BALDELLO, Francisco, Pbro. - Los servidores del templo

Los servidores del templo

Pequeña historia de la Catedral de Barcelona

El campanero

De este personaje tenemos noticia desde tiempos muy lejanos. Los documentos del archivo catedralicio hablan siempre del campanero, sin mencionar los ayudantes qué el mismo necesitaba para cuplir su misión en los actos solemnes en que sonaban varias campanas.

Ya antes de poseer . nuestro primer templo un campanario dedicado a dar las horas del día, o sea «el seny de les hores», un ciudadano tenía el encargo de dar a conocer a los barceloneses la hora exacta, que se anunciaba mediante un reloj de.arena. Con un martillo golpeaba la campana, cuyo sonido resonaba por toda la ciudad. Fue en 25 de abril de 1408 cuando la ciudad «dona a la Seu una casa, junt a dita Seu, aon solía estar la campana de les hores».

Fácilmente se comprenderá lo difícil que resultaba la misión de aquel funcionario. Forzosamente necesitada la colaboración de otros compañeros durante las 24 horas del día. Más adelante, el oficio de campanero resultó inútil, gracias a uri ciudadano que ofreció al Consejo Municipal un mecanismo paira lograr el toque de las horas por medio de un aparato de su invención. Así nos lo describe el Dietario de Barcelona, con estos términos: «a 5 de marg de 1453, Consell sobre que un home havia ofert que faria cert artifici, amb contrapesos, i les hores tocarien iper elles mateixes, i no sería necessitat fer-les tocar a mans, com fins ales hores havia estat fet».

Al poseer el templo su nuevo mecanismo, el oficio de campanero quedó reducido a sonar las campanas mediante cuerdas, para anunciar los actos del culto. Por la mañana era anunciada la entrada en el coro litúrgico media hora antes de dar comienzo el mismo. Seguidamente había de ser anunciado el momento de la elevación, que en aquellos tiempos era venerado por los transeúntes con fervientes manifestaciones. Los caballeros se descubrían, las mujeres hacían la señal de la cruz, y los pequeños se arrodillaban reverentes.

Por la. tarde, volvía a ser anunciada la entrada en el coro, con'. media hora de antelación. Y al cantarse el Salmo «Magníficat», también resonaban las campanas para anunciar el momento de incensar el altar, cuyo toque era conocido popularmente con la denominación de «toc de llevar capes», haciendo alusión al momento en que él celebrante y los ministros cambiaban sus capas pluviales por los hábitos corales. Además de estos actos de cada día. el campanero y sus ayudantes, venían obligados a actuar en otras solemnidades de carácter festivo o funerario.

Según consta en los documentos del archivo, el campanero percibía por su trabajo, a principios del presente siglo, la cantidad de 400 reales mensuales. Al ser instalada la electricidad en nuestro primer templo, el año 1911, el oficio de campanero pasó definitivamente a la historia.

El «porrer»

En lengua castellana pertiguero o macero. Y en catalán llamado también «virell». Es el ministro que figura en primer término en todos los. cortejos capitulares, celebrados con solemnidad.

La porra, o pértiga, antiguamente era señal de autoridad. Así, el ministro que asistía a las ceremonias del altar gozaba de amplia autoridad para dirigir los actos del culto divino; a cuyo efecto ostentaba su bastón de mando, ricamente adornado Más tarde fue confiado este cargo al maestro de ceremonias. Actualmente el pertiguero continúa ejerciendo su misión, figurando :en todos los actos, solemnes del culto. Su indumentaria es la tradicional: su amplia capa encarnada, su blanca, y rizada peluca y su sombrero de copa, sostenido con la mano izquierda. Y, no hay que decir, su principal distintivo consiste en la pértiga o porra, apoyada en el hombro derecho.

Los monaguillos

Muy difícil resulta dar con el primer documento referente al servicio de los niños en el culto de la catedral. Las noticias más antiguas a este respecto hacen distinción de los infantinos destinados al servicio del altar, y a los que eran especializados en la música sagrada.

Todos recibían la denominación de «escolà». Los que servían el altar eran llamados «escolans de la sacristía», o «escolans de la cota blava». Antiguamente la sotana que usaban aquellos niños era denominada cota. También se les llamaba «escolans de la cota blaya» por el color de tal sotana, que era de color azul.

Los monaguillos destinados al canto, en el coro diario y en las grandes solemnidades, eran llamados «escolans de grana» o «escolans de cota de grana». La denominación de grana correspondía al color encarnado de sus sotanas.

Tanto los de la sotana azul, como los de la encarnada, llevaban pendiente de los brazos, hasta los pies, una especie de franja que era una reminiscencia de la antigua «beca» que ostentaban los estudiantes seminaristas. Y, como complemento de su indumentaria, usaban todos sobrepelliz, sin mangas. En cambio, esta pieza era adornada con alas" planchadas que cubrían los brazos.

El número de monaguillos de la sacristía era muy considerable, y variable, según las circunstancias. No era así con los del coro, que eran muy escogidos, atendiendo a sus cualidades de voz y de conocimientos musicales. Generalmente eran cuatro: dos en activo, que convivían con el maestro en su domicilio, y dos que esperaban turno para pasar a efectivos.

Fácilmente se comprenderá que aquellos pequeños cantores, con el tiempo llegaban.a ser unos consumados lectores de música, o repentistas, como decían en aquellos tiempos. Tanto en canto llano, como en música figurada, sabían vencer todas las dificultades que.el difícil arte de la música les ofrecía. Por ello no es de extrañar que algunos de ellos más tarde, pasasen a ocupar el magisterio en la misma catedral o en otras iglesias. De nuestro tiempo podemos recordar los nombres de Domingo Mas y Serracant, José Sancho Marracó, Juan Bautista Lamber y Mariano Mayral, que llegaron a alcanzar un lugar preeminente en el campo de la música, especialmente la sagrada.

«El batlle»

Esta denominación aplicada- al funcionario de la Catedral, actualmente desaparecido, daba idea de autoridad.

Podríamos decir que era equivalente a alcalde. En otras catedrales se le conocía por «el silenciero», o el «espantagosos », porque era el encargado dé mantener con su autoridad el debido respeto a la santidad del templo. Como señal de autoridad ostentaba una larga vara. Y su indumentaria consistía en una sencilla sotana azul, fijada al cuerpo con una correa. .Llevaba siempre un gran manojo de llaves de las dependencias y altares de La Seo. Este cargo desapació después de nuestra guerra.

La pequeña capilIa de música

En las procesiones, que antiguamente eran muy frecuentes en. nuestra ciudad, no faltaba nunca un pequeño conjunto de músicos, presididos por el maestro de la Catedral. Generalmente, lo componían un fagot, un «baixó», un violín, un violoncelo y un pequeño grupo de niños cantores. Su repertorio solía ser el mismo, adaptado al carácter de la solemnidad que se conmemoraba. Las primeras noticias que conocemos de la actuación de estos humildes instrumentistas se remontan al siglo XVI. También actuaban en los viáticos solemnes, de canónigos o altas personalidades eclesiásticas.

El manchador

Propiamente tendría que llamarse el entonador, por ser así denominado en lengua castellana. Como también antiguamente se le conocía por el palanquero o el fuellero. Pero, al correr del tiempo, el nombre de manchador ha sido incorporado al castellano. Así lo encontramos en documentos bastante antiguos.

Antiguamente, al' usarse los órganos de mano, el mismo organista facilitaba el viento al instrumento con la mano izquierda, mientras con la derecha sonaba las teclas. Más tarde, al aparecer los órganos fijos, apareció el manchador, que cumplía, su misión al lado del organista, tirando de una cuerda que ponía en movimiento los pequeños fuelles. Siguiendo la evolución de la industria organista, el movimiento de los fuelles exigía mayor esfuerzo' al tener que poner en movimiento una palanca de considerables proporciones. Y era necesario el concurso de uno o más hombres.

Los honorarios, que percibía el manchador, por su trabajo, llegaban a sus manos por medio del organista. Así, ya de tiempo remoto, en los recibos que se conservan en el archivo de la Catedral consta siempre que el organista firmaba incluyendo en los mismos los haberes del manchador.

En 1911, al procederse a la instalación de la electricidad, en la Catedral, el órgano funcionó mediante un motor que proporcionaba el viento necesario al órgano. En aquel momento pasó a la historia el cargo de manchador.

BALDELLO, Francisco, Pbro.

La Vanguardia (04-12-1969)

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    Actualización: 25-04-2024
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