BÉNITEZ, J. J. - Lorenzo, el campanero de Huesca

Lorenzo, el campanero de Huesca

Las campanas no emiten ruidos, sólo sonidos - Foto MARÍN CHIVITE (1971)
Las campanas no emiten ruidos, sólo sonidos - Foto MARÍN CHIVITE (1971)

Yo he sido el "Cordobés" de las campanas.

A los tres años subió a gatas a la torre de la catedral para escucharlas. Después, Lorenzo Rivarés tocaría en todas las iglesias de la ciudad.

Durante la pasada guerra civil impidió que las seis "gigantes" fueran arrojadas contra la plaza.

Desde 1938 - fecha en que su hilo estuvo a punto de morir en el campanario - dejó de tocar.

Lorenzo, "el Campanero", llora cuando habla de campanas. Le emociona. Le disparan la lengua. No en balde han sido toda su vida. Porque don Lorenzo Rivarés Alagón, aunque ahora tenga 75 años, aunque ahora solo se dedique a pasear y aun ahora ya no pueda subir a los campanarios, ha sido sin lugar a dudas, el mejor campanero de Huesca.

- Yo he sido el "Cordobés" de las campanas - afirmó muy serio mientras se sentaba a la mesa - Las dominaba. Las traía y las llevaba como se me antojaba. Y nadie supo como podía lograrlo.

Lorenzo fue zapatero. Pero lo suyo, lo auténtico, lo que se lleva en el alma por encima de las necesidades, de las circunstancias y del destino, eran las campanas. La "María", la "Paciencia", la "Lorenza", la "Bárbara", la "Corpus Christi", la "Lucía" y tantas otras.

- Sí, ésas eran las de la catedral. ¡Cuánto las he querido...! Y a las otras también. Porque yo he tocado en todos campanarios de la ciudad. Empecé por San Pedro el Viejo Sí, lo recuerdo muy bien. Eran otras épocas. Uno hacía de todo. Subía a las torres y bajaba a la sacristía. Y ayudaba aquí y allá. Pero lo mío estaba en lo más alto, entre los bronces verdes y negros, entre mis campanas.

Lorenzo - así lo explicó - comenzó con las campanas en 1914. El 1 de septiembre, según su espléndida memoria. Pero aquello fue lo oficial.

- Sí, porque antes había pasado mis buenas horas entre piedras y badajos. ¿Quiere usted saber cómo nació en mí esa "fiebre de campanario"? A los tres o cuatro años - recuerdo que todavía llevaba "culero" - encontré abierta la puerta de la catedral y tomé el camino del campanario. No me asustaron aquellas empinadas y "acaracoladas" escaleras. Entre otros motivos porque todavía andaba "a gatas". Y me planté en lo más alto, en la torre. El entonces campanero, don Julián Aquilué, me vio entrar y quedó un tanto sorprendido. Pero no me dijo nada. Se conoce que le caí bien. El siguió con sus repiqueteos, y yo me quedé embelesado, sugestionado por aquellas gigantes. Me entró tal alegría que ya, en lo sucesivo, procuré escaparme a menudo hasta el campanario. Y el bueno del Julián tuvo la santa paciencia de enseñarme. Allí y entonces nació Lorenzo, el "Campanero" de Huesca. Nada más cierto. Lorenzo Rivarés, aunque antes ya había "conversado" con todas las campanas de Huesca, empezó a cobrar alguna remuneración en 1914.

- Cuarenta céntimos por día. Aunque - si vamos a ser honrados - la verdad es que uno "pedía siempre la voluntad". Eran otros tiempos. Me daba por satisfecho y pagado con que me dejaran hablar con mis campanas. Una vez terminadas mis obligaciones - que en eso era yo muy serio - me dedicaba a sacar notas y a tocar pequeñas cosas.

Lorenzo nos confesó, por ejemplo, que él fué el primer campanero de la capital que tarareó el Himno de Huesca, compuesto por don José M. Lacasa.

- Sí, las campanas me obedecían siempre. Y toda la ciudad pudo oírlo.

Pero don Lorenzo fue reclamado por todos los campanarios de la ciudad. Su arte, su fama y su dedicación eran grandes.

- De San Pedro el Viejo me llevaron a la Compañía de Jesús, a San Vicente el Real. Y de allí a San Pedro. Tenía yo entonces 18 años y todas las ganas del mundo de ser el mejor campanero del territorio. Pero las obligaciones eran muchas y no había demasiado tiempo para soñar.

Las "obligaciones" como las llamaba don Lorenzo, abarcaban desde el toque de coro y misa conventual hasta el de oración pasando por los de vísperas de festivo, fiestas, fúnebres y acompañamientos.

- De San Pedro - prosigue incansable don Lorenzo - marché a Santo Domingo y San Martín. Después a San Lorenzo y a la Catedral. Tenía "cartel ".

Pero un día - el 24 de junio de 1938 - Lorenzo dejó de tocar. Se juró a sí mismo que no volvería a voltear aquellos mastodontes de bronce.

- Me lo juré bien en serio, pero algunas veces volví. La tentación era más grande que mi voluntad.

Lorenzo sufrió en aquella ocasión el mayor susto de su vida.

- Recuerdo - como si lo estuviera viviendo - que se trataba del día del Sagrado Corazón. Me encontraba en el campanario de la catedral y habían terminado de montar las campanas. Era el toque de coro y en aquellos instantes subió mi chico, Hipólito, con seis amigos más. Tenía entonces 10 años y ya trasteaba una miaja las campanas. Y no las tocaba mal el muy condenado. Habría servido. Pues bien, así las cosas, los muchachos empezaron a jugar con las cuerdas. Yo seguía volteándolas y de pronto oí un grito. "Alguno de los muchachos, pensé, se ha enganchado en la gigante - la "María" - y puede morir estrellado contra el suelo de la plaza". En esos instantes no sabía que se trataba de mi hijo. Instintivamente - en una de esas extrañas reacciones que se tienen en la vida - saqué el brazo por el hueco del campanario y, al instante, otro brazo se aferró desesperadamente al mío. Era mi chaval. ¡Dios mío, qué angustia! Lo sujeté como pude y nos lanzamos hacia el interior del campanario. El pequeño se había agarrado al mandil de la campana, y al voltearla, fue arrastrado, quedando colgado en el vacío. Hipólito estaba sin sentido. Bajé las escaleras con desesperación y me acerqué hasta el Hospital, entonces convento de Santa Ana. He atendió el doctor Cardús. Mi hijo sufrió algunos trastornos de pronunciación, que por desgracia, aún se le nota. Aquella noche no dormí. Y me juré solemnemente no tocar jamás una campana.

Sin embargo, Lorenzo, el "campanero", regresó muchas veces a sus campanas. Y ha estado tocando hasta los 65 años. Pero tocaba componiendo, deleitando a la ciudad.

- Es que las campanas - amigo mío - no producen ruido. Las campanas emiten sonidos, melodías. Ya ve usted lo que son las cosas de la vida, este oído derecho lo perdí en la guerra de un cañonazo, después de haber permanecido más de 20 años entre campanas, sin que jamás me hubieran lastimado los tímpanos. Por eso le digo que mis amigas, las campanas, no "vociferan": cantan.

Lorenzo tenía su propio sistema. Se situaba en el centro del campanario y sujetaba cada una de las campanas con sendas cuerdas. Y desde allí - gozoso e intuitivo - el buen campanero tocaba y tocaba.

- Era el único que conseguía el "acompañamiento". Y lo hacía con las seis grandes campanas de la catedral.

Pero él lo habría logrado también con las restantes 24 grandes campanas de la ciudad si se lo hubiera propuesto.

- Todas las toqué, todas. Pero mi preferida fue siempre la "María", la gigante de mil quinientos kilos. Daba el "re" como ninguna. Y la "Paciencia" también era buena. Como sacaba el "mi-'...

Lorenzo tenía que tenerles cariño a la fuerza. No sólo por el roce continuo. Lorenzo, "el Campanero", había sido el salvador de las seis gigantes de la catedral.

- No es que fuera el salvador. Sólo hice lo que debía - subraya con modestia -. En la pasada guerra civil quisieron desmontarlas y arrojarlas desde lo alto hasta la plaza. Y me negué. hice la señal de la cruz y les propuse otra solución: "¿Por qué no las desmantelamos - dije - y las colocamos en una plataforma de madera en el exterior? Así, cuando todo esto termine, podremos regresarlas a su sitio." Y aceptaron.

Las campanas habían sido buenas con Lorenzo y éste las protegió siempre.

- Yo las mimaba. Nunca me dieron un disgusto, salvo lo de mi hijo. Pero ellas no tuvieron la culpa. Sinceramente, cuando las tocaba me sumergía en un mundo maravilloso, distinto. Y ya no recordaba a nada ni a nadie.

- Sí-comentó entre risas su esposa -, creo que las quería más que a sus hijos.

Y el día más alegre para Lorenzo, allá en lo alto del campanario - según nos manifestó - fue precisamente el de la liberación en la guerra civil.

- Pudimos volver a montar mis campanas y sonaron como nunca. Alegres, agradecidas.

Al final de la charla, casi con tono melancólico, don Lorenzo, el "Campanero", repitió varias veces las mismas frases:

- Ya no quedan campaneros buenos. La electrónica ha terminado con todos. Y llegará un día en que sólo queden las leyendas y recuerdos.

Es posible - casi seguro - que Lorenzo, el gran campanero de Huesca, tenga razón. Con él, prácticamente, se está muriendo un sagrado y noble arte.

J. J. BÉNITEZ
"Heraldo de Aragón"(10/08/1971)
  • Catedral de Jesús Nazareno - HUESCA: Campanas, campaneros y toques
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  • Campaneros: Bibliografía

     

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