CARIÑANOS, Félix - Tentenublo

Tentenublo

Nos lo habían advertido: que van a venir tormentas. Y nosotros de vacaciones y a las piscinas, hasta que ha caído la breva en varios de nuestros pueblos en forma de viento y granizo. Nos pondremos como queramos, mas no podemos con la Naturaleza; es como los dragones de algunos cuentos: si quiere borrar del mapa con cuatro rabazos la muralla china, lo hace y santas pascuas. El ser humano lo ha intentado de muchas maneras. Una de ellas ha consistido en ponerse en contacto con seres presuntamente más poderosos que él. Para ello se esperaba al toque de Sábado de Gloria y se recogían piedrecitas de las calles, que solían abundar en ese tipo de protuberancias; después se arrojaban paulatinamente al paso del temible aparato atmosférico. Los mayores afirman que método tal no solía surtir efecto, quizá porque es de pésima educación e imprudencia arrojar piedras contra unas nubes mejor armadas que la más poderosa flota de la guerra de las galaxias. Algo así como lo que ocurre a los palestinos cuando intentan conjurar una tormenta israelí, para que usted me entienda.

Y de nada ha servido a la persona el establecer numerosas bases desde donde solucionaría el problemón. Cada iglesia tenía su conjuratorio desde el cual se intentaba repeler el ataque nubero; nasti de plasti. El de mi pueblo servía de algo al ser utilizado como cuartelillo en Semana Santa por los lanceros , que se ponían como un fudre de anís y pacharán vestidos de romanos. El tentenublo tenía su toque propio de campana y los chiquillos cantaban en medio del olor a campo de los pueblos: «Tentenublo, tente en ti, no te caigas sobre mí; guarda el pan, guarda el vino, guarda los campos, que están floridos». Me acuerdo de esas escenas al bajar a Arnedo al concurso de jotas y pasar bajo el conjuratorio arqueado, tan monumental, de Santo Tomás. Los concejos incluso guardaban un as en la bocamanga: el saludador -o saludadora-, brujo que cobraba a fin de año por esforzarse en proteger las cosechas

La ciencia parece no haber dado con la creación relativamente barata de la lluvia, con lo cara que se bebe en los bares (ni que fuéramos tuaregs). De ahí la serie de eufemismos sobre el aprovechamiento de los recursos naturales. Tampoco afronta con éxito el tema de las tormentas; basta citar la jindama que se apodera de los americanos, uno de los doscientos pueblos más inteligentes de este y otros planetas, cuando sus meteorólogos anuncian el acercamiento de rayos y centellas.

Un amigo mío psicólogo afirma que el mejor tentenublo es la conformidad inteligente con uno mismo. Así cualquiera.

CARIÑANOS, Félix
Blog Mi Balcón (10/07/2006)
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