PARDILLO, Mayra - El campanero de la Iglesia Mayor

El campanero de la Iglesia Mayor

Desde los 13 años y ya cuenta con 69, este hombre que tengo frente a mí ha dedicado su vida a sacarle melodías a las campanas de la Iglesia Parroquial Mayor o Templo del Espíritu Santo, la construcción más antigua de esta ciudad fundada en 1514.

Habla con un profundo orgullo y cariño de su abuelo, quien lo inició en esta labor que hace de manera voluntaria –sin recibir remuneración alguna- y a la cual considera “una tradición en la familia”.

Para mí es una satisfacción, por tres cosas: una de ellas por complacer a mi abuelo y otra porque me gusta, afirma este campanero que ningún parecido físico guarda con el deforme Quasimodo de la famosa novela de Víctor Hugo, Nuestra Señora de París.

Con una estatura elevada, cuerpo enjuto y un rostro donde las arrugas han hecho sus estragos, piensa que será longevo como su abuelo, que murió con 98 años y hasta seis años antes estuvo subiendo al campanario para repicar las campanas.

Mi abuelo empezó con 25 años, se llamaba José Feliciano Pasamontes Montes, hijo de gallego y madre cubana; el padre era de Castilla la Vieja, narra.

Y reitera: “Yo pienso vivir tanto como mi abuelo”.

De acuerdo con la historiadora de la villa espirituana, María Antonieta Jiménez Margolles, la Iglesia “Ha estado dedicada al culto católico ininterrumpidamente desde su terminación en 1680 hasta nuestros días”.

Aclara a Prensa Latina que ésta es la cuarta construcción que ha tenido la Parroquial Mayor de Sancti Spíritus.

Según la especialista la primera fue un bohío y allí Fray Bartolomé de las Casas “pronunció el famoso sermón con que inició sus 50 años de lucha a favor de los indios”.

Para algunos investigadores la arquitectura usada tiene su antecedente artístico en el mudéjar y su planta es casi idéntica a la parroquial mudéjar de Villa de Alcor, en Huelva, España.

Cuando hay misa, agrega nuestro entrevistado Alfonso Rafael Pasamontes Alfaro, se dan “los repiques de campana y cuando es repique libre se le saca música, ya sea rumba, conga o bembé; así como se doblan las campanas o los clarines son por los difuntos”.

Explica con mucho dominio de lo que hace el significado de cada número de campanadas, como cuando se toca el Ángelus, que es a la “seis de la mañana y se hace con una sola” o a rebato, cuando ocurren catástrofes, tales como incendios o escape de gases.

Por la muerte de un Papa son 24, añade, mientras que por la de un hombre o de una mujer, son tres y dos, respectivamente.

Sonrío y pregunto para mis adentros, ¿por qué para las féminas son menos?

La campana del reloj data de 1771 y las otras tres de 1835, (en total hay arriba cuatro), las cuales se tocan con el badajo, resume.

“Esto es un arte que me enseñó mi abuelo”, reitera.

La tradición parece que no morirá porque ya está preparando a un nieto, que tiene 18 años, para que continúe al frente de esta labor.

Son 103 los escalones de madera preciosa que es necesario subir para llegar al campanario, contados desde el templo hasta el último peldaño, pero “No me canso, no mi hija”, dice.

Hasta que muera seguiré. Yo he subido hasta con 39 de fiebre. Los domingos, religiosamente vengo a tocar las campanas; son tres repiques y la rúbrica, que es como un cierre, apunta.

Me gustaría que me recordaran como el campanero de la Iglesia Mayor. Ellas (las campanas) me entienden a mí y yo a ellas. Cuando están mojadas las seco y el badajo, que es de hierro, lo limpio bien.

Hay que tener oído musical. Una campana no se debe ir por encima de la otra. Son de bronce y fueron hechas por Enrique Bonet (de la villa de Trinidad) y la del reloj es inglesa.

Sólo dos tipos de música me agradan: la mexicana y la de las campanas.

Si pregunta por Alfonso Rafael Pasamontes Alfaro tal vez pocos lo conozcan en la ciudad, pero si indaga por Cuco ya es otra cosa y la mayoría de las personas le agregan la condición del campanero de la Iglesia Mayor.

Me enorgullece –dice al respecto-, porque así se pone contento mi abuelo, dondequiera que esté y estoy dispuesto a competir con cualquier campanero de Cuba o de otro país, precisa.

“La Iglesia Mayor es mi segunda casa”, puntualiza.

Asevera que la torre tiene 30 metros, con 45 centímetros, y en el mes de agosto que hay calor, allí arriba se siente fresco.

Desde allí se ve de día toda la villa, con una vista muy panorámica, sus casas de techo de tejas rojas, su estilo colonial, y de noche todo alumbrado es muy lindo, dice.

El día que yo muera quiero me toquen las campanas y ¡bien tocadas!, pero todos los secretos y la última carta nunca se los he enseñado a mi nieto, porque conservo una mala experiencia de cuando era joven...

Es viudo y con cinco hijos (cuatro hembras y un varón) y seis nietos.

Religiosamente eso es y será, una obligación, afirma acerca de esta tarea.

Cuando yo subo al campanario lo hago contento y cuando bajo lo hago mejor, pero a pesar de ser católico no soy fanático. El mejor confesionario es la almohada, plantea con la experiencia de sus años.

Todos los 31 de diciembre, a las 12 de la noche, hay que tocar las campanas y también el 3 de junio, víspera de la fundación de Sancti Spíritus, ciudad cuatricentenaria.

Yo llevo mi trabajo en el corazón, asegura, mientras se aleja a pasos largos.

PARDILLO, Mayra
El Nuevo Fénix (05-02-2007)
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