RIVERA, Roberto - El vuelo de la madeja levanta la pasión en San Vicente

El vuelo de la madeja levanta la pasión en San Vicente

Doce disciplinantes prorrogan la tradición de los 'Picaos' en la Semana Santa de la Villa Divisera

Cientos de personas se apretujaron en el angosto paso por la Calle Zumalacárregui

El repique que anuncia la llegada de la procesión desde el cerro del Castillo, con timbre metálico, como silbido de bronce, pesa un quintal. Y vuela de arriba a abajo, rompiendo el cielo abierto para mayor gloria de Dios, martilleando las sienes de los cientos de almas que se aprietan por las calles Zumalacárregui y Mayor, formando rosario.

Pesa y retumba adelantándose a la estampa que imaginará el algodón y el lino en vuelo 'picado', buscando la espalda tibia, desnuda al aire del noroeste que empieza a bailar por el tiro del callejero medieval; tratando de estallarse en los lomos de la docena de penitentes que han estampado su nombre en los registros de la Santa Vera Cruz; buscando el plano plácido donde reventar para formar coágulo.

La campana que azuzan Eduardo y Ramón, después de bailarla en secreto en las cuevas, como se hacía antaño para evitar que se alerte el vecindario, es mucho más liviana en realidad que la madeja anudada que zarandean los 'picaos' entre paso y paso, entre talla y talla, a solas con su disciplina en medio del gentío, ajenos a la reacción de los mortales que esbozan en su rostro (ojos achinados, giro eléctrico de cervicales, dientes prietos) el dolor que se imaginan en el prójimo.

El dolor en la espalda que se asoma a través de la ventana abierta en la túnica inmaculada, es mucho más agudo que el cansacio en las muñecas de los campaneros, punta de lanza.

Porque el latigazo, el millar de latigazos que se cruza cada uno de los disciplinantes, se clava como una daga, estrujando la piel que se enrojece y amorata antes de acartonarse, de hacerse papiro, exhausta y deshidratada.

Aunque, más a los noveles que a los veteranos, el resuello que se advierte debajo de la caperuza bajo la cual ocultan su identidad de héroes, hace evidente lo que todos quienes han pasado por la penitencia de la madeja y la 'pica' de cristal bañada en cera han revelado en lo más recóndito de su intimidad: el castigo acaba a los veinte latigazos; después se sufre por asfixia, porque al vaivén de los brazos que se alzan al cielo para lanzarse después hacia la tierra, minan la reserva física de los 'picaos'; porque se busca oxígeno y el capirote apenas deja hueco para dar un retazo de luz a las pupilas, y el aire llega por la barbilla a hurtadillas, como miga de pan.

Pesa, cierto, la campana que abre paso a quienes siguen escribiendo, página tras página, la historia de esta tradición ancestral, única, entre el fervor de quienes les acompañan por el camino o les observan de lejos con curiosidad. Pesa y duele cada vez que cimbrea en las manos ágiles de quienes la agitan como si fuera mariposa. Pesa y duele en su vuelo agudo. A diferencia del que va trazando la tortilla de cera que arma con pincho de cristal Jesús. Porque el suyo es un recorrido al aire, también de arriba abajo, liberador; repleto de frescor, hecho para abrir camino al coágulo. Tal sucedió ayer en San Vicente. Un año más. Otro después.

RIVERA, Roberto

El Correo (02-04-2010)

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