DOMÈNECH, Rossend - El silencio de las campanas

El silencio de las campanas


Uno se preguntaba esta mañana por el sonido de las campanas en la ciudad. En el pueblo de origen todavía doblan a muerto, anuncian un bautismo y el paso, lento o rápido, de las horas. En el pasado sonaban a somatén y a incendio en los bosques. En Roma, marcan solo el reloj y, al caer la tarde, un rito religioso olvidado. Pero quieren silenciarlas igualmente y en todo el país les ponen difícil la vida.
Tal vez ya no sirvan de nada las campanas, porque expresan la cultura de un tipo de comunidad que ha sido reemplazada por otra, distinta y diferente. Si se incendian los bosques, se llama a los bomberos.
El Ayuntamiento de Génova ha impuesto multas, argumentando que son causa de contaminación acústica. En Rimini, un parroquiano ha denunciado las campanas y el tribunal ha obligado a ponerles un silenciador. Un juez de Montefiascone ha absuelto al monseñor del lugar, porque el revoloteo de sus campanas "no estorba la tranquilidad pública", como le acusaban los feligreses. Frente a la avalancha de protestas, los obispos del país sacaron no hace mucho un "reglamento sobre el sonido de las campanas". Poco después, el cardenal de Milán dictó un decreto aconsejando una "adecuada moderación en el uso de las campanas y en la duración" del sonido: dos minutos de repique en los días laborales y tres minutos en los festivos. Otros obispos aconsejan usarlas únicamente durante el día.
Las quejas tienen historia. En los años 60, el cardenal de Milán, elegido después papa con el nombre de Pablo VI, impuso que comenzasen a sonar solo a partir de las siete de la mañana y que guardasen silencio desde las siete de la tarde, porque en la ciudad había muchos obreros que amanecían antes que el sol. Al llegar al Vaticano, dispuso lo mismo para Roma, aunque no parece suficiente.
Las campanas de Roma ya no informan a la comunidad, porque llegaron la radio, la tele, el correo electrónico y los móviles. Pero, como las otras campanas, han acompañado su historia. En los pueblos de Normandía anunciaron el desembarco de los aliados. En la Tosca de Pucini subrayan el drama y sus latidos atraviesan las páginas de Dante y García Lorca. Las campanades a mort de Llach se confunden con las de Hemingway, denunciando la muerte de las libertades.
Hay las campanas románticas de Schiller y las épicas de Mascagni. Las de Ovidio y Eurípides. Las de Fedro y Aristófanes. Recientemente José Saramago recordó a aquel campesino de Florencia que con los redobles de las campanas anunció, en época feudal, la muerte de la justicia. Los hogares de las campanas --espadañas, saetas y torres--, firman los cielos de los burgos medievales y de las ciudades renacentistas. Una campana de los tribunales pontificios, hoy Congreso de Italia, anunciaba hasta el siglo XIX el fin de la jornada laboral y su eco alcanzaba toda la ciudad. Pero el ruido del tráfico moderno, amnistiado de contaminaciones acústicas, ahogaría hoy su sonido.
Uno se pregunta si, una vez silenciadas las campanas, las callejuelas del centro de Roma o las huérfanas periferias urbanas seguirán siendo las mismas.

DOMÈNECH, Rossend
El Periódico de Catalunya (30-05-2007)
  • ROMA: Campanas, campaneros y toques
  • Ruido y denuncias: Bibliografía

     

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