MÁXIMO GARCÍA, Enrique - Réquiem por los relojes mecánicos

Réquiem por los relojes mecánicos

Uno de los afanes seculares del hombre fue siempre el control y el cálculo del tiempo. Es preciso volver la vista hacia muy atrás para encontrar los primeros ingenios que permitían conocer los puntos exactos del paso de las estaciones, desde las construcciones egipcias para advertir la llegada del orto helíaco de la estrella Sirio, y con ello la inexorable inundación, base de su sistema económico y agrario, hasta las misteriosas alineaciones megalíticas de Stonehenge o, al otro lado del mar, los calendarios mayas o las incaicas piedras del sol.

Con mucho esfuerzo y paciencia fue siendo desentrañado el continuo retorno de los ciclos solar y lunar, y, con algo más de maestría, pudo llegar a ser registrado, sin graves errores o desviaciones, el curso del tiempo, a través de ingenios más o menos complejos o, incluso, de escenografías sorprendentes como los óculos y ventanales abiertos en muros de templos con el único fin de dejarse atravesar por los rayos del sol en días prefijados y solemnes; tales son los casos de San Petronio en Bolonia y los que jalonan el Camino de Santiago, con fin primordialmente cronológico, o el de la fascinante iglesia de Andahuaylillas (Perú), con el trascendente de señalar la tumba del hermético cura fray Juan Pérez de Bocanegra, canónigo doctrinero de la catedral del Cuzco.

Gracias a la impagable labor de la Sociedad Astronómica de Murcia ha sido llevada a cabo una catalogación y estudio de los relojes de sol de esta Comunidad Autónoma que han llegado hasta nosotros salvándose del abandono, de sus modelos, tipos y emplazamientos y todas sus variantes, desde los más esquemáticos y simples hasta, los menos, más elaborados y con más carga de conocimientos en su origen, desde los instalados en las solanas de perdidas casas de campo hasta los muy representativos como el ubicado bajo el cuerpo de campanas de la torre de la Catedral, obra, presumiblemente, de Pedro de Agüera, el fascinante fundidor de campanas mudo. Todos, ineludiblemente, representan un testimonio más del conocimiento, muchas veces empírico pero otras resultado de profundas reflexiones y ensayos, de antepasados a los que resultaba de suma importancia para su vida diaria el registro de los vaivenes estacionales del sol.

Tras el descubrimiento de las leyes del péndulo y su inmediata aplicación al arte de la fabricación de relojes, la sociedad pudo tener a su disposición una fiable máquina que le permitía establecer una más rígida regulación de todas sus actividades, independiente ya de cualquier fluctuación meteorológica, de la misma forma que dotaba de una seguridad impensable hasta entonces cualquier viaje por mares desconocidos.

Aunque, por desgracia, en nuestra Comunidad no disfrutamos de la presencia de máquinas tan sofisticadas como las que atraen a los turistas en otras plazas europeas, sí contamos con un interesantísimo conjunto de Torres del Reloj, construidas como entidades civiles, independientes de las parroquias, con el único objetivo de señalar, además del paso del tiempo, momentos de singular interés para todos como la sucesión de las tandas de riego, siendo otras veces serán torres de las iglesias las que hayan de compartir esta misión junto a la meramente litúrgica. Calasparra, Bullas, Mula, Lorca, Alhama o Cartagena, son ejemplo modélico de ello y bien merecerían un estudio global y riguroso.

Por desgracia, desde hace algunos años, venimos asistiendo a la sistemática eliminación y destrucción de los elementos que les dan sentido: los relojes mecánicos civiles. En unos casos se esgrimen motivos de su falta de sincronía con la hora oficial; en otros, su difícil mantenimiento o cualesquiera otras razones que, en realidad, no son algo distinto a una agresiva estrategia industrial que prima la exactitud de la centésima de segundo cada mil años, por encima del valor intrínseco de una maquinaria que, cuando menos, incorpora más de medio siglo de antigüedad. En una época en que, por todas partes, comienzan a ser protegidas las máquinas de interés que nos ha legado el siglo veinte, este proceso de eliminación y cambio, almibarado con el señuelo de su exhibición, bajo urnas de vidrio o plástico, cuando menos, resulta sorprendente, ya que, una vez desmontadas, comienza su degradación irreversible.

Este proceso ha llegado a su punto más inexplicable con la eliminación del antiguo reloj catedralicio, una espectacular estructura de ruedas dentadas, pesas y péndulo de casi cuatro metros de largo y dos de alto. Hace nada se han incorporado a la ya extensa lista los antiguos relojes de San Javier y Alquerías, y lo que es peor, presentado el hecho como un brindis a la modernidad y a la fiesta de campanadas que señala el cambio de año. Sorprende que un Servicio de Patrimonio, pionero en la Península a la hora de incoar expedientes BIC a campanas históricas, asista impasible a la pérdida de estas máquinas que forman parte del conjunto de elementos indispensables para el cómputo del tiempo bajo el único condicionante de la ley de la gravedad.

Enrique MÁXIMO GARCÍA (29/12/2003)

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