CRUZ, Hilario - Las campanas de Pobeña

Las campanas de Pobeña

Los últimos sacristanes de la iglesia fueron Agapito Alonso y Sabino López. De la mano de éstos, las campanas sonaban unas veces con alegría, con tristeza otras, y siempre con sensibilidad, con firmeza, y hasta con arte. Ponían tanta atención los sacristanes, tratándose de enormes campanas y rudas cuerdas, como si estuvieran tocando un delicado violín. Por aquel entonces los toques campaneros eran compañeros cotidianos, la sensibilidad emocional de la comunidad. Eran como una llamada de atención espiritual, amistosa, a los afanes y necesidades materiales que absorbían a las gentes en la lucha constante por la supervivencia.

El tañido largo, profundo, lúgubre, como un quejido, como un ¡ay! lastimero, nos anunciaba el tránsito de un vecino o vecina a la otra vida; dos repiques, mujer; tres, hombre. Identificábamos en seguida este sonido con el luto, de negro la capa pluvial del sacerdote, el revestido de los monaguillos, los flecos del féretro,, el catafalco, el atuendo de los familiares, hasta el niño de luto en la escuela, el llanto en el hogar del difunto. Todo pasaba por la mente cuando el primer tañido de la campaña invadía el aire del pueblo al que dejaba por un momento sin respiración. Las campanas habían tocado a muerto.

Cuando las campanas sorprendían con un repique, más bien un simultaneado rápido, badajo a badajo, comunicaban que un niño había emprendido el camino del limbo, de la esperanza. La cajita blanca era llevada por los niños de la escuela vestidos con la ropa de los domingos. Había muchas flores, y la gente quería ver al ángel dormido. Este toque dejaba un halo de tristeza en el ambiente, aunque las campanas hubieran tocado a Gloria.

A las doce del mediodía, el sacristán o la sacristana tocaban doce campanadas recias, pausadas, y muchos labios murmuraban: «el Angel del Señor anunció a María; el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Este toque proporcionaba cierto optimismo, era el alto en la media jornada. La chiquillería salía de la escuela con atropellado jolgorio para ir a comer con la mayor rapidez, para volver a jugar en la calle hasta la hora de entrada por la tarde. La gente que estaba en la huerta regresaba con la azada al hombro. Casi confundido con las campanas, se dejaba oír a lo lejos el retumbante tronar de las explosiones de la dinamita en minas y canteras. Se aprovechaba esta hora intermedia para hacer «cargue», para que se volatilizaran gases y humos antes de emprender la otra media jornada. Se notaba en el pueblo una calma y silencio particulares: la «línea de baldes» había parado, y con ella había cesado el constante rumor del paso de éstos por los cables, caballetes y empalmes.

La campana, a esta hora, se convertía en la trompeta civil llamando a fajina. Las campanas habían tocado el ángelus.

Cuando las campanas tocaban hacia las siete de la mañana y te despertaban (lo que sucedía en escasas ocasiones), si era en invierno, entre el azotar de la lluvia en las ventanas, el ulular del viento y las brumas del sueño, te parecía un sonido irreal, venido del más allá, estabas soñando que tocaban las campanas. De noche prieta, ¿qué iba a ser? Doble arrebujo entre las mantas, y a dormir. Sabino cerraba la puerta de la Iglesia con aquella llave tan grande, tapado con un saco corría por la cuestecilla, otra vez a casa, a ordeñar las vacas. Luego te enterabas, te lo decía tu madre, que no, que no era un sueño, que las campanas tocaban a maitines. Cuando, a la caída de la tarde, las primeras sombras de la noche comenzaban a restar brillo a la luminosidad diurna, se dejaba oír un toque lento, perezoso, lánguido. Era la llamada al recogimiento. ¡Ay!

-Se acabó el juego, chavales.
-Vámonos, que llama madre.

Si alguna mujer quedaba rezagada en el lavadero, se apresuraba a terminar el lavado, y, a prisa, se encaminaba para casa. En la fuente, un grupo de chicos y chicas, ya mayorcitos, reían, bromeaban, y se decían cosas. Ellas cogían sus baldes llenos de agua, y ellos las acompañaban a medio camino, o hasta el portal de casa. Eran los últimos en abandonar las calles. Entre tanto, la noche había envuelto el pueblo con negra capa, y en las casas empezaban las largas horas nocturnas, bien aprovechadas en ordeñar, cortar nabos, desgranar alubias, entre lloros de chiquillos, reprimendas de las madres, el hervor del puchero de patatas, la cama, el sueño.. . Las campanas habían tocado a oración.

Llegado el ansiado sábado, hacia las dos y media de la tarde tocaban las campanas un prometedor repique, más bien corto. A pesar de oírse desde tiempo inmemorial, año tras año, sábado tras sábado, la exclamación: ¡Mañana es domingo! Por la tarde, inmediatamente después del toque de oración, un repique ejecutado con esmero, con alegre intención festiva, nos comunicaba cierta licencia para prolongar la retirada, mañana no se madruga para ir a la escuela, el padre estará en casa, todos parecen más contentos, los chicos y chicas ríen más fuerte. En fin, mañana es domingo. Las campanas han tocado vísperas. Llegado el esperado domingo, acabado el toque de maitines, se oye un repique mañanero, como una diana floreada. Este sí te despertaba de modo agradable: media vuelta, hasta que toquen la primera.. La madre hacía rato que estaba trajinando, y en voz alta urgía: « ¡Hala, a levantarse, a lavar la cara y a almorzar, que luego no me dejáis hacer nada! ». Poco a poco, y no sin algún cachete de por medio, se organizaba la salida. El flequillo repeinado, la marinera y el pantalón bien planchaditos, medias bonitas de sport y alpargatas nuevas, las chicas con sus trencitas, raya en medio, su vestido floreado con vuelo, cinturón anudado atrás con un ostentoso lazo, zapatitos y calcetines hasta media pierna. ¡Hala, todos tan guapos a misa! ¡Ligeros, que ya están repicando! Sabino estaba poniendo todo su arte, como un airoso pasodoble sonaba el rítmico y armonioso repiquete. Ya en la calle, las últimas recomendaciones de la madre frotándose las manos con el delantal desde la puerta: «¡Estad formales en misa! ¡Y no os ensuciéis! ». Vano empeño, pocas veces lograba la mujer ambas cosas. Por la tarde, cuando tocaban para el rosario, parecía que sonaban de otra manera, ya se intuía la decadencia del día y, con él, de la alegría dominguera. Las campanas habían tocado el domingo.

En vísperas del Socorro, la fiesta grande del pueblo, el repiquete del atardecer se entremezclaba con el volteo del campanil de la Ermita, de tañido más agudo, componiendo una sinfonía larga, interminable. Con aire festivo, las campanas atronaban el pueblo gritando: «¡Pobeñeses, mañana es el Socorro!».

Llegado el día grande del Socorro, la Santa María y la Ave María se vestián con atuendo festivo, una con falda arremangada, pañuelo a la cabeza, alpargatas con cintas verdes cruzadas por la pantorrillas; la otra con pantalón blanco y camisa del mismo color, faja verde, boina roja y abarcas encintadas. Ese día dejaban de lado su carácter de damas virtuosas, y junto con el campanil adolescente y jugetón, se lanzaban a la vorágine de la fiesta. Ese día, las solemnes campanas dejaban ver en su jocundo repicar, sones de chistu y tamboril, de panderetas, guitarras, pianillos, acordeones, y todos los instrumentos romeriles que, junto al son campanillero y los acordes de una jacarandosa marcha ejecutada con el mayor arte y salero por la Banda Municipal (a la batuta, el maestro Elguea, y en la que dicho sea de paso, había tres pobeñeses: Eduardo Cruz, Francisco Pérez y Juan Alonso), acompañaban a la Virgen en la procesión, y dejaban en los oídos y en el ánimo de la muchedumbre romera las notas musicales de un concierto inolvidable.

Afortudamente, no hemos oído sonar las campanas a rebato, pero en vida de nuestros abuelos sí lo hicieron debido a algún incendio. También sonaron de ese modo en alguna ocasión a modo de simulacro preparado por algunas personas con autoridad, con el fin de valorar la respuesta del vecindario en caso de emergencia. Se trataba de un repiqueteo ruidoso, desordenado, anárquico, insistente y enardecido, que lograba poner a toda la vecindad en la calle, provistos de baldes, cuerdas, hachas y picos. Los toques de las campanas en otro tiempo fueron compañeros de viaje, eran algo consustancial con la vida cotidiana, nos decían muchas cosas.

CRUZ, Hilario
Crónicas de Pobeña (1986)
  • Parroquia de San Nicolás de Bari de Pobeña - MUSKIZ: Campanas, campaneros y toques
  • MUSKIZ: Campanas, campaneros y toques
  • Toques manuales de campanas: Bibliografía

     

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    Actualización: 29-03-2024
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