RAMOS, Leonor - Un carnicero a caballo

Un carnicero a caballo

Ángel Sastre, de 89 años, ha provisto de carne a la zona de Villamoronta durante muchos años

«Escoltamos al cura hasta su casa cuando intentó llevarse las campanas»

¿Sabes qué es lo que le pasa a un burro cuando se hace viejo?¿Y cómo se coge un conejo para matarlo? Sentados plácidamente en el patio de su casa, así empieza la conversación con Ángel Sastre, de 89 años, que nació en Villarrabé, «aunque con tan sólo un mes, me trajeron casi en mantillas a Villamoronta, donde he vivido toda mi vida», cuenta. Incapaz de responder a las preguntas que me ha formulado -por aquello de no meter la pata con el entrevistado-, Ángel me dice con gracia: «Y yo qué pensaba que los periodistas sabíais de todo... Bueno, pues mira, a partir de ahora, cuando te lo pregunten, ya sabrás qué contestar». Así que la conversación promete.

Su mirada azul lo dice todo. Ángel es una persona bondadosa, humilde y alegre, y siempre ha sido así, desde que era un niño . «El maestro, el médico y el cura me querían mucho, tanto que hasta el cura me hizo quedarme de monaguillo hasta que tenía 15 años», afirma. Y era también muy obediente, e incluso algo confiado y miedoso. Ángel se acuerda de las visitas al pueblo de los misioneros de Peñafiel con sus largas barbas. «Nos decían: ten cuidado, que Dios lo ve todo; y claro, ya se te quitaban las ganas de besar a la chica», añade sonriendo.

Era el segundo de la clase, o lo que es lo mismo, el segundo más listo de sus compañeros. «Sabía más de matemáticas que hasta el propio maestro, así que ahora nadie me puede engañar con eso de las cuentas», rememora Ángel, que recuerda con cariño al más listo de la escuela, a Pedro, que ahora es capitán de la Guardia Civil en Santander.

Ángel fue como voluntario a la Guerra Civil, y ocupó un puesto de telegrafista. Y mientras me cuenta sus hazañas, me interpela otra vez: «¿Sabes cómo es eso del código Morse?». Y en un momento, me recita: «La a, es un punto y una raya; la b, raya y tres puntos; la c, raya, punto, raya y un punto…,y así sucesivamente».

También tesorero local

El padre de Ángel era carnicero, y él siempre le acompañaba a la feria de León, y ya se sabe que por aquellos años no había ni camiones ni coches. Todo lo hacían con burros y caballos. «A León teníamos más de 80 kilómetros, íbamos en caballo y teníamos que hacer noche a mitad de camino», explica. Allí compraban los animales, y después los mataban en casa.

En 1950 se casó, y un año más tarde montó su propio negocio de carnicería. Sólo contaba con un caballo y dos serones atrás. Recorría Villacuende, Villaturde, Villotilla, Villanueva, Calzada, La Serna y Población. «Iba casa por casa vendiendo la carne a los vecinos», recuerda. Sus palabras, cada vez que llamaba a los vecinos, eran «¡Fulanita, ¿te dejo hoy algo?, guapa!». «Mi mujer y yo hemos trabajado mucho, muchas veces nos tirábamos hasta las 12 de la noche matando corderos y limpiando», apunta.

Pero no sólo ha sido carnicero, también ha sido ganadero y muchas profesiones más, que ha compaginado con sus 16 años como tesorero del Ayuntamiento. Y fue en esta época, cuando Ángel se tuvo que enfrentar al pueblo, cuando el párroco de entonces quiso llevarse las campanas de la iglesia porque decía que no podían voltearse al carecer de mazas. «Y claro, cuando lo fue a hacer, un día por la noche, la gente salió de sus casas, y, madre, la que se lió», recuerda con énfasis. Ángel y el alcalde tuvieron que escoltar al cura hasta su casa para evitar problemas mayores.«Los vecinos estaban muy enfadados, pero menos mal que las campanas se quedaron en la iglesia, porque, como dicen, las campanas de Villamoronta suenan muy parecidas a las de una catedral. Los vecinos están muy orgullosos de ellas, y a más de uno le ha asustado su sonido cuando han llegado a Villamoronta», ralara Ángel con orgullo.

Ángel también dice que 'hombre de muchos trabajos… pobre seguro'. Pero él y su familia han vivido con dignidad y alegría. Por cierto, las respuestas a las preguntas que me hizo son: los burros se quedan ciegos y sordos cuando se hacen viejos; y a un conejo para matarle, hay que cogerle vivo. Así de simple.

RAMOS, Leonor

El Norte de Castilla (29-04-2010)

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