AGUILAR, José - Guerra de campanas

Guerra de campanas

UN vecino de Jaén ha desatado la guerra de las campanas. Antonio Rus, empleado municipal ya jubilado, no sólo es vecino de Jaén. Es, además, vecino de la catedral. Vive enfrente del campanario catedralicio y lleva 28 años peleando para que los sonidos que de él salen respeten su derecho al descanso.

Finalmente, en octubre de 2007, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía vino a darle la razón: las campanas del templo mayor de Jaén tañen con una intensidad desmesurada, muy por encima del nivel de decibelios admisible según las ordenanzas municipales. Casi dos años después el Ayuntamiento ha decidido conceder un mes al cabildo catedralicio para que apliquen medidas correctoras en sus toques de llamada a los fieles y rebajen la contaminación acústica que causan.

¿Final feliz, pues? Eso creía Rus, en prolongado tratamiento médico por depresión. Pero, amigo, ya debería saber que estaba topando con la Iglesia (católica, por supuesto). El cabildo, reunido de urgencia, ha detectado un auténtico clamor popular contra la aplicación de la sentencia del TSJA -no hay nada más fácil que detectar clamores populares: basta con escuchar a los que están de acuerdo con uno- y se dispone a aprovechar la marea. La recogida de firmas está en marcha, y con ella, el estudio de las medidas legales encaminadas a que las campanas sigan, como toda la vida de Dios, atronando los aires de la ciudad para comunicar actos, celebraciones y creencias que interesan mucho a los fieles, nada a los infieles y poco a los indiferentes.

Como bien describió Huizinga en célebre libro (El otoño de la Edad Media), uno no puede imaginarse una ciudad medieval en la que la vida toda no girase en torno al tañido de las campanas. En la ciudad contemporánea, por el contrario, la vida se articula a través de muchos sonidos distintos y, sobre todo, no se concibe sin que todos se respeten entre sí y se mantengan dentro de los límites a que obliga la libre convivencia entre los diferentes. Las ordenanzas municipales de Jaén en el siglo XXI han de ser capaces de compaginar los derechos de los amigos de la campana y los derechos de los enemigos. Seguro que existe una solución sin derrotados en la que suenen las campanas de la catedral a ciertas horas y con cierto ruido, pero no más, a fin de que el funcionario jubilado pueda descansar en su domicilio. El Ayuntamiento debe encontrarla.

El clamor popular identificado por el deán de la catedral se arremolina alrededor de un argumento: la catedral y sus campanas llevan muchos siglos en ese lugar, muchos más que el jubilado Rus en su casa. Es mal argumento. Recuerda a un chiste de Gila: "Si no aguanta una campana, que se vaya del pueblo".


AGUILAR, José

Diario de Sevilla (12-07-2009)
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