PÉREZ ANDRÉS, Javier - ¿Por quién doblan las campanas?

¿Por quién doblan las campanas?

Ferino hace años que no madruga para ir a ordeñar las vacas. Está jubilado, como casi todos los que quedan en los pueblos. Ferino tiene su casa en un pueblín de León, a unas cuartas de la iglesia y a veinte metros, tirando para arriba, de la espadaña. Se llama Ceferino Fernández y es campanero de distancias cortas. Desde que era un rapaz le llaman Ferino y nunca cobró un duro por tañer. Sus manos están hechas a la soga que mece y hace vibrar el badajo, y al volteo de los bronces. Sus tímpanos se han reblandecido de tanto decibelio a un metro de la oreja. De ahí las cortas distancias. Las campanas y su lenguaje, sus tañidos alegres y lastimeros, forman parte de la vida de Ferino. Pero lejos de lo que se pueda pensar, no está solo. Le sigue una legión de campaneros. No tantos como los campanarios que quedan en pie, pero los suficientes para que recordemos que hubo un día en el que el campanero era tan veloz como el móvil. Y más efectivo, pues el bronce siempre estaba operativo. En unos minutos, el campanero subía a lo alto ante el primer conato de incendio o inundación, ante una desgracia o un ‘nublao’ a punto de disparar rayos y granizo. El campanero tenía el escenario a sus pies y la pantalla del horizonte abierta de par en par. Dominaba la situación como nadie.

El toque de campana se oía a más de cinco kilómetros a la redonda y hasta la última casa del pueblo se enteraba del sucedido. Y daba tiempo –ya lo creo- a salir con calderos o a ayudar en lo que fuera. Las campanas tocaban a misa, a fiesta, a difunto o a ‘Din Dan’, que era el toque para los niños que iban al cementerio en cajitas blancas. Se tañían para sacar el ganado, para ir a vendimiar, para arreglar los caminos, para que el Concejo se reuniera en la plaza, para celebrar algo bueno y para enterarse de algo malo. ¡Qué mensaje el del bronce! Debemos felicitarnos de que alguien siga fundiendo campanas y que los museos las hagan protagonistas. Un amanecer de estos deberíamos subirnos a un alto y escuchar. Si oímos un tañido lejano, hay que acercarse y preguntar al campanero por quién dobla esa campana. Contestará que por nosotros. Y que lo hace en dos toques: uno alegre, el de vuelta a casa, y otro triste, el de ‘cerrado por despoblación’. Esas son las dos caras del bronce. Por si acaso, que los niños aprendan en la Escuela de Campaneros de Villavante. Nunca se sabe si habrá que tocar a nublo cuando se desconecte la luz del móvil.

PÉREZ ANDRÉS, Javier

Diario de Valladolid (22-02-2017)

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