GARMILLA, Irene - Campana sobre campana

Campana sobre campana

El esquilón es muy importante. Se trata de esa campana más pequeña, que suena menos grave y más alegre que las grandes campanas, tan imponentes y solemnes ellas. El esquilón lo vemos en las espadañas, en lo más alto: “…y sobre campana una”. Es esa campana que en su boca puede tener medio metro de diámetro, o poco más, y hacia arriba se estrecha, con un perfil más esbelto que el de las otras. En 1636 tuvieron un serio problema en la iglesia de Santa María de Puentearenas, porque el esquilón se había quebrado y ya no podía repicar con la sonoridad debida: al hacer “din-don, din-don”, sonaba el “don” grave de las campanas grandes, pero fallaba el “din” alegre del esquilón. Y a una campana rota no se le puede poner un petacho, que se rompería de nuevo al pegarle con fuerza el badajo, por lo cual optaron por “volver a fundir” el esquilón.

Y esta tarea se la encomendaron al maestro Francisco Ballastra, el cual, como muchos paisanos suyos, artesanos de la Merindad de Trasmiera, dominaría el arte de fundir campanas, del mismo modo que otros eran expertos en el de construir con piedra, y habría llegado a la zona junto con el maestro de cantería Francisco de la Lastra, o incluso tal vez fuera un familiar de este con el apellido un poco tergiversado. Digo esto porque en las mismas fechas aparece Francisco de la Lastra en varios asientos del Libro de Fábrica de Santa María, y sabemos que en aquellos años estaba residiendo en La Puente, pero la campana la llevaron a fundir a La Aldea (llamada entonces “de Medina de Pomar”), lo cual hace suponer que en dicha localidad residiría su paisano, el fundidor de campanas llamado Francisco Ballastra. En cualquier caso, volviendo a la reparación del esquilón y, para que veáis cómo se relata el asunto en el Libro de Fábrica de la iglesia de Santa María, os transcribo a continuación los asientos contables (o “ítems”) correspondientes:

CANPANA

Yten - Se le rescibe en cuenta diez y seis ducados* en que se concertó el acer el esquilón que estaba quebrado. Por le bolber a (f)undir el maestro Francisco Ballastra ---------- 6.000 maravedís.

Yten – más - Se le resciben en cuenta setenta y dos reales** y medio por tantos que costaron catorce libras y media de metal que se echó en dicho esquilón a cinco reales (la) libra que monta lo dicho ----------- 2.465 maravedís.

Yten – más – se le resciben en cuenta beynte reales de llebar dicho esquilón a Laldea de Medina de Pomar y bolberle y ponerle en el sitio donde antes estaba ------------- 680 maravedís.

[*1 ducado de oro = 375 maravedís, es decir, 16 x 375 = 6.000 maravedís

**1 real de plata = 34 maravedís

El total de las tres partidas suma 9.145 maravedís, que serían 269 reales de plata.]

Según el libro de Luciano Huidobro y Julián García Sáinz de Baranda, la torre de espadaña que vemos actualmente en Puentearenas sería del siglo XVIII, por lo que tuvo que haber otro campanario diferente en 1636 . Sin embargo, a mí la espadaña actual me parece muy herreriana, y diría que pudo construirse con anterioridad, tal vez a finales del XVI o en el XVII, sobre todo si la comparamos con la entrada al palacio del obispo Temiño, que tiene un aspecto muy parecido y, según los mismos autores, se construiría antes de 1635 . Pero este es un debate para expertos en arte, y yo no lo soy. En cualquier caso, puede que las campanas sean las mismas del campanario anterior, cosa que es aún más probable en el caso del esquilón, que por su tamaño podría haber estado en cualquier otra espadaña. Mucho tiempo y mucha paciencia necesitaríamos para leer en los libros de fábrica la larga historia de esta iglesia. Pero seguramente vale la pena intentarlo.

Desde luego, como decíamos antes, un esquilón es algo muy importante. Tiene que llamarnos en estas fechas para que, como dice el villancico, veamos al Niño en la cuna. Pero también son importantes las esquilas, las del rebaño de aquel pastorcito que iba a “llevar al Portal requesón, manteca y vino”. Algo más que requesón y manteca comería el escribano que en 1636 redactaba los contratos entre la parroquia y los que hacían trabajos para ella o arrendaban sus tierras. Aquel mismo año se le pagaron al maestro de cantería Francisco de la Lastra dos reales de plata, “que gastó en dar de comer al escribano” después de que se firmaran dos contratos cuyos derechos ascendían a un total de cuatro reales. No se dice el nombre del escribano, pero posiblemente sería don Pedro Alonso de la Torre, el Joven, que residía en Población y se habría desplazado un día a La Puente para dar fe de la solidez de aquellos documentos. Resulta difícil hacer una equivalencia de aquel real de plata con nuestro euro, pero vamos a intentarlo, para saber más o menos cuánto costaban las cosas en aquellos tiempos.

Busquemos una referencia. Justo antes del asiento relativo a la fundición de la campana, he visto otro donde se especifica lo que se pagó por una cántara de vino: “seis reales de una cántara de bino de Campos que se gastó con el Concejo quando se arrendó la acienda de la iglesia por nuebe años como es costumbre se gaste ------------- 204 maravedís”. Suponiendo que el párroco no quisiera quedar mal, e invitara al Concejo de Puentearenas a un vino de Tierra de Campos bastante decente, aunque modesto (¿un crianza de dos años en barrica de roble, por ejemplo?), actualmente fijaríamos el precio del litro de ese vino en unos 6,50 euros, y la cántara tiene 16,13 litros, con lo que el convite saldría unos 105 euros, y echando cuentas a mí me sale que 1 euro será equivalente, poco más o menos y redondeando, a 2 de aquellos maravedís; y, por lo tanto, el real de plata equivaldría a 17 euros. Así pues, las viandas del almuerzo del escribano le costarían a Francisco de la Lastra unos 34 euros, de lo cual podemos concluir que el señor notario comió algo más que requesón y manteca. Y supongo que, también en esta ocasión, al “vino de Campos” invitaría la iglesia.

Si aplicamos esta “conversión de moneda” al arreglo del esquilón, podríamos estimar el gasto en unos 4.500 o 4.600 euros, lo cual sería una cantidad considerable para un pueblo de unos cincuenta vecinos (cincuenta familias), casi todos labradores, y algunos de ellos pobres declarados, que para comer recibían grano del pósito del Concejo. Pero, ¿cómo iban a vivir sin el esquilón? ¿Os imagináis que algún día en Valdivielso ya no sonaran las campanas de las iglesias? No quiero ni pensarlo. Disfrutad de su sonido todos los que podáis estar en el Valle durante estas fiestas. Por mi parte, yo os deseo que el próximo año, y durante muchos años y siglos más, los esquilones y todas las campanas de Valdivielso sigan sonando, que los ángeles nos traigan buenas nuevas y que los pastores nos inviten a requesón, manteca y vino. Los corderillos ya se los pagaremos, porque de algo tienen que vivir.

GARMILLA, Irene

García Huidobro de Valdivielso (22-12-2018)

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