IGUACÉN BORAU, Damián - Extracto del Diccionario del Patrimonio Cultural de la Iglesia

Extracto del Diccionario del Patrimonio Cultural de la Iglesia

Por el Ilmo. y Rvdo. Sr. D. Damián Iguacen Borau. Obispo de Tenerife y Presidente de la Comisión Episcopal para el Patrimonio Cultural.

Páginas: 240 a 245; 802-803; 953 a 955.

Campanarios

Tan pronto como los arquitectos cristianos comenzaron a construir iglesias de alguna importancia, pensaron coronarlas de almenas y cuerpos secundarios de edificios, estrechos y aplataformados, de donde, andando el tiempo, nacieron las torres y los campanarios. En la época románica se estiló situar una sola torre-campanario en el crucero o cerca del crucero, separado del edificio, abundando las de forma de espadaña o torreón. En el período ojival, las torres se incorporaron ya al cuerpo de la iglesia y asumieron esas formas sutiles y gigantescas que admiramos con pasmo, sobre todo en las catedrales.

Las flechas de los campanarios rematan, las más de las veces, en una cruz, una veleta o un gallo. La cruz proclama desde las alturas las eminentes virtudes de ese signo sagrado, convertido en estandarte y blasón de los cristianos. La veleta, además de señalar la dirección de los vientos, recuerda los vaivenes de la vida y de la fortuna y lo efímero e inestable de la vida. El gallo, siempre despierto y en acecho siempre de cualquier ruido intempestivo, es símbolo de la vigilancia.

El origen de la veleta parece venir de los atenienses que construyeron en el siglo anterior a nuestra era, una torre, la Torre de los Vientos, que terminaba en una aguja en la que giraba un tritón de bronce. Los cristianos sustituyeron el tritón por el gallo, a causa de su hermoso simbolismo. El gallo del campanario es como el gallo de San Pedro, que arguye a los pecadores y blasfemos; es el vigía a modo del ángel tutelar de la ciudad; es el centinela del ciclo que cerniéndose sobre todo lo terreno, canta el «alerta» a los habitantes de la tierra, para que no se apeguen demasiado a la materia. El, con su canto y con su nervioso aleteo, invita a los mortales a mirar hacia el cielo, increpa a los perezosos y soñolientos, infunde esperanza a los enfermos, ahuyenta a los ladrones nocturnos, alienta a los caminantes y devuelve la vida y la alegría a toda la naturaleza. Tal misión espiritual asigna al gallo algún himno del Oficio divino (FL).

Campanas

La Iglesia considera las campanas como objeto litúrgico. Las más grandes se suspenden en las torres y campanarios, para esplendor del culto y alegría de los pueblos. Difícilmente podría la Iglesia haber encontrado instrumento más apropiado para sensibilizar la fibra religiosa de los pueblos y para regocijo y adorno de las solemnidades.

Igual que otros utensilios del ajuar litúrgico, la Iglesia introdujo las campanas en el templo para el servicio de Dios, santificándolas. Reemplazaron con ventaja a las tabletas, simandras, matracas y otros instrumentos empleados para señalar y convocar a los oficios religiosos, en iglesias y monasterios. Las campanas antiguas de hierro remontan al s. V y VI; las primeras de bronce pertenecen al s. IX y en el s. XIII son ya de grandes dimensiones y casi de la forma actual. Van agrandándose de siglo en siglo, hasta llegar a las monumentales conocidas.

Muchas campanas, además de sus propios nombres, suelen llevar grabados su peso y los nombres de los donantes, o bien jaculatorias o dedicatorias pintorescas, que las hacen muy interesantes bajo el punto de vista cultural. Es famosa la inscripción: «Laudo Deum verum, plebem voco, congrego clerum, defunctos ploro, pestem fugo, resta decoro». Y aquel otro: «Funera plango, fulmina frango, sabbata pango, excito lentos, dissipo ventos, paco cruentos». Como se ve, describe el papel múltiple de las campanas: alabar a Dios, reunir al pueblo, convocar al clero, plañir a los difuntos, alejar las pestes, adornar las fiestas, atajar las tempestades, cantar a las fiestas, excitar a los lentos, disipar los vientos, aplacar a los violentos.

Antes de dedicar las campanas al culto, la Iglesia ha acostumbrado bendecirlas con un rito lleno de poesía y simbolismo. Se decía «bautizarlas». Exorcismo, lavatorio, imposición de nombre, padrino, unciones, incienso, sahumerios, canto, lectura de¡ Evangelio aludiendo a María, la contemplativo. De la bendición se deduce el simbolismo de las campanas: eco de la voz de Dios, terrible unas veces, otras dulce y atrayente; símbolo de la vigilancia de la Providencia divina sobre la Iglesia y sobre los hombres; símbolo de la contemplación, por cuanto, suspendida en los altos campanarios no llega hasta ellas el tráfago de las cosas humanas, ni la distraen ni turban las vicisitudes de los tiempos, sino es para asociarse a las manifestaciones religiosas y fiestas solemnes del calendario (A. Azcárate). «Hace sentir su voz, que resuena entre tierra y ciclo; es el diálogo de la fe y la oración, suspendido en lo alto, sobre nuestra vida terrena, horizontal y profana; un canto metálico, intérprete de aquel otro vocal que sube a las alturas para invocar para aquí abajo la efusión de las bendiciones de Dios» (Pablo VI).

Es costumbre muy antigua convocar al pueblo cristiano a la asamblea litúrgica mediante alguna señal o sonido y también advertirle, a través de esos signos, de los principales acontecimientos de la comunidad local. De este modo, la voz de las campanas expresa, de alguna manera, los sentimientos del pueblo de Dios, cuando se regocija o cuando llora, cuando da gracias o suplica a Dios, cuando se congrega y manifiesta el misterio de su unidad en Cristo. Dada la íntima conexión que las campanas tienen con la vida del pueblo cristiano, ha prevalecido la costumbre que se mantiene, de bendecirlas antes de ser colocadas en las torres de los campanarios (Ritual de Bendiciones, 1032 y 1033).

Las campanas forman parte importante del patrimonio cultural de la Iglesia, tanto por el número, como por la calidad, historia, antigüedad, uso religioso y servicio que han prestado y siguen prestando a la sociedad local, como medio de información y de comunicación con la comunidad.

La electrificación de las campanas, o motorización de las mismas, parece una alternativa inevitable ante el problema de los campaneros; pero debe ser una alternativa, más bien complementaria, que sustitutoria del todo a la interpretación de los toques tradicionales y al modo tradicional; se debería intentar que los motores y otros mecanismos electromecánicos gobernados por microordenadores sean capaces de tocar de manera parecida al estilo tradicional. Una buena electrificación o motorización exige previamente un estudio de los toques tradicionales no sólo en el aspecto técnico, sino en todo el contexto cultural. Las campanas, a pesar de sus motores, deben estar instaladas de manera que pueda ser posible subir a las torres a tocar los días festivos y en acontecimientos extraordinarios.

Es en manera interesante conservar los toques tradicionales de campanas en las diversas circunstancias de la vida de la comunidad; al menos habría que recogerlos en grabaciones, para que no se olviden. Es útil organizar concursos de campaneros y confeccionar un catálogo, lo más completo, de las campanas.

Carillón

Los carillones o campanálogos son juegos de campanas que producen tales notas que pueden ejecutar piezas musicales. Los hay muy perfectos. A ellos, por analogía, también se aplica cuanto se dice de las campanas. Se usa para acontecimientos festivos, para acompañar el toque de las horas de los relojes y para invitar a la plegaria. Son frecuentes en los Santuarios.

Reloj

Es un instrumento, máquina o aparato que sirve para medir el tiempo. Entre los más comunes en la vida religiosa antigua están los relojes de sol, o solar, que es un artificio para señalar las horas del día por medio de la variable iluminación de un cuerpo expuesto al sol, o por medio de la sombra que un gnomen arroja sobre una superficie generalmente plana. El reloj de agua es un artificio que mide el tiempo por medio del agua que va cayendo de un vaso a otro. El reloj de arena es un artificio que se compone de dos ampollas unidas por el cuello y sirve para medir el tiempo por medio de la arena que va cayendo de una a otra. En general, el reloj es símbolo de la fugacidad de la vida: Hora más en mi, menos para ti”, se lee en un reloj de sol. El reloj de arena es común a escritores, está puesto en la mesa de trabajo; también se encuentra en los anacoretas.

Torre

Es frecuente la representación de torres. La torre de Babel es un símbolo de¡ confusionismo. La torre de atalaya es símbolo de vigilancia. La torre es también símbolo de la Virgen María: «Torre de marfil, Torre de oro». Significa también a los predicadores que anuncian el Reino de Dios. En general es símbolo de elevación espiritual y de la Ciudad Santa.

Las torres y los Campanarios constituyen un rico y hermoso patrimonio arquitectónico, digno de ser conservado y cuidado. Son muy apreciadas por los pueblos y en muchas ocasiones forman parte de su fisonomía y les dan personalidad. Las hay de todos los estilos, desde las cuadradas y cilíndricas hasta las poligonales. Generalmente son soporte de campanas y de relojes comunales. Los dispendios que se hizo en su construcción sólo se explican por la importancia simbólica de las mismas. Algunas originariamente fueron torres de defensa militar, otras sirvieron de vivienda. Pero, al dedicarse a Dios: «A la gloria de Dios se alzan las torres», adquirieron una significación más simbólica que estratégica y utilitaria. Son signos de la protección de Dios y recordatorios de la transcendencia, como dedos que señalan la altura donde Dios mora. Por eso, se suelen coronar con cruces, veletas y alguna figura, como el gallo, etc.: Vigilancia, protección, caducidad de las cosas, solo Dios es «fuerza tenaz, firmeza de las cosas, en móvil en si mismo, origen de la luz, eje del mundo y norma de su giro».

Últimamente se planteó la conveniencia de seguir erigiendo torres y campanarios, dada la «inutilidad» de las campanas en los ambientes modernos y del coste de estos monumentos tan poco «utilitarios» como son las torres. En iglesias nuevas, la oportunidad del Campanario como estructura especial dependerá mucho del medio social. Ciertamente en ambiente de tradicionalidad cristiana debería conservarse: es un signo que expresa el carácter religioso de la sociedad circundante. Así lo ven y lo exigen los cristianos sencillos y echarían de menos si tal expresión desapareciera.

Pero, no sólo en ambientes tradicionalmente cristianos, sino que en general se abre camino al renacimiento de los Campanarios. La torre campanario entra dentro de la composición ambiental arquitectónica y urbanística, sirve para dar el relieve debido al espacio circundante. En este siglo en que todo se va secularizando, el campanario, sea torre, flecha, espadaña o paredón, es un medio de dar carácter a un edificio sacro y, por así decirlo, de tomar posesión de un ambiente.

Cuídese diligentemente que en el Campanario o Torre no se instalen antenas de televisión, ni carteles o anuncios que desdigan del lugar y atenten contra la belleza y elegancia de estos monumentos. Procúrese que no haya comunicación entre el Campanario y las casas vecinas, ni fácil acceso a los tejados del templo. Se vigilen las escaleras y pasos que conduce al Campanario y no se admitan personas extrañas ni que tengan llave o fácil entrada sin conocimiento del párroco.

No se deben admitir servidumbres de ninguna clase, por ejemplo, en cuanto a instalaciones de conducción eléctrica, telefónica, reloj, etc. sin previa autorización del Ordinario, con bases claras y concretas, y quedando siempre a salvo la independencia y seguridad de la iglesia. Si ya existen estas servidumbres, deben revisarse las bases y condiciones, para aclarar lo que esté oscuro y concretar lo que sea indeterminado, a fin de evitar posibles conflictos.

IGUACÉN BORAU, Damián

Encuentro Ediciones, S.A. (1991)

  • Campanarios: Bibliografía
  • Campanas (historia general y tópicos): Bibliografía
  • Relojes: Bibliografía

     

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    Actualización: 19-04-2024
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