Campanas de México

«Las campanas repican a muerte»

La primera vez que oí esta frase desafortunada fue en boca de un célebre locutor de televisión española que retransmitía el entierro de Lady Dy; lo escuché en el entierro de el rey Husseín de Jordania, a propósito de las campanas de las iglesias maronitas y lo he vuelto a escuchar a propósito del entierro de un edil de Durango asesinado.

No parece un lapsus. Las campanas desempeñan un papel esencial y emotivo en la vida de un pueblo; tiene voz propia, un lenguaje; incluso tienen nombre (yo conozco el nombre de las campanas de mi pueblo), nombres hermosos. Nada más triste que escuchar el tañido de las campanas (aljaraces) cuando, en un pueblo, doblan a muerto (que no a muerte). El tañido de una buena campana es tanto más limpio cuanto mejor es la aleación de oro y bronce que la componen. Recuerdo tañidos hermosos de campanas hermosas: los de las de Santo Domingo de Guzmán en Oaxaca (México), las de la catedral de León (España), las de la Madélaine de Vecelay (Francia), las de la catedral de Amberes, entre otras.

Una campana llora cuando dobla a muerto y canta de alegría en las fiestas cuando repica o se tiran al vuelo. Solo un cretino puede decir que «repican a muerto». Cuando dobla una campana se sabe por quien lo hace: un niño o niña, un hombre o una mujer.

Así pues las campanas doblan, cencerrean, clamorean, encordan, tocan a fuego, repican, repiquetean, suenan (las horas), tañen, tintinan, tintinean, tocan, se voltear y se tiran al vuelo. Pero todo es el momento preciso y a su debido tiempo.

PS. Recuerdo haber escrito una nota en la Agencia EFE, cuando lo de Lady Dy, pero no ha cundido.