AYUSO CAÑAS, Fernando - Las Campanas están; sus tañidos, no

Las Campanas están; sus tañidos, no

Tradiciones, usos y costumbres

Mi asesor, en sus mejores tiempos y en su hábitat natural: en el campanario entre alcotanes, campanas, sogas y sonidos....
Mi asesor, en sus mejores tiempos y en su hábitat natural: en el campanario entre alcotanes, campanas, sogas y sonidos....

En el verano de 1986 los campanarios, sus sistemas de comunicación y todo lo relacionado con este mundo de sonidos, se pusieron de actualidad por cuanto la primera tesis doctoral del mundo sobre este tema fue elaborada por un joven investigador español. La tesis, de cuya publicación no conozco si ha tenido lugar, recoge multitud de testimonios sonoros y escritos recobrados en ciertos pueblos de toda la geografía española y saca de las tinieblas un universo de sonidos maravillosos conformado por unos códigos por todos entendidos y utilizados. Es el mundo de las campanas, difusoras de una información cuyo origen parecía inspirado por Dios, ya que sus señales descendían desde el cielo hasta los lugares más escondidos de los campos. Además, era tal la autenticidad de su información que jamás fue contestada, desmentida o puesta en entredicho por nadie, algo de lo que ningún medio de comunicación actual puede presumir hoy.

Las campanas, además de especificar los oficios religiosos a los que llamaban, daban cuenta también de todo acontecimiento social de importancia. Anunciaban bodas, muertes, nacimientos, fiestas, vísperas, bautizos, incendios, catástrofes varias que pudieran acontecer y, sobre todo, las horas. La sabiduría popular de las gentes del campo comprendía también el saber la hora por el sol; miraban hacia arriba y su pronóstico horario era confirmado desde el campanario de forma inmediata. El sol, rey de los astros, marcaba las horas; las campanas, majestades del lugar, las difundían sonoramente por todo el horizonte.

Para escribir sobre esta magnífica tradición me he procurado el asesoramiento de uno de los más insignes campaneros, pese a su edad, hijo y nieto de sacristanes y prácticamente criado, como un aguilucho, en una torre de campanario. Se trata de Juan Carlos López García, de Madrona, que ejerció antes de sacristán que de monaguillo. Este afirma haber oído a los viejos que un pueblo sin campanario no era pueblo y que, según fuera aquél, así sería éste, por lo cual ya desde la lejanía se podía predecir cómo era el pueblo con el único dato de su campanario. Las campanas, afirma daban vida a las calles; mandaban inundarlas de gentes o vaciarlas, mandaban sacar el ganado o guardarle; pedían la colaboración de los vecinos para luchar contra un incendio o pedían silencio por un muerto. Sí, lo sabían todo.

Igualmente Juan Carlos recuerda a su abuelo, el señor Eugenio, uno de los mejores sacristanes entre los buenos; parecía haber nacido para este oficio, por cuanto su gran sentido del humor y su alegría natura por la vida eran transmitidos a los recitales de campanas que montaba, con destreza, arte y finura. Este testimonio es corroborado también por quiénes le conocieron, los cuales manifiestan su aprecio a este hombre de vitalidad desbordante. Su arte fue seguido atentamente por sus descendientes, discípulos vocaciones.


Combinando los sonidos de tan sólo tres campanas, una que hace "ton", otra que hace "tan" y la tercera que hace "tilín" (es un decir), los habitantes no sólo entendían perfectamente, sino que además lo necesitaban para confirmar la normalidad de su vivir. Un buen campanario con un hábil sacristán era motivo de orgullo para cualquier pueblo.

Sonidos y significados


Por tanto, el reloj era del todo prescindible, ya que el sacristán, en primavera, por ejemplo, cuando había amanecido daba cuenta a los que hubieran madrugado y también a los que no, de que eran las siete de la mañana. Eran las señales, que así llamamos en Madrona a los sonidos que emiten las campanas, del AVE MARÍA: tres toques seguidos con la campana grande, la que hace "ton". Pero, si por casualidad hubiera ocurrido algo extraño durante la noche, de ello se daba cuenta al finalizar el Ave María con otra señal. Por ejemplo, un fallecimiento requería unas señales de CLAMOR, que consisten en alternar en su medida justa los sonidos de las tres campanas con sus respectivos tiempos de silencio. Cuando las señales de clamor cesaban, se daba cuenta de era mujer con dos campanadas y con tres si el finado era del sexo masculino. Los vecinos podían entonces hacer unos cálculos más aproximados para averiguar de quién se trataba.

Un par de horas más tarde, comenzaba la misa. Si esta era normal, o sea, rezada, con tres simples señales bastaba. Pero si se tocaba por algún difunto, antes de comenzar se daba un clamor. Si el clamor era por algún difunto perteneciente a la Cofradía de las Cinco Llagas se daban cinco toques seguidos al clamor y, continuas a estas, tres campanadas separadas con la campana grande si era hombre, o dos con la mediana, la que hace "tan", si era mujer.

Para la llamada a mis se daban tres señales: las PRIMERAS, con cuarenta toques seguidos y uno , al final y separado por un lapsus de silencio. Las SEGUNDAS, que se daban unos quince minutos después, también eran cuarenta toques más dos al final, separadas también. Las TERCERAS eran veinte toques seguidos, tres separados, y tras ellos otros veinte toques. Al finalizar éstas comenzaría la misa. Hace algún tiempo se añadieron, además, las de EMPEZAR, con tres toques separados. Durante la misa, el monaguillo daba tres campanadas seguidas para comunicar a los no asistentes, que el acto religiosos se encontraba en el momento de la CONSAGRACIÓN. Otras tres iguales cuando, a acto seguido, el sacerdote levantaba el cáliz y otras seis más cuando esta parte de la misa había concluido.

Si a mitad de la mañana hubiera fallecido alguien, se daba un clamor, excepto si era un niño que no hubiera tomado la primera comunión, porque entonces sólo se daba un repiquete con la campana pequeña, también llamado esquilín. Esto era así porque no se daba por seguro que el fallecido iría al cielo y, por tanto, las campanas solicitaban oraciones por su alma.

Después venían las señales que marcaban el medio día solar, las doce de la mañana auténticas, eran las señales de MEDIODÍA o ÁNGELUS. Las mujeres empezarían a preparar la comida y las gentes regresarían del campo para comer, si es que no se habían llevado el talego con su bota y fiambrera. En verano estas señales incluían un repiquete bueno de campanas, en invierno sólo se daban tres, tres y tres, como el Ave María. Por la tarde se tocaba para el ROSARIO, que se ofrece por algún fallecido, por MARÍA el mes de las flores; novenas como las de san Isidro, santa Águeda, san Antonio, Santo Cristo de la Salud, los Santos y otras. Al anochecer se daba el toque de ORACIÓN. Los campesinos volvían a sus casas y se recogía el ganado. Consistían esta señales en tres, tres y tres y a continuación dos separadas; al igual que a mediodía los más devotos rezarían el Ángelus. Si al día siguiente era fiesta o simplemente domingo, se tocaba a VÍSPERAS, cuyas señales consistían en un largo y alegre rato de repiques encadenados utilizando las tres campanas, siguiéndoles a estos el toque de oración.

Afirma mi asesor que algunos saben ahora que mañana es domingo por la programación de TV, pero que el señor Eugenio no lo llegó a conocer y, sin embargo, tocó a vísperas todos los sábados de su vida sin faltar uno, y sabía a ciencia cierta que al día siguiente era domingo. De todas todas. Nunca falló.

De los BAUTIZOS también se daba cuenta señalando con tres campanadas si era niño y dos si era niña. De igual manera, también se tocaba para ECHAR A PACER, día de mayo en el que la ganadería estrenaba los prados, vedados durante todo el invierno para reservar los pastos. Se identificaba con unas campanadas sueltas. En cualquier momento del día en que sucediera algún hecho desagradable, un incendio, una inundación, etc., las campanas informaban inmediatamente de ello. El sacristán tocaba ARREBATO, las campanas parecían entonces haberse vuelto locas para acelerar la llegada de las personas al lugar del siniestro.

Las fiestas mayores de lugar recibían distinciones especiales a la hora de tocar para los actos religiosos. Las señales eran entonces inacabables repiques que inundaban de alegría el pueblo y su término; el sacristán se lucía haciendo cantar al bronce, inventando largas cadenas de sonidos festivos e improvisando sobre la marcha sus canciones. Era una especie de jazz de campanario celestial. Tengo la convicción de que el jazz no lo inventaron en América porque los sacristanes, e incluso monaguillos aficionados con buen oído, componían de oído y se marcaban sus solos y sus temas en el campanario desde hace muchos, muchos lustros.

La figura del Sacristán


En la actualidad, la gran mayoría de nuestros campanarios han quedado reducidos a meros objetos arquitectónicos, sus campanas están prácticamente el día entero enmudecidas y cuando "cantan" lo hacen de una forma sosa, sin gancho ni convicción.

La única causa que lo puede explicar es la desaparición del oficio de sacristán. Estos hombres polifacéticos, semicuras en devoción y con un gran amor por las cosas y el cuidado de los templos, hacían gala de habilidades fuera de lo común: tocaban también el armonio, cuidaban las dependencias religiosas, los templos, atendían las pocas necesidades de las figuras de los santos, cambiándoles de vestimenta según la ocasión; organizaban la semana santa, las procesiones, los entierros; dominaban las oraciones y salmos en latín; cantaban, no sé si todos bien, pero sí atrevidamente, tanto en latín como en castellano, todo según el tipo de acto o rito concreto de que se trate en cada momento. Y, sobre todo, estaban pendientes del campanario y de la información que debían transmitir. Eran los hombres mejor enterados de cuanto acontecía en el pueblo porque, además, solían compaginar esta dedicación con otros oficios cuyo desempeño requería relación constante con la gente: zapateros, barberos, sacamuelas (en tiempos), alguaciles….

El cambio de los tiempos, por mal hecho, exige muchos sacrificios, muchas pérdidas, muchas desapariciones. Siempre ha sido así. De cualquier forma, la peor parte la han llevado sin duda las cigüeñas, porque el hombre se inventa muchos sustitutos, como la falta de tiempo, la radio, el reloj digital que da pitidos, etc. Pero las nuevas generaciones de cigüeñas, además de encontrarse las charcas y las tollas contaminadas, ya no pueden disfrutar en sus torres de la recompensa que significa escuchar de cerca unos buenos repiques, briosos y alegres, porque las campanas están quietas y mudas. Sus tañidos son sólo un recuerdo. Un grato recuerdo.

(EAS, 23 de julio de 1987. Portada de Suplemento Jueves. Dos fotos grandes de campanas.)
AYUSO CAÑAS, Fernando
Cuadernos de Madrona (23-07-1987)
  • Iglesia de Madrona - SEGOVIA: Campanas, campaneros y toques
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  • Toques manuales de campanas: Bibliografía

     

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