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Campanas Quebradas

I

Extraño pueblo el que veo en mis sueños. Cada vez que duermo me despierto en un lugar lejano azotado por el viento cálido de poniente. Allí siempre es atardecer, nunca llueve pero el cielo siempre parece a punto de soltar una lluvia de lágrimas amargas sobre mí. Las calles de piedra rozan mis pies desnudos y me hacen sentir que verdaderamente estoy en aquel lugar, siempre desértico y de austeras formas rectangulares. Si no fuera porque la decadencia no ha afectado a todas las casas por igual, diría que todas ellas son iguales, hechas con el mismo molde... o quizá por el mismo arquitecto. Esa idea me aterra, es como si todo hubiera sido hecho por una causa suprema y si yo estoy allí también formo parte de aquel entramado ilusorio.

II

Esa noche llegué a un lugar distinto. Era el centro del cual parten todas las calles. Si hay una razón detrás de todo aquel ensueño debe haberse originado ahí. Cuando llego a la plaza suena una campana con dolorosa aflicción. Tal es la intensidad del sonido que me pregunto si aquel lugar es capaz de ampliar el potencial de las energías que fluyen y renacen en este misterioso pueblo. En el centro hay una iglesia que sostiene en su estructura un campanario de cuerpo rectangular. Desde mi posición veo los grandes arcos y las campanas que cuelgan en su interior. En lo alto hay dos monjes, dos hermanos vestidos de negro que golpean las campanas una y otra vez con hercúlea fuerza. Se escucha el sonido de las palomas volando. Éstas huyen sorprendidas por el ruido y marchan a reposar a otro lugar más tranquilo. Sin embargo, aunque el cielo se oscurece un poco y se proyectan pequeñas sombras sobre la plaza, no logro ver ni una. Todo aquello me parece muy extraño, ¿Por qué hay sombras de palomas si en resumidas cuentas no hay palomas?

III

Cuando me acerco al campanario el batir de las campanas se hace molesto. Tanto énfasis ponen aquellos dos monjes al sonido contundente que mi vista se marea y por unos momentos a punto estoy de caerme al suelo. Es como si toda aquella plaza, su geometría sabiamente utilizada, atrajera el sonido directamente hacia mí. Con cada vibración mi cuerpo retumba por dentro. Cada golpe de campana hace recobrar un recuerdo en mi. Primero un nombre, luego un lugar, el nombre del pueblo que ni siquiera puedo pronunciar, luego un sentimiento doloroso. Por último recuerdo algo, unas nubes que se separan para intentar mostrarme algo. Mientras me acerco aquellos estruendos se convierten en los latidos de mi corazón; ya no noto nada más, ni siquiera la respiración ni el ligero susurro del viento cálido. Cuando estoy en la base de la iglesia, enfrentándome a la incertidumbre que esconde la puerta principal, a mi mente acude la imagen de los dos monjes. Por turnos dan golpes a la campana. Van armados con unos báculos de hierro negro. Uno de ellos tiene una vena en la frente que parece a punto de reventar. El otro suda una barbaridad. Parecen empeñados en que aquellas campanas suenen. Les va la vida en ello.

IV

Abro aquella puerta y lo veo. El sonido de las campanas para. Los dos monjes han caído muertos. Veo el interior del templo, mis ojos contemplan aquel lugar de donde han salido las fuerzas misteriosas que han configurado mis sueños. En ese lugar sólo hay vacío, no un vacío cualquiera, sino un vacío profundo, el vacío verdadero que niega todo lo que tiene nombre. Antes de caer absorbido en la nada recuerdo que yo no existo ni he podido existir nunca.

VALAR, Crvx

Sombras y Delirios (25-09-2010)

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