PASTOR TOPRRES, Álvaro - Puerta Osario. La charlita.

Puerta Osario. La charlita.

Cruzó la plaza de San Lorenzo cuando la campana del legendario reloj de la parroquia –el que permitió descubrir a la mujer emparedada antes de que su malvado marido acabara con ella- daba cuatro golpes de recio bronce. El cielo, ora celeste desvaído, ora blanqueado con esponjosas nubes aborregadas, como corresponde al tiempo que media entre las blanduras de San Juan y las lágrimas de San Pedro, dejaba filtrar por momentos los rayos de sol entre las hojas de los plátanos de Indias creando caprichosos dibujos en el pavimento. Apoyada en su bastón se detuvo ante el azulejo de Rodríguez y Pérez de Tudela orlado con latines -que casi nadie traduce bien pero que casi todos saben lo que dicen-, musitó una brevísima oración, se santiguó y siguió su camino hacia la basílica.

No era un viernes cualquiera; varias parejas de policías custodiaban la plaza y el “Panteón sevillano” -donde a diferencia del romano solo se venera a un Dios, humano, misericordioso, clemente y que todo lo puede- estaba abierto a deshoras. Y ella, que se montó en el trenecito de la Exposición del 29, participó en la procesión extraordinaria de 1939 y vio entrar por primera vez al Señor en su nueva casa –bautizada por la guasa hispalense como la olla express- iba a visitar como todos los días al vecino más ilustre y conocido del barrio.

A pesar de que había huecos en la mayoría de los bancos, tomó asiento en uno de los más alejados del presbiterio, motejados por ella como “sillones de tendido”, aquellos dispuestos en círculo junto al mármol de las paredes y bajo el Vía Crucis pictórico que aún muchos están en trance de digerir. Ella siempre piensa que como al Señor no se le puede mantener mucho tiempo la mirada es mejor estar a una prudente distancia. Desde allí vio pulular a muchos hermanos enchaquetados y medalleados, unos fieles escuderos de la artillería diaria o semanal y otros más de venir a la casa del Padre de Ramos a Pascuas. Y delante de Él un continuo goteo de fieles besando sus manos con algo que pedir y mucho que agradecer.

La anciana estuvo unos minutos analizando la fila de devotos con la sabiduría que dan los años –la mejor facultad de antropología-, pero pronto se olvidó de todo e hiló su diálogo, que no monólogo, porque ella sabe que le escucha : “Hijo, vaya la que has liado en un momento; menos mal que ha sido poco tiempo, porque esto, no nos engañemos, no era lo mismo sin Ti….” Y antes de dar una cabezada se le oyó musitar un peculiar Paternóster: “perdona nuestras faltas como también nosotros perdonamos a los que te ofenden”.

PASTOR TOPRRES, Álvaro

El Mundo (26-06-2010)

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