dicho, la terraja es una madera que tiene la misma silueta que el interior de la campana que queremos obtener. Cada campana necesita su propia terraja.

Cuando se supone que esta fase ha terminado, con manojo de cáñamo se aplica un baño de una mezcla espesa de ceniza de madera y construiremos sobre ella la falsa campana (que en algunos documentos llaman también camisa). Para ello, se continúan dando manos de barro encima del macho y se va periódicamente pasando la nueva terraja. Esta es ahora de otro perfil, ya que mientras la primera terraja que habíamos utilizado era para realizar el perfil interior, esta nueva es para el perfil exterior.

Nos toca poner ahora las inscripciones y dibujos. Para ello el maestro campanero tiene una serie de moldes de madera, unos con grabados de figuras (santos, Vírgenes, Cristos, custodias, etc.) y otros para letras de distintos tamaños y estilos. Lo normal es que en cada campana se coloque el nombre con que va a ser bautizada, un lema u oración y, a veces, el nombre del donante. Además, el fundidor pone su nombre y la fecha en que se realizó la obra.

Pasando la terraja al macho - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon
Pasando la terraja al macho - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon

Nos corresponde construir ahora la capa (que algunos tratadistas llaman también cubierta), esto es, la nueva superficie que cubrirá la falsa campana. Para ello, con ayuda de una brocha, van dando a la falsa campana sucesivas capas de una mezcla formada por clara de huevo y sangre, todo bien batido, poco a poco, hasta conseguir una capa de unos 5 milímetros. Esta capa se llama lisa y es la que marcará la calidad de la terminación de la superficie exterior de la campana. Su misión principal es que una vez terminada la capa, ésta no se pegue a la falsa campana. Tras esta capa se va añadiendo encima barro muy fino, y poco a poco, va cubriéndose y aumentando el grosor. Se dan varias capas de barro mezclado con excrementos de caballo, mulo o burro. Esta mezcla facilita el paso de los gases, con lo que el bronce resultante es menos poroso, con menos burbujas y en resumen mejor. Se añaden nuevos mantos, esta vez mezclados con paja y cáñamo, hasta conseguir así la gruesa capa final.

Una vez llegados a este punto, por medio de cuerdas, diferencial y unas gatas —simples garras de hierro que se colocan debajo de la capa— se levanta ésta y se saca, quitándose a continuación la falsa campana, rompiéndola primero con ayuda de alguna porra de madera o similar con cuidado de no marcar el macho, y quitando los trozos con las manos.

Terminada esta labor, rota y retirada la falsa campana, se montará de nuevo la capa en su lugar original, quedando de este modo entre la capa y el macho, un hueco, que antes estaba ocupado por la falsa campana y que luego ocupará el bronce.

En este momento el artesano fundidor procede a realizar las asas. Según el tamaño de la campana podrán ser de un tipo o de otro (planas de uno o dos ojos para las pequeñas, de dos cuerpos cruzados, o de tres para las grandes), mientras que su tamaño y espesor dependerá del peso que deba soportar.

Toda la parte superior de la campana se cubrirá totalmente con barro y sobre ella habrá dos agujeros o bebederos por donde entre el bronce líquido al interior, y otros dos llamados suspirales, para que salgan los gases que se producen al arder y quemarse los materiales del interior (ceras, poliespán, etc.), tapándose todo con cuidado con unas bolas de cáñamo bien prieto, para que nada pueda entrar y dejar huella en la futura campana.

Una vez terminado el molde, se procede a cubrirlo de tierra que se comprime firmemente, operación que ellos llaman tapear. Pudimos ver como, tras cada capa de unos centímetros de tierra seca y sin piedras ni terrones que se agregaba, la familia Portilla la apisonaba, golpeando verticalmente con el extremo de una simple tabla, durante horas y horas, con infinita paciencia. La explicación es simple: la entrada del bronce líquido a alta temperatura al interior del molde produce un efecto de expansión, que tiende a romper y salir. A esta presión se añade los kilos de material que van entrando y producen por simple gravedad nuevas fuerzas que presionan para desplazar a toda la capa y tierra situada sobre ella hacia arriba.

Alternando con esta labor se procede a fabricar el horno que serviría para la fundición. El horno que se fabrica “a pie de torre” tiene forma de media esfera, con una chimenea en uno de sus extremos. Es de ladrillo refractario y barro, y su tamaño siempre dependerá del tamaño de la campana que hay que fundir, ya que tiene que albergar todo el bronce.

Pasando la terraja al macho - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon
Pasando la terraja al macho - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon

La aleación de una campana perfecta sería de 78 % de cobre puro y 22 % de estaño puro, considerando además que en toda fundición se produce una pérdida o merma del 10 %.

Los artesanos con ladrillos y barro van confeccionando unos canales o caminos por donde irá el líquido desde el interior del horno hasta el interior del molde. Tienen que tener una inclinación adecuada, ya que si es mucha la inclinación saldría demasiado bronce del horno y podría amontonarse encima de los bebederos y, al no poder entrar, solidificarse y perderse todo el trabajo. Igual ocurriría si por no tener la suficiente inclinación, el caldo se enfría y no entra con la suficiente rapidez en el molde, perdiéndose igualmente el trabajo. Una vez fabricados los canales, se les da un baño de agua con ceniza y se coloca en ellos leña para quemarla con el fin de que se mantengan calientes dichos canales y lograr una mejor fluidez del material (hoy se auxilian además con un soplete de butano). Mientras los bebederos se colocan a la altura del suelo, a los suspirales se les pone unos ladrillos verticalmente colocados, para que el bronce no entre por ellos y en cambio los gases salgan por los agujeros de los ladrillos, por encima de la colada al exterior.

Cuando ya todo está a punto, cada hombre toma uno de los palos que tapan los bebederos, y el maestro fundidor da un golpe a la tapa del horno por donde sale el bronce rojo amarillento a unos 1.100º C y a gran velocidad hacia el molde. En los canales fluye el líquido y flotan sobre él las escorias y brasas. Es el momento oportuno para levantar los palos que, aún ardiendo, taponaban la entrada. Por la parte superior del ladrillo salen los gases por los suspirales.

Tras la fundición hay que dejar que se enfríe la campana durante varios días antes de sacarla. Para ello, tras retirar las sujeciones o tierra que la protegía, si es grande se usa, tanto en el caso de fundición en el exterior como en el taller, un polipasto. Una vez fuera del foso, con un hacha cortan verticalmente la capa, rompiéndose ésta en partes que se van retirando. A nuestra vista aparecerá la campana negra, que es el color del barro quemado que aún tiene adherida a su superficie. Se vuelca y con ayuda de una palanca de hierro se van sacando los ladrillos que formaban el macho y que ahora quedan en el interior de la campana.

No podemos dejar de señalar que los Hermanos Portilla también se han acomodado a los tiempos modernos, realizando además carillones, electrificado campanas, colocando motores, instalando relojes sincronizados con sus campanas y hasta sistemas de sonería por ordenador.

El museo de las campanas.

El museo de las campanas - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon
El museo de las campanas - Autor: AGUIRRE SORONDO, Antxon

Con los fondos de estos artesanos en la población de Meruelo se ha montado un pequeño, pero interesante museo dedicado a las campanas, en donde se muestra el modo de construir una campana, así como una buena colección de campanas antiguas, audiovisuales, libros, etc.

Museo de las campanas

c/ La Iglesia, 37

39192 San Mamés de Meruelo / Cantabria

Tef. 942 63 70 03

AGUIRRE SORONDO, Antxon

euskonews (24-09-2010)

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