Historias recuerdos y anécdotas de un viejo asociado

(1915-19...)

Le volví a encontrar aquí cerca, en la esquina de... Parecía que no me veía, que no se acordaba de mí, que no me recordaba y yo pensaba «escabullirme» de él... Más no me valió; tan rápido como me reconoce con los brazos abiertos viene hacia mí... Su afecto es... como diría de convivencia muy cercana de balcón enfrente casi la misma casa separada por... la calle, amistad desde los albores de la niñez... desde siempre él un poco más mayor, experiencias, madurez, en su determinar muy mediterráneo y yo... otro día será. Como iba comentando —escribiendo— me coje del brazo con tanto afecto que ya no puedo desprenderme de él. Y suelen ser sus palabras, gestos, alusiones tan rápidas que casi no puedes coordinar...
Casi empujándome me lleva hasta el Mercado. .. allá arriba en el remate del campanil-reloj de los Santos Juanes se ven unas esculturas de quizá tamaño natural allí están San Lorenzo y los dos santos Vicentes...
Tienes que recordar o saber cómo en esta primitivísima ermita de San Juan del Mercado, predicó el 24 de junio de 1412. Tu sabes que en esta rambla fondo de pedregal, matujas y verdes, y en las altas veredas como en este lugar muy sacudido por el arrastre del agua cuando las lluvias cuando los molinos cercanos repletos de este líquido dejaban pasar escapar y allí siempre este lugar húmedo, es terreno de juego de mozalbetes moriscos.
Yo dudaba de ver y oír sus encendidos elogios a nuestro FrayVicente Ferrer y creía viéndole a él pelo ya claro cano revuelto por su genio y fuerza de expresión relatando aquella vida tan recia, milagrosa, rodeado de cientos de miles de seres vestidos con tan diversidad de color de hechuras.
- ¡Cómo embelesaba oír el sermón a la muchedumbre!
Primero quietos, sobrecogidos, arrepentidos de sus culpas, mas luego cuando el sol empezaba a envolverles recalentando aquellas masas, algunas se deslizaban, intentaban salirse para no sufrir tanto calor...
¡Cómo vibraba al referirse como si él lo hubiese vivido aquel momento, aquel amanecer de San J uan, con aquella tan importante, importantísima ciudad comercio, emporio de todo lo excelso, y lugar donde su clima era tan ponderado, sus gentes laboriosas, honradas, dignas... ¡
Allí estuvimos bastante. También el sol con su calorcillo ya veraniego, nos envolvía de pleno y él seguía refiriéndome... y yo creía ser también testigo de aquel momento, voz y silencios, y creí ver cómo el pañuelo «el mocadoret» del Santo lanzado por él, ascendía suave y a impulsos de un vientecillo —y de su bendición—, y del oír, unánime exclamar de las gentes enfervorizadas al iniciarse el «milacre»...
No sentíamos el paso veloz de autocares, gentes que van a su taller, despacho, coches, carrillos mecánicos para llevar géneros al mercado, de tantas personas madrugadoras —son la seis y media aún—, de una mañana que empieza la vida con el santo trabajo como norma, agradable quehacer, ley divina.
Transcurría el día, aumentaba a nuestro entorno ya la muchedumbre que viene a comprar, personas vestidas, ataviadas, no sabía cómo luchaba mi inteligencia por saber en que época estaba, si a mediados de 1412, o ahora ya marchándose el siglo XX.
Volvía a hablarme y yo veía y veía de muy cerca a Fray Vicente Ferrer, con sus arrebatos solemnes de tanto fustigar el mal, pecados, costumbres, excesos que destruyen el ser humano obra de Dios, templos del Espíritu Santo y que en estos tiempos degradados en porfías, motines, pendencias, se transformaban en monstruosos animales racionales... (¡¡) bebidas, estupefacientes, trastueque del orden de la creación...
¡Sí!, pienso ahora, ¡como se repiten las generacionesl, tiempos de austeridad digna... tiempos de depravación con infinitos y vergonzosos excesos, torpezas, liviandades...
Y tuvo que pasar un amigo suyo y llamarle. De momento no comprendía —ni yo tampoco aquella intromisión— cuando una mano puesta en el hombro le volvió a su razonar presente. Como quien sale de un espacio y pasa a otro distinto. Sus ojos extraviados no volvían en sí, se creía ver y estar muy cerca de Fray Vicente Ferrer, y según me dijo muy luego quería hablarle... porque él le había mirado con insistencia varias veces.
Duda, dudará que lo que en este amanecer fecha del sennón aquí en el Mercado; milagro aquí realizado en la callejuela recóndita de la Tapinería no lo pudo vivir... ¿y si fuere?, no, no es alucinación...
Nos encontramos en este espacio calle transversal N. a S. frente a fachada, repleta de lápidas recordatorias del Centenario de su Canonización 1955, de su fallecer allá en Francia 1419, más el gran retablo, placa cerámica 1957 que así ya en imagen, recuerda y hacer ver el «Miracle del Mocadoret».
Es casi mediodía. A través de la cercana torre filigrana de piedra de Santa Catalina nos llega un espléndido sol. Como asomándose por encima de reciente construcción —calle de la Verónica—, el remate del Micalet.
Va como viendo por primera vez, estas calles casas, comercios, gentes que le saludan...
Todo el año, siempre que paso por aquí, me imagino el hecho... El silencio del espacio —sólo a veces transtornado por varias palomas...— apartado, recogido al margen del feroz tránsito rodado queda diluido...
Admirando y leyendo en las lápidas sus inscripciones que me sé de memoria completan mi devoción mi fidelidad a este Santo Taumaturgo...
Aquí le dejé... cuando vuelvo dos veces, o más por semana, mi ruego, mi oración es para que gentes como este buen hombre, aparezcan y hagan revivir las esencias populares religiosas, ciudadanas...

FRANCISCO DE PAULA JOSÉ
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Associació de Sant Vicent Ferrer del Mocadoret - València (1988)

 

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    © Associació de Sant Vicent Ferrer del Mocadoret - València (1988)
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    Última modificació: 23-04-2024